Caos improvisación y mercado al revés
Parte de las inversiones se están yendo a activos refugio como la deuda pública

Muchas veces me he preguntado si el ciudadano común de 1938 o 1945 era consciente del cambio histórico que Múnich o Yalta iban a representar sobre la estructura del mundo y, en definitiva, sobre su propia vida. Como buena parte de la humanidad, también me pregunto si los cambios acelerados que estamos viviendo desde la segunda llegada de Mr. Trump a la Casa Blanca son coyunturales —léase, reversibles— o estamos, como en Múnich o Yalta, ante un momento disruptivo clave: ante un nuevo orden mundial, en suma.
Debo decir, con total honradez y respeto, que no estoy de acuerdo con quienes afirman que lo de Trump no es ninguna sorpresa; que se veía venir la deriva en la que nos encontramos. En mi defensa alegaré que tampoco los mercados financieros están reaccionando como se esperaba de ellos, en un principio. En realidad, con apenas diez semanas en la presidencia de EE UU, los acontecimientos políticos y económicos mundiales han evolucionado con una velocidad ante el caos y la improvisación que emanan de Norteamérica que, de hecho, lo que sorprende es la capacidad de adaptación y cambio de las contrapartes: la Unión Europea, por ejemplo y sin ir más lejos.
Porque caos e improvisación es lo que se infiere de las distintas medidas acometidas por la nueva administración estadounidense, de manera muy significativa en los importantes apartados de la guerra en Ucrania y la guerra arancelaria. La sensación es que no existe un plan coordinado, ni un estudio serio, ni mucho menos una hoja de ruta definida, más allá de la adopción de unas políticas que, en algunos casos —la guerra comercial es paradigmática— parten incluso de supuestos tremendamente endebles. Por poner un par de ejemplos, EE UU tiene un superávit con Europa de casi 100.000 millones en la balanza de servicios. ¿Esperan que no haya represalias en ese ámbito? En otro orden, si finalmente se implementan aranceles del 25% a las compras de coches extranjeros, es muy probable que la propia industria estadounidense se vea colapsada en la producción de automóviles, debido a su dependencia de las cadenas de suministro foráneas. Si han pensado en eso, no lo parece. Y es que el mundo actual está diseñado para un marco de libre comercio cuya quiebra no solo puede ser traumática, sino abiertamente negativa para todas las partes.
Todo ello ocurre en un contexto en el que la macroeconomía podría no actuar como el ancla que permita una cierta estabilidad, dentro de los devaneos de una política con tan marcado signo discrecional. De momento, ha aparecido una terrible palabra en relación con la economía norteamericana, que no estaba en el manual financiero de 2025: recesión. Si las políticas arancelarias siguen su curso, es posible que veamos no ya una desaceleración de la economía de la primera potencia, sino directamente un par de trimestres con crecimiento negativo.
Y, ojo, que recesión puede tener un segundo apellido, aún más terrible: estanflación. Ello deriva de la posibilidad de ver unas mayores presiones sobre los precios, derivadas de las medidas arancelarias o de una posible expansión fiscal, en teoría en la agenda de Trump. Estas presiones inflacionistas las hemos podido entrever en el último dato de deflactor del gasto subyacente, medida favorita de la Fed (+0,4% frente al +0,3% esperado). Y esto en un contexto en el que no solo la propia Reserva Federal recorta sus previsiones de crecimiento, sino que indicadores claves para el PIB norteamericano, como la confianza del consumidor, muestran claros sesgos de contracción.
Como no podía ser de otra forma, los mercados no son inmunes a estos cambios. De hecho, su evolución en el año responde a la lógica inversa de lo que esperábamos allá por noviembre 2024. En aquellos días, todo indicaba la llegada de un nuevo presidente abiertamente promercado (es decir, pro Bolsa) en el que las principales dificultades vendrían de la mano de una inflación excesiva (por incremento de la actividad) y, por ello, de unas curvas de deuda muy tensas. De una posible vuelta en la política monetaria de la Fed, con subidas de tipos, en suma, negativas para la renta fija. Lo que realmente tenemos hoy es que los bonos están actuando como activo refugio, ante las fuertes caídas de las Bolsas estadounidenses. Los inversores tienen miedo, y ello se refleja en un VIX (volatilidad del S&P 500) por encima de la media de los últimos meses.
Curiosamente, en Europa estamos viendo el efecto contrario, tampoco anticipado por el mercado: la renta fija se deteriora, a pesar de las inflaciones más contenidas que en EE UU, y las Bolsas suben. Obviamente, los inversores están poniendo en valor los mayores gastos (inversión) en defensa e infraestructuras que deben acometer los estados europeos, ante un posible fin o, como mínimo, reorientación de la hasta ahora clásica hermandad trasatlántica.
Por todo ello, extrema incertidumbre en los mercados ante la razonable certidumbre de que Donald Trump siga adelante, de una manera u otra, con su guerra arancelaria. Es muy posible que, en tiempos como estos, sea mucho más fácil gestionar el largo plazo que la propia coyuntura. La idea de todo inversor debería ser aprovechar las oportunidades del mercado, dentro de su perfil de riesgo, tratando de obviar el ruido ambiental. En ese sentido, una renta fija europea, valorada con buena rentabilidad, es una oportunidad muy razonable, en un contexto de bajada de presiones inflacionistas. Análogamente, una renta variable estadounidense que ha corregido parte de su elevado PER, también puede ser un foco atractivo, a largo plazo. En un mundo tan cambiante y hostil, no está de más traer, a modo de conclusión, el viejo adagio del mercado: las inversiones (o desinversiones) más interesantes suelen ser aquellas que se realizan en un momento en el que no te apetece llevarlas a cabo.
Pedro del Pozo es director de inversiones financieras de Mutualidad