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A Fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El espíritu de Camp David y su trasfondo económico

EE UU lucha por la autonomía tecnológica de la mano de Corea y Japón, pese al escaso vínculo comercial entre los tres

Yoon Suk Yeol, presidente de Corea del Sur, Joe Biden, su homólog de EE UU, y Fumio Kishida, primer ministro de Japón, en Camp David (Maryland, EE UU), el 18 de agosto.
Yoon Suk Yeol, presidente de Corea del Sur, Joe Biden, su homólog de EE UU, y Fumio Kishida, primer ministro de Japón, en Camp David (Maryland, EE UU), el 18 de agosto.NATHAN HOWARD / POOL (EFE)

Estar del mismo lado en los momentos cruciales frente a los desafíos que plantea el Indo-Pacífico es el marco que ha promovido Washington con la reciente cumbre trilateral entre Estados Unidos, Japón y Corea del Sur en Camp David. Un escenario que rebosa simbolismo histórico y que marca una nueva era, según los propios protagonistas, para construir una cooperación económica y de seguridad más estrecha.

Las prioridades en defensa difieren entre los socios, y es la latente amenaza de Corea del Norte el principal foco de Corea del Sur, mientras divergen los enfoques sobre la cuestión de Taiwán. Sin embargo, la creciente influencia de China en la región es una cuestión común para el trío, y el impacto sobre sus economías de una mayor presión geopolítica sobre el gigante asiático ha terminado por impulsar una alianza frente al gran reto que supone el dominio de China de las materias primas y la cadena de suministro.

La línea directa que surge con esta alianza trilateral eleva la cooperación en defensa a un nivel sin precedentes, compartiendo un mismo espacio Japón y Corea del Sur. Las maniobras militares conjuntas anuales y el intercambio de información permitirán enriquecer la cooperación en temas como el lanzamiento de misiles de Corea del Norte, a la vez que una mayor coordinación trilateral en defensa refuerza la ambición de Washington de recuperar mayor presencia en el Indo-Pacífico ante los futuros desafíos que presenta la región.

La transición digital y energética ha adquirido, sin embargo, una dimensión más geopolítica que tecnológica o económica. China dispone de un rol protagonista en el suministro de los minerales tecnológicos que hacen posible estos dos cambios de modelo, y la creciente tensión geopolítica puede generar un importante efecto económico colateral. De ahí que este escenario de gestión de la tensión con China propicie formalizar este encuentro, bloqueando un acuerdo que perdure con independencia de los cambios de Gobierno en cada país.

Se propicia así un giro histórico en la relación entre Japón y Corea del Sur, aunque el impacto de las políticas industriales lanzadas por Estados Unidos podría influir de forma diversa en las políticas nacionales de los aliados asiáticos. La unanimidad frente a la rivalidad con China es una cuestión compartida en Washington; sin embargo, las visiones de Tokio y Seúl de cómo equilibrar la estabilidad en el Indo-Pacífico y el ascenso de China como potencia global generan una geometría geopolítica diferente a la visión de EE UU.

El espíritu de Camp David, como así se ha denominado a la declaración conjunta, establece, asimismo, una conexión entre las partes de cohesión tecnológica y económica que se institucionaliza como asociación trilateral ante el proceso de derisking de China. Así, las prioridades en materia de defensa de las últimas décadas comienzan a compartir protagonismo con el complejo esquema que supone reducir la dependencia de China en la cadena de suministro y en el abastecimiento de materias primas en la era digital y de transición energética.

La industria de los chips marca las estrategias del tablero geopolítico global y avanza sin un eslabón comercial consolidado entre Estados Unidos y sus socios asiáticos. Y es que, los esfuerzos de Washington por alcanzar una mayor autosuficiencia tecnológica, sumando como aliada a la élite tecnológica asiática, contrasta con un esquema de escasa vinculación comercial entre los tres socios. Una cuestión que se presenta cada vez más necesaria para mitigar el fuerte impacto que podrían tener determinadas decisiones de Pekín sobre la economía japonesa y surcoreana, muy vinculadas comercialmente con China.

La región del Indo-Pacífico ha impulsado el fortalecimiento económico regional a través del fomento de importantes mecanismos de cooperación comercial. El más ambicioso de todos es la Asociación Económica Integral Regional, conocida como RCEP en inglés, el mayor acuerdo de libre comercio del mundo y del que participan Japón y Corea del Sur, también China, pero que no cuenta entre sus miembros con Estados Unidos.

Incorpora como ventaja la eliminación de aranceles, un beneficio que no incluye el Marco Económico del Indo-Pacífico, conocido como IPEF en inglés: única plataforma comercial, promovida por Washington para contrarrestar la influencia de China en la región, en la que coinciden los tres socios de la alianza trilateral, ya que ni Estados Unidos ni Corea del Sur participan del Acuerdo de Asociación Transpacífico (CPTPP en inglés), aunque el Gobierno surcoreano ha decidido unirse recientemente.

De este modo, el marco de seguridad económica con el que cuenta ahora la alianza trilateral podría incentivar la adopción de nuevos acuerdos en materia tecnológica a medida que se profundiza en el derisking de China, aunque sigue siendo prioritario para Tokio y Seúl no elevar la tensión con el gigante asiático. Y mientras crecen las asociaciones comerciales con foco en el Indo-Pacífico sin la Unión Europea como miembro, mayores serán para Europa los retos, ya de por sí elevados, de ser parte en la redefinición del modelo de globalización que está surgiendo y del que participará activamente la alianza trilateral.

Águeda Parra Pérez es analista del entorno geopolítico y tecnológico de China. Fundadora y editora de #ChinaGeoTech, es autora de ‘China, las rutas de poder’ y colaboradora de Agenda Pública

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