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Abogados
Tribuna
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¿Quieres que tu hijo sea abogado como tú?

Muchos compañeros han visto hundidas su profesión y familia por causas abiertas contra ellos

Es una pregunta que a menudo recibo en el colegio cuando dejo a mis hijos. La respuesta es siempre contundente y repetida por otros compañeros de profesión: no. Y cuesta mucho trasladar por qué no quiero que se dedique a una profesión que tanto me gusta.

Leyendo la resolución del Tribunal Económico-Administrativo Central (TEAC) del pasado mes octubre acerca de la obligatoriedad que tienen las empresas de entregar la due diligence, tengo un claro ejemplo de por qué no quiero que mi hijo sea asesor fiscal y me temo que tampoco abogado.

Desde que tuve el orgullo de empezar a ejercer esta profesión, los asesores fiscales estamos en la diana de la Agencia Estatal de Administración Tributaria (AEAT) con derivaciones de responsabilidad y con imputaciones penales. Soy plenamente consciente que hay muchos compañeros de profesión que confunden el concepto de asesor y/o abogado con embaucador, pero creo firmemente que muchos compañeros han visto, en los últimos años, hundidas su profesión y familia por causas abiertas contra ellos, y no quiero evidentemente esto para mis hijos.

Tampoco quiero que mis hijos descubran que el superpoder que tenemos los abogados, el secreto profesional, no opera bajo determinadas circunstancias si la que pide la información es la AEAT. Da igual que esta obligación venga de Europa en forma de directiva comunitaria, dudo mucho que un estudiante de Derecho entienda que una prerrogativa que tenemos solo abogados, periodistas y sacerdotes pueda olvidarse en determinados casos con la Administración tributaria.

Es cierto que la resolución del TEAC no ataca el secreto profesional como puede surgir en un primer impulso, “simplemente” exige a las empresas entregar los informes donde los abogados detallamos las vergüenzas y fortalezas de las entidades compradas, evitando pedírsela a los asesores fiscales para que no podamos alegar nuestro diezmado superpoder. En términos futbolísticos, es equivalente a pedirle a Xabi Alonso que le cuente, antes del partido, a cada entrenador contrario sus debilidades.

Aunque visto de otra manera, igual mis hijos pueden sentir orgullo de que la temida Inspección de Hacienda necesite de mis argumentos para imponer un acta a mis clientes. Esta reflexión, que puede sonar propia del ego de un abogado, descansa en que la Administración tiene hasta 27 meses para detectar las contingencias fiscales, disponiendo para ello de una Ley General Tributaria que le permite una serie de prerrogativas que hace francamente complicado evitar contingencias fiscales.

Por el contrario, nosotros durante una due diligence disponemos de la información que nos remite el potencial vendedor, en el formato que este quiere darnos y tenemos, en el mejor de los escenarios, 21 días y una o dos rondas de preguntas para detectar contingencias fiscales que a nuestro cliente le permita tomar la decisión de si comprar o no una empresa.

Por todo ello, me parece muy sorprendente que la misma AEAT nos otorgue una capacidad de detectar contingencias fiscales mucho mayor que las que ellos mismos tienen. Siendo, a veces, para la AEAT los asesores fiscales seres malignos que buscamos crear estructuras cada vez más complicadas para que nuestros clientes paguen menos impuestos.

Lo curioso es que pese a que resoluciones como la del TEAC de este mes, o una denegación de unas alegaciones que acabo de perder, pero confío ganar en el TEAR, lejos de desanimarme y llevarme a pensar en el tan manido “reinvertarse”, solo hace que me guste más mi profesión y tenga más ganas de ayudar a mis clientes.

Ahora bien, ese masoquismo que sufro no lo quiero para mis hijos, les deseo que no conozcan la facultad de Derecho, que casi no sepan hacerse una renta y si insisten mucho en el derecho, siempre pueden dedicarse al glamuroso M&A o finance. Bueno, no, mejor que sean felices y, por lo tanto, no estudien Derecho.

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