El ‘efecto Bobby’ (de ‘Dallas’) y los rebotes bursátiles
Wall Street se ha recuperado de forma muy rápida de las fuertes caídas provocadas por la guerra arancelaria

La serie Dallas—la historia de los Ewing, una familia tejana en el mundo del petróleo— fue el programa de mayor audiencia en Estados Unidos en la primera mitad de los 80. En 1985, el actor que interpretaba a Bobby Ewing, uno de sus protagonistas, decidió marcharse temiendo, con razón, que la fabulosa popularidad de su personaje lo encasillara para siempre. Los guionistas tuvieron que asesinarle. Fue un error: la audiencia de la serie cayó y el actor fue incapaz de reconducir su carrera, con lo que unos meses después llegaron a un acuerdo para que volviera.
Solventaron la papeleta de una manera un tanto rocambolesca: en el último episodio de la temporada la mujer de Bobby se despertaba junto a su marido y se daba cuenta de que todo había sido un sueño. Los 30 episodios de 45 minutos en los que Bobby había estado muerto desaparecían de la trama de un plumazo. Como si no hubiera pasado nada, todo volvía a la situación de un año antes.
Por algún motivo este concepto fue adoptado en el mundo de los mercados financieros: cuando tras una crisis se produce una recuperación completa de forma más o menos rápida, se considera que el mercado ha superado la “prueba Bobby Ewing”. Es decir, un “aquí no ha pasado nada, sigan circulando” poco después de algo que parecía un cataclismo. Si alguien necesitaba más pruebas de que el mundo de la inversión está lleno de términos que exudan complejidad y en realidad son chorradas, aquí la tiene.
¿Hemos realmente superado la prueba Bobby Ewing? En la superficie lo parece. El batacazo del mercado tras el anuncio de los aranceles universales se ha ido revirtiendo, primero por unos resultados empresariales mejores de lo esperado, y después por el anuncio de la suspensión temporal de los aranceles. Es comprensible. Todo el mundo estaba de acuerdo en que un recargo del 145% sobre las importaciones de China era una garantía de recesión para Estados Unidos.
Al ver que la negociación toma forma la probabilidad de recesión cae del 70% al 20%, según Polymarket, y la Bolsa estadounidense ha experimentado un nuevo repunte que ha hecho que recupere todas las pérdidas del año, que llegaron a superar el 15% a mediados de abril.
De hecho, ha sido la sexta mayor subida en un periodo de tres semanas en la historia de Wall Street, algo no visto desde 1982. Millones de inversores que vendieron sus acciones, asustados tras las caídas del día 2 de abril han experimentado en sus carnes un doloroso recordatorio: en el mundo de la inversión los grandes rebotes suceden muy cerca de las grandes caídas.
El 50% de las mayores subidas se registran en mitad de bear markets, periodos de caídas prolongadas. Lo que muchos inversores ignoran es la relevancia de estos rebotes en la rentabilidad a largo plazo de las carteras. Un inversor del S&P 500 que durante los últimos 30 años se hubiera perdido los 10 mejores días habría obtenido un 54% menos de ganancias que uno que se hubiera mantenido con la calma suficiente para no hacer nada.
Los inversores parecen estar de acuerdo en que lo peor ya ha pasado. Sin embargo, si rascamos un poco la probabilidad de que esto haya sido un mal sueño que termine aquí es ínfima. Primero, porque este acuerdo que celebran los mercados ahora está lejos de haber terminado.
Marko Papic, un famoso analista geopolítico, ha analizado los procesos de negociación de Trump y afirma que tienen siete fases: petición maximalista, amenaza, agresión para dar credibilidad a la amenaza (aquí estaría el arancel del 145% a China, o la amenaza de invasión de Groenlandia, Panamá o Canadá, o la retirada de fondos a Ucrania), desescalada con conato de acuerdo (las pausas en los aranceles, donde estaríamos ahora), ruptura de negociaciones con nueva amenaza, nueva desescalada, y acuerdo (no necesariamente bueno). Es decir, que aún queda negociación para un buen rato.
El segundo motivo para contener la alegría es que cuando termine esta negociación llegará la de Europa. Y después la de los otros 198 países hasta completar los 200 acuerdos que Trump manifiesta estar negociando. Eso son muchos meses de tira y afloja y, aunque los medios irán perdiendo interés, no es un entorno favorable para los mercados.
El tercer motivo es que lo que tendremos después de años de negociaciones serán acuerdos, en el mejor de los casos, mediocres e imperfectos. El tono lo marca el primer acuerdo que se ha firmado. El Reino Unido, a pesar de ser el socio históricamente más cercano a los Estados Unidos y de ser uno de los pocos países en el mundo que tiene un déficit con ellos—España es otro— ha visto como sus aranceles han subido del 2,5% al 10%.
En resumen, el nuevo statu quo será ostensiblemente peor que lo que teníamos en enero, pero mejor que lo que se esperaba hace un mes. El escenario central ahora mismo sería un arancel universal del 10%, y uno mucho más elevado, quizás un 60%, para China. No es para dar saltos de alegría, pero no es un escenario que haga descarrilar la economía mundial, y eso ya es algo.
¿Qué espera a Europa? ¿Cuáles son los siguientes pasos? Mario Draghi lo resumía bien hace unos días en Coimbra: habrá un acuerdo entre Europa y Estados Unidos, pero sería ingenuo creer que la relación entre ambas potencias puede volver a la normalidad después de la agresiva ruptura unilateral americana. La confianza se ha ido y una administración demócrata en 2029 no podrá reparar el daño. Lo normal sería buscar nuevos mercados para reemplazar esa relación rota, pero no los hay. Europa ya exporta a todo el mundo. No existe un mercado que represente el 15% del PIB mundial al que no le estemos vendiendo ya. Draghi sugería que, como en un libro de filosofía barata, “la respuesta está dentro de ti”. Rehacer Europa para prepararla para estos nuevos tiempos desabridos puede ser un buen plan, una motivación para levantarse de la cama los próximos años. Si Europa necesita crecimiento, tendrá que crearlo.
Francisco Quintana, director de estrategia de inversión de ING España