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A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Israel: un escenario económico pesimista para un conflicto que se podría extender

Un enquistamiento en Gaza y Cisjordania puede provocar un alza en las materias primas y un crecimiento de la desconfianza en los mercados

Israel Gaza
Soldados israelíes en Kfar Aza, en la frontera de Gaza.THOMAS COEX (AFP)

Cuando uno escribe sobre los eventos del pasado fin de semana, lo primero que se pregunta es ¿qué más se puede decir de esto?, ¿qué aporta un nuevo análisis de una tragedia que se sucede día tras día y que nosotros observamos desde la comodidad de nuestro sofá? Probablemente, nada, más allá de intentar poner algo de luz en medio de la tormenta de información que se ha generado, y es que no deja de ser curioso cómo, un conflicto que lleva activo más de 70 años, de repente ha vuelto a estar bajo la atención mediática de todo el mundo.

La historia se conoce sobradamente: en 1948 se crea el Estado de Israel, y se puede decir que en 1967 se consolida como potencia hegemónica en términos militares y económicos, aunque continuará en permanente estado de guerra hasta nuestros días, inmerso en un enfrentamiento total con los diferentes grupos palestinos de resistencia. La imposibilidad de llegar a una paz duradera ha sido materia de constante debate, y no es el objetivo del presente artículo evaluar los sucesivos fracasos de la política internacional a la hora de estabilizar la zona, pero claramente suponen un enorme borrón para la responsabilidad histórica que Occidente tiene, y sobre todo los países anglosajones, con un territorio que antiguamente controló. Mientras Israel crecía, Palestina sufría las consecuencias de la dejadez del resto del mundo, como si nos hubiésemos acostumbrado a la incómoda presencia de un cupo de muertes cada cierto tiempo en aquel lugar del mundo. La población palestina se ha visto confinada a unos territorios menguantes, con unas condiciones de vida cada vez más insalubres y un futuro nada prometedor, confiando su existencia a la voluntad negociadora de grupos como Fatah o Hamás con el Estado Israelí y su enorme maquinaria bélica.

En consecuencia, las preguntas son: ¿por qué esta vez es diferente? ¿Por qué tanta atención mediática? La población occidental, que durante décadas ha observado lo ocurrido en la Franja de Gaza o Cisjordania con cierta lejanía, lleva tres días recibiendo una enorme cantidad de información contradictoria en redes sociales y prensa, además de ver cómo el tono bélico internacional se eleva en cuestión de horas, y escala a niveles superiores con extrema facilidad. Las acusaciones entre los distintos Gobiernos mundiales se suceden. Por un lado, las sospechas crecen en torno a Irán; por otro, encontramos a unos EE UU que van a prestar abiertamente su apoyo total a la operación de respuesta israelí, que ya ha movilizado a cerca de 300.000 reservistas, muestra de que esto no ha sido un atentado más. Hamás no tiene ya nada que perder y ha apostado fuerte en la última mano de la partida, capturando rehenes para complicar la estrategia de la IDF y forzar una expansión del conflicto a zonas fronterizas, como la frontera con Líbano, donde el grupo paramilitar chiita Hezbolá permite a los miembros de Hamás y demás grupos pro-palestinos operar con total libertad. Si el objetivo era obstaculizar la nueva estrategia diplomática de Israel con sus vecinos, los ataques dan de lleno al proceso de diálogo abierto entre el Estado Israelí y Arabia Saudí, que se venía dando desde hace años y que culminaría con que se normalizaran las relaciones diplomáticas. Es complicado que el reino saudí, Turquía, Líbano, o Siria miren para otro lado si las acciones de castigo resultan en una masacre masiva e indiscriminada de la población civil, pues la opinión pública de dichos países es muy sensible al conflicto entre Palestina e Israel, condicionando fuertemente las relaciones diplomáticas en la zona.

En resumidas cuentas, si Oriente Medio ya era un hervidero, los eventos del fin de semana amenazan con extender el conflicto fuera de las fronteras de Israel, lo que inevitablemente llevaría a una participación directa o indirecta de Occidente, pues la caprichosa geopolítica hace que converjan en la zona los intereses de los actores internacionales más relevantes, incluyendo, por supuesto, a Rusia, EE UU, China y la Unión Europea. Aunque para los principales analistas es demasiado pronto para extraer conclusiones en términos económicos, lo cierto es que el escenario es pesimista en ese sentido. Si la guerra en Ucrania nos demostró a todos lo increíblemente interconectados que estábamos, un enquistamiento del conflicto en Gaza y Cisjordania puede devolvernos al punto de partida, con un aumento en los precios de las materias primas y un crecimiento de la desconfianza en los mercados internacionales, ya que la incertidumbre puede alimentar tendencias inflacionarias y afectar las perspectivas de crecimiento económico de manera generalizada como un efecto dominó. Está por ver, no obstante, la duración, el alcance y el comportamiento de este conflicto, cómo se comportan los principales actores de la zona, y sobre todo el papel que puede jugar Irán a la hora de apaciguar a Hamás, si es que pretende hacerlo. Asimismo, Israel deberá medir hasta dónde quiere llegar, pues los mensajes más belicistas por parte de su alto mando y del primer ministro Netanyahu no aportan precisamente calma. Arrasar con la franja de Gaza supondría una pérdida enorme de vidas humanas inocentes y probablemente una crisis demográfica, con oleadas de refugiados buscando escapar de un infierno cuyas llamas nunca se apagan. Por tanto, es imprescindible que la comunidad internacional tenga altura de miras y no alimente una escalada bélica que amenaza con hacer saltar por los aires el frágil equilibrio de relaciones geopolíticas en la región, apostando por una solución duradera que, de una vez por todas, permita una coexistencia entre dos Estados cuyas poblaciones puedan, por fin, vivir en paz.

Miguel Ángel Ortiz-Serrano es profesor de Historia de la Empresa en Cunef y colaborador de Agenda Pública

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