La Unión Europea y el precio del gas convencen a Alemania de la bondad de la energía nuclear
El apagón atómico germano ha elevado el recibo, las emisiones de carbono y golpeado la competitividad industrial. Berlín contempla ahora su importación en forma de hidrógeno rosa desde Francia

Alemania ha sido durante la última década el país europeo más emblemático en la renuncia a la energía nuclear. Tras el accidente de Fukushima en 2011, el Gobierno de Angela Merkel decretó el apagón progresivo de sus centrales y en 2023 se desconectaron las últimas tres plantas en funcionamiento. El gesto era el broche simbólico de la Energiewende, la gran transición energética alemana basada en las renovables y en el abandono tanto del carbón como de la fisión nuclear.
Sin embargo, apenas dos años después, la realidad del mercado energético y la presión de la Unión Europea están obligando a Berlín a revisar, al menos de manera indirecta, su rechazo a la nuclear. La razón es sencilla: la industria alemana necesita energía abundante, asequible y libre de emisiones si quiere seguir siendo competitiva, y el gas natural –ya sea ruso o importado de Estados Unidos– no cumple ninguna de esas condiciones.
La dependencia del gas ha resultado letal en un contexto de volatilidad de precios. Tras la invasión rusa de Ucrania, los cortes de suministro de Moscú y la búsqueda desesperada de gas natural licuado en los mercados internacionales dispararon los costes. Alemania, sin centrales nucleares que pudieran actuar como colchón estable, se vio obligada a activar centrales de carbón y a pagar precios de la electricidad hasta nueve veces superiores a los de Francia, país que mantiene una amplia flota de más de 50 reactores nucleares.
La comparación con Francia es sangrante. Mientras los consumidores y empresas galos disfrutan de precios relativamente estables y bajos gracias a un sistema eléctrico sustentado en la nuclear, Alemania se enfrenta a una tormenta perfecta: tarifas altísimas, pérdida de competitividad industrial y aumento de emisiones de dióxido de carbono (CO2). El cierre nuclear, presentado en su día como una apuesta por un futuro limpio y renovable, está mostrando ahora su cara más amarga.
La fisión es pilar para la descarbonización y la autonomía energética en Europa
El contexto político europeo también ha cambiado. En su discurso sobre el estado de la Unión, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, fue clara al afirmar que Europa necesita generar más renovables “con las nucleares como centrales de base”. La frase refleja un cambio de narrativa: la nuclear ya no es vista como un lastre, sino como un aliado imprescindible en la autonomía energética y en la lucha contra el cambio climático.
Ese giro político se ha visto reforzado por el reciente fallo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que ha rechazado el recurso de Austria contra la inclusión de la nuclear en la llamada taxonomía verde. El Tribunal ha dictaminado que la Comisión actuó válidamente al considerar a la fisión nuclear como una fuente baja en emisiones capaz de proporcionar electricidad “de forma continua y fiable”. En otras palabras, la nuclear queda reconocida como una tecnología alineada con los objetivos de descarbonización de la UE y con la necesidad de independencia energética frente a los productores de hidrocarburos.
Alemania, pese a mantener el cierre de sus reactores, ha comenzado a ceder. En un movimiento que muchos analistas califican de pragmático, el Gobierno ha autorizado a su industria a utilizar hidrógeno rosa, es decir, producido a partir de energía nuclear francesa. Esta decisión supone un reconocimiento implícito: si bien Berlín sigue rechazando encender sus propias plantas, admite que la nuclear extranjera puede ser clave para su economía. En la práctica, Alemania se convierte en importador de los beneficios de la fisión nuclear que rechazó en casa.
El hidrógeno rosa se perfila como una solución estratégica para sectores industriales difíciles de electrificar directamente, como el acero o la química pesada. Su uso permitirá a la industria alemana reducir emisiones y acercarse a los objetivos climáticos, al mismo tiempo que recupera parte de la competitividad perdida frente a rivales que pagan la electricidad mucho más barata.
La contradicción es evidente. Alemania defiende un programa de cierre nuclear, pero al mismo tiempo reconoce que no puede sostener su economía sin la energía producida en las centrales francesas. Los críticos lo interpretan como una cesión encubierta y un fracaso de la política energética nacional. Otros, en cambio, lo ven como un gesto de realismo en un momento en que la transición verde no puede basarse exclusivamente en renovables intermitentes respaldadas por combustibles fósiles caros y contaminantes.
Lo cierto es que la presión europea y el peso del mercado han inclinado la balanza. El apoyo institucional de Bruselas a la nuclear, sumado a la sentencia del Tribunal y a las palabras de Von der Leyen, han creado un nuevo consenso en el que esta tecnología se consolida como parte integral de la estrategia energética del continente. El debate ya no es si la nuclear debe existir en Europa, sino cómo mantener en operación los reactores actuales, cómo desarrollar los pequeños reactores modulares (SMR) y cómo atraer la inversión necesaria para asegurar su papel en la electrificación de la economía.
En ese escenario, Alemania aparece cada vez más aislada en su discurso antinuclear. Aunque Berlín no ha dado marcha atrás en el cierre de sus plantas, el simple hecho de abrir la puerta al hidrógeno rosa muestra que la resistencia se erosiona. La competitividad industrial y la estabilidad del sistema eléctrico pesan más que las posiciones ideológicas, y la presión de los grandes grupos empresariales alemanes, alarmados por la escalada de costes energéticos, seguirá aumentando.
La Unión Europea, mientras tanto, ha dejado claro su rumbo: apoyar la energía nuclear no solo como herramienta de descarbonización, sino también como pilar de la autonomía estratégica frente a los países exportadores de gas y petróleo. La lección de la crisis de precios ha sido clara: depender de combustibles fósiles importados es una vulnerabilidad inasumible para la primera economía del continente.
En definitiva, Alemania se enfrenta a una encrucijada. Su renuncia a la nuclear le ha salido cara en términos económicos, industriales y climáticos. La UE y los precios del gas la están empujando, poco a poco, a reconocer la bondad de una tecnología que durante años denostó. No es probable que se produzca un giro inmediato que reabra los reactores cerrados, pero la realidad ya ha impuesto un cambio de rumbo. Alemania, aunque de manera indirecta y con matices, se está reconciliando con la energía nuclear. Y esa reconciliación, aunque silenciosa, puede marcar un punto de inflexión no solo para su futuro económico, sino para el conjunto de la política energética europea.
Foro Mercado Libre es un think tank que promueve el desarrollo de una economía de mercado competitiva en Europa