¿Hay aranceles razonables?
La política comercial de un país debe ser justa y alcanzar acuerdos basados en la reciprocidad

Ríos de tinta se están escribiendo sobre los cambios en política de aranceles de la nueva administración estadounidense. Me gustaría tratar de hacer una reflexión serena sobre lo que está pasando, independiente de afinidades políticas y alejado de posiciones partidistas nacionales. La comunicación y el proceso de negociación, cuando lo ha habido, son manifiestamente mejorables. Es evidente que, el anunciar un arancel una mañana y suspenderlo o modificarlo al día siguiente, no favorece la seguridad jurídica, ni la económica, de todas las partes afectadas. Estas decisiones poco maduradas impactan negativamente a las decisiones de inversión de todos los sectores involucrados, que no son pocos.
Dicho esto, es respetable que un país quiera tener una política arancelaria justa y que no afecte negativamente a su capacidad exportadora, alcanzando acuerdos basados en la reciprocidad. Ésta tiene que ser la clave de los procesos de negociación y, objetivamente, no se puede cuestionar este derecho ya que es equitativo para las dos o más partes. Si un país ha disfrutado históricamente de un mejor tratamiento arancelario, no es razón suficiente para no estudiar un nuevo marco tarifario recíproco, con períodos de adaptación razonables que no produzcan fuertes desequilibrios económicos. En nuestra opinión, el argumento de la reciprocidad es incuestionablemente justo, y para conseguir ese objetivo no hace falta amenazar ni imponer plazos tan reducidos que los hagan inviables. Hay que realizar procesos de negociación razonablemente cortos con períodos de adaptación largos. Una situación de desequilibrio que ha durado años tampoco se puede revertir en cuestión de meses si se quiere tener una negociación amistosa con tus socios comerciales.
Y digo socios comerciales porque los volúmenes de exportación de bienes y servicios desde EE UU hacia los países objeto de estas discusiones son enormes. Siempre que se anuncian noticias sobre aranceles no sé quién se preocupa más, si los empresarios de los países exportadores a EE UU o los empresarios exportadores de EE UU a esos países, ya que un proceso desordenado de guerra comercial sin duda afectará a todas las empresas exportadoras.
En el cuadro adjunto se puede observar claramente la intensidad de las relaciones comerciales de EE UU con estos países, y al incorporar la exportación de servicios (mayoritariamente favorable a EE UU) los desequilibrios no son relevantes salvo en el caso de China. Canadá tiene un saldo favorable equivalente a solo el 10% de sus exportaciones, lo que implica que está próxima al equilibrio. En el caso de México, el saldo favorable equivale a un 26% de las exportaciones mexicanas, pero no podemos olvidar que compra anualmente a EE UU 360.000 millones de dólares, siendo el mejor cliente de los agricultores estadounidenses. Los costes, y la seguridad y rapidez de suministro, hacen inviable que la economía americana prescinda de deslocalizar allí parte de sus procesos productivos. En el caso de la Unión Europea, el saldo favorable es del 18% de sus exportaciones, siendo el volumen de compras a EE UU próximo a los 600.000 millones anuales.

Otro impacto de los aranceles del que se ha hablado mucho es el inflacionista. Al principio, la preocupación fue muy elevada y las expectativas de bajadas de tipos por parte de la Reserva Federal disminuyeron sensiblemente, con el consecuente repunte de las rentabilidades de los bonos a largo plazo. Actualmente, las expectativas inflacionistas han disminuido y comienzan a descontarse tres bajadas de 0,25% por parte de la Fed, con la ayuda también de una menor actividad económica en EE UU, que sin duda acabaremos viendo si continúa una política arancelaria tan caótica. En nuestra opinión, si el criterio de la reciprocidad acaba imponiéndose como parece más razonable, lo lógico es que los aranceles en EE UU a productos externos se sitúen en niveles similares a los actuales, y sean los aranceles a los productos estadounidenses los que vayan progresivamente reduciéndose hasta alcanzar la deseada igualdad. Esto produciría un efecto neutral en la inflación americana y ligeramente deflacionista en los países con superávit comercial. Ejemplo de este proceso es el arancel a los automóviles estadounidenses en Europa, que actualmente es del 10%, mientras que los coches europeos pagan un 2,5% en EE UU, situación claramente desfavorable para EE UU y sobre la que la que la Comisión Europea ha expresado ya su intención de igualar ambos aranceles al 2,5%. Es natural que si la reciprocidad se impone tiendan a igualarse los aranceles con el más bajo, o con un tipo intermedio que no perjudique las ventas actuales.
En resumen, hay que aceptar que entre economías desarrolladas prevalezcan aranceles similares, siendo la reciprocidad la alternativa más justa. Siempre se podrá hacer alguna excepción a determinados sectores o países en desarrollo que se quiera favorecer, pero no tiene mucho sentido aferrarse a unas condiciones favorables del pasado que en su día habrán tenido su justificación. En una guerra comercial como la que estamos viendo en estos últimos días no hay países ganadores, todos perdemos, lo que a todas luces es absurdo. Por ello, confiamos en que acabe prevaleciendo el sentido común y sea en las mesas de negociación donde se discutan las posiciones y se alcancen a acuerdos equitativos y de implantación progresiva en el medio plazo.