La renta fija como oportunidad
En un mundo aparentemente fuera de control, la normalización del mercado de deuda ofrece un raro ancla de racionalidad

Es muy posible que, el amable lector o lectora, haya pasado por muy variada información de distintos medios antes de dar con este artículo -honor que, por cierto, le agradezco en extremo-. Con casi todo el verano por delante -en el que muchos tomaremos en tres o cuatro semanas un bronceado que perderemos, al menos en Madrid, en tres o cuatro días- lo más probable es que piense, a la luz de las noticias que se publican, que el mundo está fuera de control. Que no es normal. Ni la economía, ni la política local, ni la geopolítica. En ocasiones, ni los deportes.
Aún a riesgo de contradecirle, no está de más comentar que sí existe un ámbito, en este caso de los mercados financieros, en el que, poco a poco, vuelve la normalidad. O más exactamente, “la normalización”. Nos referimos, naturalmente, a la renta fija.
La explosión de la inflación que vimos en la época post Covid -por falta de adecuación de una demanda en expansión con una oferta que aún no había conseguido volver a los baremos prepandemia, unida a las subidas de precios de las materias primas en las fases iniciales del conflicto en Ucrania- ha ido reduciéndose en los últimos años, hasta niveles mucho más sostenibles. De hecho, en el caso de la Eurozona, hablamos ya de IPC en el entorno del 2%, más o menos el objetivo del Banco Central Europeo (BCE). Ello ha tenido la consecuencia en Europa de un proceso bastante continuado de bajadas de tipos que, hoy por hoy, está si no terminado, sí acercándose a su fin. Conviene decir que, en el caso de EE UU, este proceso de bajada de tipos ha sido menos constante que en el Viejo Continente. Esto se debe, esencialmente, al mayor dinamismo de la economía norteamericana, por una parte, y al incremento de la incertidumbre en relación con las medidas arancelarias y fiscales de la administración Trump.
El resultado de todo ello es que las curvas de deuda han pasado de tener una pendiente plana (o incluso negativa) a una pendiente positiva. Es decir, la rentabilidad que se paga por los bonos de un país crece a medida que sube también el plazo de vencimiento de dichos bonos. A eso nos referimos con “normalización de la curva”. Como decíamos más arriba, esta normalización -incremento de pendiente- es mucho más intensa en Europa que en EEUU. Por poner un ejemplo, el bono a dos años español ha pasado en un año de cotizar con una rentabilidad del 3,12% al 1,95%, lo que representa una espectacular revalorización en precio, si tuvieron el acierto de comprarlo hace doce meses. Por el contrario, nuestro bono a diez años cotiza en rentabilidades similares a julio de 2024 (entorno de 3,20%). No es de extrañar por tanto que el BCE, tras su última reunión de la semana pasada, haya decidido hacer una pausa en su proceso de bajada de tipos. Por el contrario, la Reserva Federal (FED) esta semana, se enfrenta a una disyuntiva entre reducir tipos para apuntalar un crecimiento sensiblemente a la baja, o dejarlos estables algún tiempo más, como medida precautoria ante la elevada incertidumbre a la que hacíamos referencia más arriba. El consenso de mercado opina que, de momento, primará la prudencia, es decir, mantendrá sin cambios el precio del dinero.
Llegados a este punto, uno de los principales asuntos que está preocupando a los analistas financieros es el tema de los déficits fiscales y su derivada, la deuda pública. Esto es muy importante en los EE UU, con un déficit muy elevado (6.4% en 2024) y unas cuentas que no terminan de cuadrar, de la mano de unas bajadas impositivas que no son cubiertas, parece, con los ingresos de los aranceles. Ello puede derivar en un monto de deuda pública estadounidense cercano a niveles del 130% sobre el PIB. En el caso de Europa, con la notable excepción de Alemania, los niveles de deuda por encima del 100% del PIB son casi generalizados en las economías principales. Con un crecimiento más moderado que EE UU, la capacidad de incurrir en mayores déficits (pongamos, como ejemplo, el mayor gasto militar previsto) es muy limitada. Los intentos para corregir esta disfunción, como el anunciado recorte de más de cuarenta mil millones que baraja el gobierno francés, no son fáciles de implementar.
El corolario de todo esto es que los tipos largos de la curva van a seguir probablemente altos, con independencia de cómo se mueva la parte más corta, mucho más sensible a las bajadas de tipos de los bancos centrales. Bajadas que tienen más que ver con inflación y crecimiento.
En términos generales esto implica que la renta fija va a seguir siendo una oportunidad de inversión muy interesante, por más tiempo del inicialmente previsto. Para aquellos inversores que busquen estabilidad en los rendimientos, pero puedan aceptar volatilidad en su cartera, los bonos a largo plazo pueden ser una opción muy interesante, no tanto en términos de valoración como en términos de rentabilidad pura. De carry, como dicen los anglosajones.
Por el contrario, para el inversor en renta fija que busque valoración por encima de rendimiento (los fondos de inversión, por ejemplo), los plazos cortos parecen, por el contrario, más atractivos. En todo caso, el mercado de bonos nos va a permitir en este nuevo ciclo mundial obtener beneficio de este tipo de activos, de una manera más normal y con un perfil de riesgo más moderado que lo que era común hace diez años. Estaría muy bien que esta manera más normal pudiera extenderse a otros aspectos de las finanzas…o la política. Pero, de momento, tendremos que conformarnos con la renta fija. Es un primer paso. Y, dado su carácter estructural sobre la economía, un paso no pequeño.
Pedro del Pozo, director de Inversiones Financieras de Mutualidad.

