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El tortuoso camino del bitcoin hasta la cima: de cero a 100.000 dólares en 16 años

La principal criptomoneda vive su mejor momento tras dejar atrás desplomes de su precio, quiebras de plataformas y críticas despiadadas

Bitcoin
Una ilustración muestra al presidente electo de EE UU, Donald Trump, junto a un establecimiento de intercambio de criptomonedas.Tyrone Siu (REUTERS)
Álvaro Sánchez

Hubo un tiempo en que un bitcoin no era suficiente para comprar una pizza. Ni siquiera 1.000 bitcoins. La primera transacción con esta criptomoneda, en 2010, fue la compra de dos pizzas en la cadena estadounidense Papa John’s. Estaban valoradas en 41 dólares, y se vendieron por 10.000 bitcoins. Si Laszlo Hanyecz, un programador de Jacksonville, no hubiera ofrecido en un foro de internet esa cantidad a quien le enviara el pedido a casa, y se los hubiera guardado, hoy tendría más de 1.000 millones de dólares. Cada 22 de mayo, la comunidad cripto conmemora el aniversario de ese día con más mala leche que compasión, saboreando la creciente factura de la comida más cara de la historia.

Para disculpa de Hanyecz, en aquellos tiempos muy pocos podían imaginar que aquella moneda electrónica recién nacida, desconocida para el gran público, creada por alguien anónimo que utilizaba el seudónimo de Satoshi Nakamoto, sería un día codiciada por cientos de millones de inversores en todo el planeta. Superada la largamente anhelada barrera de los 100.000 dólares por bitcoin, parece sencillo sumarse a la corriente, pero su explosión se hizo de rogar, y ha encontrado (y posiblemente encontrará) múltiples obstáculos en el camino.

En una crónica de 2013, Javier Martín del Barrio escribía en EL PAÍS: “Si usted quiere un bitcoin pregunte en Cambrils por Escalicha, que los vende a 845 euros, o mejor por el sevillano Basybil, que trafica a 503. Queden por internet en un café y lleven su smartphone para comprobar la transferencia de esta moneda virtual que ni se ve ni se toca ni existe realmente, pero que en enero se pagaba a 10 euros y ahora a 500, a capricho de un mercado misterioso, anónimo pero cada día más extendido”.

Pablo Romero, consultor de la plataforma Carbono.com, califica esos comienzos como uno de los momentos más inciertos. “Tener bitcoin en los inicios era complejo, se necesitaba tener instalado el software de bitcoin core, y para hacer una transacción, era necesario tener sincronizado tu ordenador con el resto de la red, lo que podía tardar días”.

Visto desde hoy, todo era precariedad y boca a boca. No existía Binance, la mayor plataforma de compra y venta de criptomonedas del mundo, y la estadounidense Coinbase, otra de las grandes, acababa de nacer. En ese escenario, los riesgos se multiplicaban. En 2014, la japonesa Mt. Gox se declaró en quiebra después de perder, por un ataque informático, cerca de 284 millones de euros en bitcoins que sus clientes tenían depositados. Dos años después, en 2016, piratas informáticos robaron bitcoins por valor de 58 millones de euros a la plataforma Bitfinex en Hong Kong.

Esos acontecimientos provocaron caídas puntuales en el precio del bitcoin, pero se recuperó. Superó los 1.000 dólares en la primera sesión de enero de 2017, y a partir de ahí su crecimiento fue meteórico, alcanzando los 10.000 dólares en noviembre de ese mismo año y rozando los 20.000 en diciembre. El siguiente ejercicio sería un baño de realidad. Y la primera de las muchas muertes anunciadas para el bitcoin: se dejó un 80%, pasando a valer menos de 4.000 dólares, en el peor año de su historia. Todo eran malas noticias: las autoridades de EE UU iniciaron una investigación penal ante la posible manipulación de monedas virtuales. Los líderes del G-20 las culpaban del lavado de dinero. Y grandes instituciones como el FMI y el BIS alertaban de su elevado riesgo.

El duelo duró hasta noviembre de 2020, ya pasado lo peor de la pandemia, cuando por fin tocó los 20.000 dólares con los que había coqueteado tres años atrás. Los confinamientos, con los millones de cheques enviados por el Gobierno de EE UU para hacer frente a la crisis, y las largas horas entre cuatro paredes, muchas de ellas conectados a internet, alentaron un bum inversor de quienes descubrieron el bitcoin y fantaseaban con la idea de hacerse millonarios rápidamente. Entre ellos se encontraba incluso uno de los hijos de Christine Lagarde, que pese a las advertencias de su madre, toda una presidenta del Banco Central Europeo, se puso a comprar criptomonedas —no especificó cuál o cuáles— con resultados desastrosos, como ella misma reconoció.

