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Ahora a elBulli se va sin reserva (pero no a comer)

Un museo recorre ‘in situ’ la historia del restaurante que revolucionó la cocina

Manme Guerra
Comedor de elBulli en su estado actual tras convertirse el restaurante en un museo.
Comedor de elBulli en su estado actual tras convertirse el restaurante en un museo.

Un cartel lo deja claro al visitante nada más traspasar la verja de entrada: en elBulli1846 se come “conocimiento”. De hecho, el museo en el que se ha reconvertido el restaurante que revolucionó la gastronomía mundial en las últimas décadas ni siquiera tiene bar, unas máquinas de vending con agua y refrescos es todo lo que encontrarán aquellos que crucen sus puertas a partir del 15 de junio. Platos con algunas de las recetas que dieron fama mundial a su chef, Ferran Adrià, sí que hay, pero tienen truco, están hechos de resina plástica, siguiendo la técnica japonesa del sampuru.

Para la creación del museo, elBullifoundation ha destinado 11 millones de euros al proyecto de renovación y transformación del espacio enclavado en Cala Montjoi, que durante una década ha estado rodeado de polémica por cómo afectaría al parque natural del Cap de Creus en el que se encuentra. Finalmente, no se llegaron a construir todos los metros cuadrados planeados en un principio, y las primeras instalaciones que se encuentra el visitante están al aire libre, con el canto de los pájaros como música ambiental y el azul del Mediterráneo como telón de fondo. Son estas paradas en las que se reflexiona sobre qué es la cocina, en qué consiste crear, cómo se innova así como se explican todos los pasos que hay tras la elaboración de un plato.

Un proceso que deberían conocer todos aquellos empresarios que quieran poner en marcha un negocio de restauración, según el que fuera jefe de sala de elBulli y ahora director general de la fundación, Lluís García. “La mayoría de los restaurantes nacen muertos. Pueden durar un par de años, pero acabarán muriendo”, sostiene García, antes de añadir que uno de los fallos es la falta de preparación y de conocimiento de cómo funciona el negocio.

La visita continúa en la casa de paredes blancas que acogió el restaurante. Entre los muros del comedor parece que el mundo se hubiera parado y los comensales se hubiesen esfumado en mitad de un servicio. Sobre los manteles blancos se pueden ver las copas llenas de vino, los cubiertos listos para ser usados y los platos con comida, aunque en este caso es de mentira. Lo que antes era una cocina a pleno funcionamiento, como se puede ver en un vídeo, ahora acoge vitrinas en las que se muestran, entre otros objetos, libros de reservas, fichas de cada comensal que acudió al restaurante y réplicas en resina de algunas de las 1846 elaboraciones que se sirvieron.

Recreación de uno de los platos de elBulli.
Recreación de uno de los platos de elBulli.

El espacio que se dedicaba a los vestuarios del personal se ha remodelado para acoger los libros que se editaron con las recetas de elBulli, así como las vajillas y los instrumentos que se utilizaban, que permiten constatar de un vistazo la evolución de la cocina gracias a la mente de Adrià. Una figura cuyo rostro se repite una y otra vez en periódicos, revistas, fotografías e incluso dibujos en las paredes del espacio, donde también hay hueco para los premios y reconocimientos que obtuvo el chef. Y hablando de imágenes, el visitante no debería irse del museo sin visitar el baño. No porque quizá lo necesite en las casi dos horas y media que se calcula que puede durar la visita, sino porque, si no lo hace, se perderá una de las instalaciones que repasa visualmente la historia del restaurante.

El recorrido llega a su final en un espacio polivalente construido con forma de roca. Durante los, por ahora, tres meses que estará abierto el museo, servirá para conocer todos los proyectos de la fundación desde que se puso en marcha en 2011, tras el cierre del restaurante. De ahí, vuelta al parking, donde se puede coger el minibús, que está incluido en los 27,50 euros que cuesta la entrada, y que devolverá a los visitantes a Roses sin tener que conducir por la estrecha carretera llena de curvas que une la localidad con la cala.

50.000 correos al día para una reserva

M. G.

En las vitrinas de lo que era la cocina de elBulli están los libros de reserva del restaurante, donde miles de personas soñaban con ver su nombre escrito. Cuando llegaba el momento de abrir el correspondiente a cada año, al correo electrónico del restaurante llegaban unos 50.000 mensajes al día, como explica Lluís García, el encargado de contestar a cada remitente y comunicarle si era uno de los 7.000 afortunados comensales que cada temporada acogía el restaurante

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Sobre la firma

Manme Guerra
Redactora de la sección Fortuna, donde escribe de recursos humanos, empresas, sostenibilidad, lujo y estilo de vida. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de la Escuela de Periodismo UAM-El País. Ha trabajado en El País, Vozpópuli, Microsoft News y la revista ¡HOLA! antes de incorporarse a Cinco Días en 2022.

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