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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Economía social y capitalismo progresista

No es un modelo utópico, sino capaz de combinar perfectamente eficiencia económica y resiliencia social y medioambiental

Vernault Quentin (NurPhoto/Getty Images)

Dos de los más renombrados economistas del mundo en el siglo XXI, el profesor Joseph Stiglitz, de la Universidad de Columbia, y el profesor Paul Krugman, de la Universidad de Nueva York, ambos premios Nobel de Economía, nos vienen advirtiendo desde hace tiempo de que los desafíos de la economía mundial no son solo tecnológicos, sino también –e incluso a un nivel más preocupante– de orden social y medioambiental.

Krugman ha llegado a señalar que los dos mayores retos globales que debe afrontar la humanidad son la lucha contra las enormes desigualdades sociales y el grave y creciente deterioro medioambiental y agotamiento de los recursos naturales, mientras que Stiglitz alerta de las consecuencias de lo que él llama el fundamentalismo de mercado. Así, en su último libro, Capitalismo progresista, lamenta que se esté dejando de priorizar el progreso social y reclama un modelo en el que prevalezca el interés colectivo y social y se desarrolle una mayor participación ciudadana y de la sociedad en general. En esta apuesta por una economía más plural y equilibrada, Stiglitz defiende una mayor presencia de empresas de participación, como las cooperativas y otras formas de economía social, y una mayor colaboración público-privada.

La conocida como economía social no es una utopía. De hecho, ha demostrado ser capaz de combinar perfectamente eficiencia económica y resiliencia social y medioambiental. El profesor José Luis Monzón, director de Ciriec-España, recordaba recientemente que mientras que en el conjunto de la economía española se destruyeron de 2009 a 2013 del orden del 20% de los empleos, en el caso de las empresas de economía social, que representan más del 6,75% del empleo total y su facturación agregada equivale al 8,47% del PIB, solo sufrieron una pérdida del 9%.

En 2014, un informe de la consultora Dave Grace & Associates para la Secretaría General de Naciones Unidas mostraba que la mayoría de los países que en el mundo presentan un mayor índice de progreso social coinciden, en buena medida, con aquellos que cuentan con un mayor índice de presencia del cooperativismo en su sociedad y economía. Más recientemente, en una publicación realizada junto con la profesora Inmaculada Carrasco, de la Universidad de Castilla-La Mancha, y el profesor Enrique Bernal, de la Universidad de Jaén, los autores señalábamos que muchos de los países que han mostrado una mayor resiliencia social y económica en las crisis de 2008 y del Covid-19 han sido aquellos con una mayor presencia en su economía de fórmulas de economía social. Es lo que nos dicen sus datos de menor destrucción de empleo y caída de PIB, comparados con el resto de las economías.

Es evidente que las sociedades que cuidan la educación –en todos sus niveles– y la generación de conocimiento y que, además, no descuidan en sus economías de mercado el interés por lo colectivo y social, priorizándolo en su modelo económico y de empresas con un importante equilibrio y colaboración público-privada facilitan a su ciudadanía un mejor y mayor estado del bienestar. Son sociedades más resilientes y seguras.

En este contexto, es lógico, y nos debe alegrar, que organismos supranacionales como la Comisión Europea, la Organización Internacional del Trabajo y la Organización de las Naciones Unidas hayan apostado de forma clara por el impulso de la economía social. Es el caso de la Comisión Europea, en 2021, con el plan de acción europeo para la economía social; de la OIT, en 2022, con su resolución sobre el trabajo decente y la economía social y solidaria, y de la ONU, con la aprobación de su declaración de impulso de la economía social y solidaria, el 18 de abril de 2023.

Necesitamos, sin duda, una economía más plural, abierta e inclusiva que dé respuesta a los retos tecnológicos, sociales y medioambientales. Y está claro –como ha dicho el profesor Antón Costas de la Universidad de Barcelona– que en el contexto actual es el momentum de la economía social. Si queremos un capitalismo de verdadero progreso, que priorice el interés colectivo y social, y de las personas, algo en lo que coincidimos académicos y organismos supranacionales, debemos fomentar un mayor concurso de la economía social.

Y es que, como señalaba en una reciente tribuna de opinión la nueva directora de Social Economy Europe (SEE), Sarah de Heusch, necesitamos un cambio sistémico en nuestra manera de producir y consumir. La experiencia nos confirma que las empresas y corporaciones que solo pretenden aumentar sus beneficios, reduciendo sin más todos sus costes, no solo aumentan las desigualdades sociales, sino que acaban muchas veces provocando graves daños medioambientales. Ahí están los ejemplos de la crisis de 2008 provocada por las hipotecas basura y de los vertidos en el Golfo de México, en Alaska, en Galicia o en Aznalcóllar, que derivaron en cuantiosos costes para los Estados y para la sociedad en su conjunto.

La próxima Conferencia Europea de Economía Social convocada bajo la presidencia española del Consejo de Europa, que se celebrará en San Sebastián, bajo el lema de Economía Social: Personas, Planeta, Acción, pondrá sobre la mesa la necesidad de apostar por modelos que integren economía, bienestar y medioambiente. Es la hora de una economía social al servicio de las personas.

Juan Juliá es presidente de la Red Enuies del Ciriec y Director del Centro de Investigación en Gestión de Empresas de la Universidad Politécnica de Valencia

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