Un ‘perro guardián’ con dientes puede ayudar a la UE a cazar unicornios
Unificar los mercados de capitales con mejor regulación e incentivos podría convencer a las empresas para quedarse
Europa quiere impedir que los innovadores del continente se marchen al extranjero en busca de nueva financiación y no solo de nuevas ventas. Sin embargo, las barreras nacionales hacen que el mercado único de la UE sea más un sueño que un recurso financiero. La supervisión conjunta, en vez de añadir burocracia, es una ventaja que Europa podría ofrecer a sus emprendedores.
Los dirigentes de la UE suelen hablar de boquilla de la importancia de la unión de los mercados de capitales –el ansiado mercado único para las finanzas– en su afán por impulsar la competitividad y aunar recursos económicos. Las crecientes tensiones comerciales con China y el propio deseo de la UE de apuntalar su seguridad económica tras la pandemia y la guerra de Ucrania no han hecho sino subrayar la importancia del proyecto.
Sin embargo, la UE está hoy muy lejos de unificar sus mercados de capitales. Los innovadores y las empresas se enfrentan más bien a un laberinto de financiación dividido por nacionalidades. Las empresas en crecimiento se marchan a otra parte, como hizo Glofox, un fabricante irlandés de software para gimnasios, que se vendió a ABC Fitness Solutions, con sede en Arkansas, en una operación realizada en 2022.
La capitalización bursátil de los mercados europeos de renta variable es la mitad que la de sus homólogos estadounidenses, pero el bloque cuenta con más del triple de grupos de inversión en Bolsa, según un informe de 2021 de New Financial, con sede en Londres. El grupo de expertos calculaba que Europa, incluyendo a socios como Reino Unido y Suiza, cuenta con 22 grupos de inversión distintos que manejan 35 Bolsas diferentes para la cotización y 41 para la negociación. También hay cerca de 40 depositarios de valores y cámaras de contrapartida central que se ocupan de la fontanería de los mercados. En comparación, EE UU tiene siete grupos de inversión bursátil, tres Bolsas de cotización y 16 de negociación, además de una cámara de compensación y un depositario.
Unos mercados fragmentados implican menos transacciones y menos ofertas públicas iniciales (OPI). Eso, a su vez, empuja a las empresas prometedoras a irse a otra parte cuando llega el momento de crecer. La participación de la UE en los mercados mundiales de capitales cayó del 19% en 2006 a un mero 9% en 2022, según el análisis realizado por New Financial. La financiación inicial en Europa ascendió a 131.000 millones de euros entre 2018 y 2022, frente a los 949.000 millones de euros de EE UU, Reino Unido y Canadá juntos. La arraigada cultura europea de aversión al riesgo, la dependencia de los préstamos bancarios y la fragmentación han impedido que sus mercados sigan el ritmo de su economía, que es la tercera mayor del mundo en cuanto al PIB.
Incluso cuando Europa crea unicornios, definidos como empresas tecnológicas con una valoración de 1.000 millones de dólares o más, como el agregador de venta directa al por menor Berlin Brands Group, el fabricante belga de programas informáticos Collibra o la empresa francesa de vehículos compartidos BlaBlaCar, tienden a estar respaldados por dinero de fuera. Según un informe de 2022 de i5invest, en 2021 había 130 unicornios en Europa (incluido Reino Unido), lo que equivale a una cuarta parte del total estadounidense, pero casi la mitad de la financiación procedía de inversores de capital riesgo no europeos, en su mayoría estadounidenses.
Desenmarañar el alucinante mosaico de intereses nacionales de Europa llevará años de inversión y voluntad política. Pero la regulación sería un buen punto de partida. En la actualidad, la supervisión básica del mercado corresponde a los Estados miembros, que también ejercen una influencia considerable en la toma de decisiones de la Autoridad Europea de Valores y Mercados (AEVM), un organismo que se dedica a coordinar más que a regular directamente. Esta caótica organización contrasta con el eficaz cambio que la UE realizó en 2014 para implantar la supervisión común de los grandes bancos, una decisión a la que muchos atribuyen el mérito de haber protegido al bloque de los efectos indirectos de la última ronda de quiebras financieras en EE UU.
Los defensores del statu quo afirman que la relativa juventud de la AEVM, unida a su excesiva dependencia de los reguladores nacionales, significa que no podrá proporcionar una supervisión independiente de primera clase. Hasta ahora, los países solo han cedido un poder marginal. Los actores importantes siguen estando supervisados por cada país.
Yuriko Backes y Magdalena Rzeczkowska, ministras de Economía de Luxemburgo y Polonia, respectivamente, escribían en mayo que un mayor grado de supervisión conjunta sería “contraproducente”, ya que limitaría las competencias nacionales. Los países más grandes tienen reservas similares: la vicepresidenta del Gobierno español, Nadia Calviño, afirmaba que está “muy a favor” de la supervisión común, pero no en este momento. “No sé si empezaría diciendo que la AEVM debería ser un supervisor, francamente”, señalaba Calviño el 7 de junio en Bruselas, al tiempo que abogaba por unos mercados de capitales más amplios y profundos que pudieran atraer dinero privado.
Es cierto que la supervisión no va a crear por sí sola un mercado central, pero cuesta ver cómo la UE puede avanzar sin ella. A los responsables políticos europeos se les da muy bien la parte retórica. Un supervisor del mercado común es una meta final oficial desde que los directores de las principales instituciones de la UE así lo declararan en un informe de 2015. Una hoja de ruta de 2020 abogaba igualmente por una supervisión integrada. Sin embargo, se interponen en el camino obstáculos políticos que van desde las viejas rivalidades entre Francia y Alemania hasta la desconfianza generalizada hacia Bruselas en las capitales nacionales.
Conseguir que los inversores privados den un paso al frente significa darles margen para trabajar. En el ámbito de la inversión sostenible, en el que la UE es líder mundial, la centralización ha resultado prometedora. La propia Comisión Europea va camino de convertirse en el mayor emisor mundial de bonos verdes y, el 13 de junio, Bruselas propuso que la AEVM asumiera la supervisión de los proveedores de calificaciones ambientales, sociales y de gobernanza (ESG).
Otorgar a la AEVM más competencias sobre las empresas de auditoría, los intermediarios de los mercados transfronterizos y las cámaras de compensación con sede en la UE sería un paso importante para permitir que el regulador crezca. El siguiente escalón sería cambiar su sistema de gobierno. En la actualidad, solo los supervisores nacionales pueden ser miembros con derecho a voto del consejo de la AEVM. A la larga, el organismo merece tener un panel de miembros con derecho a voto nombrados de forma independiente, parecido al del mecanismo único de supervisión bancaria del Banco Central Europeo.
Cambios como este crearían un círculo virtuoso: si la AEVM tuviera más autoridad, atraería a los mejores talentos de los Estados miembros de la UE. También ayudaría a la Unión a pasar de la retórica a la acción.
La Unión Europea necesita más que nunca la innovación para alejarse de los combustibles fósiles y de la arriesgada dependencia de las cadenas de suministro chinas. Unificar los mercados de capitales mediante una mejor regulación y mejores incentivos de mercado podría convencer a la próxima generación de unicornios para que se quede en casa.
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