La nueva era Trump obliga a repensar la inversión sostenible
Europa se convierte en el baluarte de una forma de gestionar el dinero perseguida en EE UU


Hay noticias que son un síntoma de su tiempo. El célebre fabricante de coches deportivos Porsche —propiedad del grupo Volkswagen— anunció el 7 de febrero que va a volver a centrarse en los motores de combustión, dando así un drástico giro a su apuesta de 2019 por los coches eléctricos. Tres días después fue BMW quien le siguió los pasos y puso en pausa la estrategia de electrificación. Este movimiento pendular refleja la relación de las grandes compañías con los compromisos medioambientales. La guerra de Ucrania, la inflación posterior y, sobre todo, la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca ha hecho que empresarios, inversores y políticos se replanteen cómo lidiar con los objetivos extra financieros, no solo los relativos a la sostenibilidad, sino también sociales y medioambientales.
En el ámbito de la gestión de activos, la reacción más significativa tras la vuelta del republicano ha sido la retirada del gigante BlackRock —que administra más de 11 billones de euros en fondos— de la alianza Net Zero Asset Management que persigue el objetivo de alcanzar las cero emisiones netas de gases de efecto invernadero antes de 2050. Los grandes bancos de EE UU (JPMorgan, Citigroup, Bank of America, Morgan Stanley, Wells Fargo y Goldman Sachs) habían adoptado una decisión similar unos días antes.
Esta tendencia tienen su origen en la agresiva campaña judicial lanzada por el Partido Republicano para perseguir a cualquier gestora de activos que incluyera criterios medioambientales, sociales o de buen gobierno (ESG, por sus siglas en inglés) en sus decisiones de inversión. Para Trump y sus acólitos, estas políticas suponen una quiebra del deber fiduciario de la firma para con los dueños de los fondos o los planes de pensiones.
Además, durante la campaña electoral Donald Trump ha anunciado que retiraría todas las subvenciones para la compra de coches eléctricos, y que favorecería las exploraciones petroleras y la concesión de nuevas licencias, bajo su lema macarra de drill, baby, drill (”perfora, nena, perfora”, en inglés). Y entre sus primeras medidas en el cargo firmó la salida de Estados Unidos del Acuerdo del Clima de París.
Las señales que alejan a EE UU de la inversión sostenible son evidentes. Con todo, muchos expertos matizan este mensaje. Es el caso de Rocío Jaureguizar especialista en inversión ESG en Pictet AM en España. “Aunque se pueda reducir la velocidad de la transición energética, la vuelta de Trump no cambia la dirección del viaje”, apunta la experta, quien también recuerda que la cotización de las acciones de empresas de energía renovable “lo hicieron extremadamente bien durante el primer mandato de Trump”. La energía eólica y solar subió del 15% a 20% en el mix energético estadounidense, mientras que el carbón bajó del 30% a 20%.
La mayoría de expertos considera que, con Trump en la Casa Blanca, algunos elementos de la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos (IRA, por sus siglas en inglés) que aprobó su predecesor Joe Biden pueden estar en peligro, pero gran parte del paquete se parece seguro, gracias al apoyo bipartidista. De hecho, se calcula que el 80% de los fondos impulsados por esta normativa han ido a parar a estados republicanos, como Texas.
Lo que es incuestionable es que tanto por el regreso de Trump como por el embargo al petróleo y el gas ruso en Europa, muchos inversores han tenido que repensar su forma de acercarse a la inversión sostenible. Aunque las subvenciones al coche eléctrico se caigan, hay una serie de propuestas de la ley IRA que sí que se mantienen. Entre ellas, un colosal esfuerzo inversor para crear nuevos centros de procesamiento de datos para la inteligencia artificial. Sung Cho, gestor del fondo de Goldman Sachs GS Future Economic Securtiy, explica que esto va a movilizar también mucho dinero “a aumentar la capacidad de producción eléctrica de Estados Unidos, lo que también conllevará la construcción de nuevas plantas solares”.
Hay que tener en cuenta que la transición hacia energías renovables hace tiempo que tiene todo el sentido económico, porque la producción eólica y solar cada vez son cada vez menos costosas. Ya en 2019 las energías renovables se consolidaron como la opción más asequible para generar electricidad y actualmente en el 90% del mundo estas dos fuentes de energía son las más baratas, cuando se descuentan los subsidios que aún tienen algunos combustibles fósiles.
Cuestión europea
Una situación que se ha exacerbado con el cambio de inquilino en la Casa Blanca es que el uso de factores extrafinancieros para invertir es cada vez más una realidad puramente europea. El 84% de todo el dinero que se ha canalizado a través de fondos sostenibles están registrados en Europa, mientras que Estados Unidos solo tiene un 11% de este mercado (siendo muchísimo más grande en términos de gestión de activos).
Con la animadversión por parte de Trump y los republicanos, todo lo que suene a ESG ha quedado totalmente demonizado. El consejero delegado de BlackRock, Larry Fink, ha asegurado que esa palabra se ha convertido en un estigma, y ha optado por ir evitándola progresivamente. “Al final, aunque ahora parezca que se persigan todos estos asuntos, hay cuestiones muy razonables, como no invertir en empresas que sean muy contaminantes, en cotizadas que tienen una mala gobernanza o en aquellas que tratan mal a sus empleados. Es de sentido común”, explica un veterano gestor de fondos.
La lectura más generalizada en la industria de fondos es que la inversión ESG, aunque puede pasar una travesía del desierto, tiene unos fundamentos tan sólidos que acabará resurgiendo. Tal vez con otro nombre. “Igual es tan simple como, en el caso de las inversiones en plantas solares, no centrarnos en el enfoque de sostenibilidad, sino en venderlo como una mejoría de la soberanía o la seguridad energética, porque ya no dependeremos tanto de importar de países asiáticos”, reflexiona, con algo de sorna, el gestor.
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