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Para pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Subimos o bajamos?

No avanzaremos de manera reconocida por todos hasta que el país supere su polarización infantil y se busquen acuerdos para hacer reformas

La vicepresidenta Nadia Calviño aplaude a Pedro Sánchez en el Pleno en el Senado.
La vicepresidenta Nadia Calviño aplaude a Pedro Sánchez en el Pleno en el Senado.samuel sánchez

El relativismo posmoderno, la polarización y la realidad alternativa construida sobre post verdades, imposibilita consensuar un diagnóstico sobre el momento actual de la economía española. Como hemos visto durante la campaña, hasta los datos oficiales y las previsiones de organismos internacionales o independientes, se cuestionan e, incluso, se niegan desde la oposición, trailará. Así se entiende esa disfunción cognitiva reiterada que refleja el CIS, entre una abrumadora mayoría de ciudadanos que piensa que la situación de la economía española es “mala o muy mala”, a pesar de que esa misma abrumadora mayoría valora su situación económica personal como “buena o muy buena”.

Voy a hacer una evaluación, ya alejado el momento electoral, sobre nuestra economía desde las dos perspectivas que nos enseñó el profesor Sampedro, antes de convertirse en afamado novelista: lo que dura es estructura y lo que no, coyuntura.

Todos los organismos públicos y privados, nacionales e internacionales, están revisando al alza sus previsiones de crecimiento para España, a la vez que rebajan la inflación y mantienen el empleo. Dentro del proceso de desaceleración que significa pasar del 5% de crecimiento el año pasado, al entorno del 2% que se prevé ahora para este, España será el país con mayor crecimiento de la eurozona lo que, sin duda, nos permitirá mantener la ocupación.

Se comparte, también, la evidencia de que dicho crecimiento se encuentra en manos extranjeras. En concreto, son las exportaciones y los turistas los que están tirando de nuestro PIB, especialmente, en el sector servicios, razón por la que la inflación se enquista más en este sector donde la demanda permite mantener beneficios subiendo precios. Al menos, de momento y a pesar del efecto contractivo de la subida de tipos de interés.

El acuerdo salarial recientemente firmado entre patronal y sindicatos, siendo una buena noticia, mantiene la pérdida de poder adquisitivo que nos ha situado a la cabeza de los países de la OCDE en caída del salario real. Esta devaluación salarial encubierta explica el descenso en el consumo de las familias, así como el incremento en la desigualdad primaria de rentas, aunque mantiene la competitividad exterior que nos permite un saldo positivo de balanza de pagos.

La elevada deuda pública, en un contexto de descenso del endeudamiento privado, plantea problemas ante la subida de tipos de interés. Se acabó aquello de emitir bonos del Tesoro con tipos de interés negativos, y ello hace que aumente el coste de la deuda sobre los Presupuestos, dificultando la rebaja del déficit público a pesar del crecimiento de los ingresos como consecuencia de la no deflactación de las tarifas por el IPC. Sin embargo, tres matizaciones ante esta situación: la Unión Europea se encuentra en plena revisión de sus criterios de convergencia para incorporar mayores flexibilidades; las cifras españolas no son muy diferentes a la del resto de países: la pandemia y la guerra de Ucrania ha forzado medidas que han elevado la deuda en todos los Estados; una parte relevante de dicha deuda se encuentra en los balances del BCE y del resto del sistema financiero sin que hayamos visto tensiones en las primas de riesgo, hasta ahora. Dicho esto, todo apunta a que el Presupuesto para 2024, que se aprobará antes de las elecciones generales, será corregido a la baja después de las elecciones para ajustar el déficit, con independencia del Gobierno que salga de las mismas.

Si entramos en el terreno de la estructura, lo más llamativo y preocupante es que en la última década hemos perdido convergencia real en renta per cápita con la media de la eurozona. Y el consenso entre expertos señala a nuestros problemas de productividad como principal responsable. Tenemos un aparato productivo dual, con una parte de empresas globalizadas, competitivas y comparables a cualquiera equivalente en el mundo (turbocapitalismo) y otra parte, que solo es rentable a base de precarizar el mercado laboral (retrocapitalismo) y que empuja para abajo cualquier estadística de innovación, I+D, formación, retribuciones etc.

Aunque esta dualidad no se debe, en exclusiva, al tamaño, la dimensión media de nuestras empresas es demasiado pequeña: el 85%, que ocupan al 20% del empleo, son microempresas con menos de nueve empleados. Las grandes, más de 500 trabajadores, que ocupan al 41% de los empleados, apenas si representan el 0,5% del total. Este hecho no es ajeno a la baja productividad, ni a la mejorable calidad de la gestión, ni al fraude laboral.

Esta estructura dual no es capaz de dar empleo a todos los ciudadanos que lo demandan. Esa es la raíz de nuestra mayor tasa histórica de paro. Por ejemplo, hoy tenemos más ocupados que en 2007, pero tenemos también un 1.300.000 parados más que entonces, porque ahora somos más y hay más activos que buscan trabajo y no lo encuentran.

El elevado peso de empresas micro y pequeñas en España explica también nuestro menor esfuerzo innovador relativo: un 0,7% del PIB de inversión empresarial, la mitad que el promedio de la UE. Así, mientras que aquí solo un 32% de empresas desarrollan actividades de innovación, la media europea se sitúa en el 50,3% de las empresas.

Con una tasa de empleo y una inversión en innovación, ambas, de manera persistente por debajo de la media europea, es imposible que nuestra productividad se equipare a la de la UE y, por tanto, que converja nuestra renta per cápita. Sobre todo, si les unimos el escaso éxito del sistema educativo para formar capital humano adecuado a las nuevas necesidades de un mundo laboral sobre el que penden, además, dos nuevas revoluciones: la inteligencia artificial y el cambio generacional en la cultura del trabajo y su inserción en la vida de las personas.

Y como estos problemas llevan mucho tiempo durando, incluso décadas, son estructurales y deben abordarse de manera diferente a los coyunturales porque requieren políticas de medio plazo y medidas que exigen amplios pactos políticos y sociales. No subiremos, pues, de manera reconocida por todos, hasta que no desterremos la infantil polarización actual y busquemos acuerdos en torno a reformas que buscan la mejora colectiva. Intentémoslo, al menos, entre campaña y campaña. A ver qué pasa…

Jordi Sevilla es economista

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