La rentable resaca pandémica

Apoyado en el ingente ahorro acumulado durante la pandemia, cuando por momentos fue imposible gastar en restaurantes y ocio, así como por unos tipos de interés ultrabajos, que ante la nula remuneración de depósitos y deuda pública incentivaron a muchos a lanzarse a por activos de riesgo, el bitcoin despegó. Sobrepasó los 30.000 y 40.000 dólares en enero de 2021, y los 50.000 y 60.000 en febrero, en un inicio de año de absoluta locura. Entonces llegó un golpe del todo inesperado: la criptomoneda TerraLuna colapsó en cuestión de horas, dejando sin su inversión —en algunos casos los ahorros de toda una vida— a millones de personas en todo el mundo. El cataclismo generó dudas. ¿Podría pasarle al bitcoin algo así? La respuesta fueron fuertes caídas, de hasta el 50% hasta ese verano, y a continuación un rebote aún más potente, hasta dejar el nuevo récord en 69.000 dólares en noviembre.

De nuevo, las campanas se lanzaban al vuelo, y la cota de los 100.000 se planteaba como el próximo gran objetivo a batir. Entonces, la inflación hizo su aparición con una fuerza que no se veía en décadas, los bancos centrales subieron los tipos de interés, y el bitcoin se zambulló en el criptoinvierno, un periodo oscuro cuyo punto más bajo fue la bancarrota de la plataforma FTX en noviembre de 2022. Así lo recuerda Jorge Soriano, de la plataforma Criptan. “Fue uno de los peores momentos de la historia del bitcoin. No solo por el tamaño de la perdida en términos económicos, sino porque significó una perdida total de confianza en los actores de la industria y todos nos convertimos en potenciales FTX. En cuestión de minutos se cargó años de trabajo en los que tratamos de demostrar que las criptomonedas no eran para blanquear dinero ni favorecer otros delitos”.

Su máximo dirigente, Sam Bankman-Fried, milmillonario antes de los 30, considerado hasta entonces un genio precoz, entró en prisión. Y de nuevo, las preguntas incómodas aparecieron. ¿Sería Binance la próxima en caer? ¿Está preparado el bitcoin para soportar algo así? La cotización se hundió hasta los 16.000 dólares, dejando atrapados a millones de pequeños inversores. Y sus críticos sacaron pecho, proclamando el estallido definitivo de la burbuja. Pero al bitcoin aún le quedaba mucha vida. El criptoinvierno pasó, la confianza regresó de la mano de la aprobación de los ETF en EE UU, que facilita la entrada de inversores minoristas e institucionales, y la victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos, tras una campaña repleta de promesas favorables para el universo cripto, ha terminado por llevar a la divisa, en la madrugada de este jueves, a la cota soñada de los 100.000 dólares.

El fundador de FTX, Sam Bankman-Fried, llega a un tribunal de Manhattan, el 30 de marzo de 2023.
El fundador de FTX, Sam Bankman-Fried, llega a un tribunal de Manhattan, el 30 de marzo de 2023. Michael M. Santiago (Getty Images)

¿Burbuja o reserva de valor?

El logro no zanja el debate. 16 años después de su nacimiento, su trayectoria sigue marcada por la brecha entre lo que dicen de ella los expertos y su evolución en los mercados. “¡Burbuja!”, repiten los primeros, desde banqueros centrales a Premios Nobel de Economía, comparándolo con tulipanes holandeses. Si no presenta ingresos ni beneficios, no saca nuevos productos o servicios, ni reparte dividendos como hacen las empresas, y tampoco entrega rentas periódicas como la vivienda en alquiler ¿qué sustenta entonces su valor?, cuestionan. Tampoco lo hace el oro, responden sus defensores, situando al bitcoin entre los activos que sirven como una reserva de valor.

Álvaro D. María, autor de La filosofía bitcoin (Deusto), se cuenta entre estos últimos. “Bitcoin es único, sus propiedades no se derivan de blockchain, sino de su sistema de incentivos (mineros, código y nodos) y de la escala que ha alcanzado. El resto de criptomonedas no compiten con bitcoin, sino que son proyectos centralizados que hay que valorar como si fuesen startups. Bitcoin juega en la liga de los activos para aparcar riqueza, como la deuda pública a largo plazo, los bienes inmuebles, el oro, las acciones de empresas consolidadas o los fondos de pensiones y de inversión”, sostiene.

Roland Gillet, profesor de Economía Financiera en la Universidad de la Sorbona de París y en la Universidad Libre de Bruselas, no comparte ese diagnóstico. Opina que la bonanza del bitcoin se sustenta en algo mucho más frágil: la confianza: “Cuando la gente deja de creer en un banco, se produce un bank run [retiradas masivas de dinero]. Con el bitcoin, mucha gente está ganando mucho dinero sin saber muy bien por qué. Si en un momento dado una inteligencia colectiva se activa y se dan cuenta de que todo es especulación, que detrás no hay nada, mucha gente perderá dinero”, augura.



Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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