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Negocios y familia, una combinación peligrosa

Mezclar empresa y lazos sanguíneos puede terminar en una espiral de discordia. Hay protocolos para evitar el desastre

Es bien conocida la enorme variedad de los conflictos que pueden suscitarse entre los socios de una sociedad. Los pactos parasociales son una buena ayuda para evitarlos. O, por lo menos, para proporcionar cauces claros de solución. Sin embargo, el escenario es mucho más complicado cuando los socios son parientes, hermanos, o hijos y padres. En esos casos, a los problemas comunes a cualquier sociedad hay que sumar los desacuerdos personales que puedan surgir dentro del ámbito familiar. Rencillas que, inevitablemente, se proyectan en la sociedad.

La influencia de los factores personales a la hora de tomar las decisiones de empresa hace que las mismas no sean siempre las más acertadas, ni se tomen en base a criterios estrictamente empresariales. Tras cada relevo generacional la situación se va complicando: a veces, las acciones o participaciones acaban en manos de parientes cada vez más lejanos; otras veces, la implicación de ciertos socios familiares en la empresa es meramente nominal, o derivada de la propiedad de unas acciones adquiridas por herencia, pero con escaso interés real por el buen funcionamiento de la sociedad y dando preferencia a sus intereses personales tan pronto aparece en el horizonte alguna crisis, o la necesidad de tomar decisiones complicadas.

Una de las situaciones problemáticas más comunes es el momento en que los hijos del fundador heredan la sociedad. En numerosas ocasiones, y en un intento por evitar precisamente el temido conflicto, el fundador opta por dividir el capital a partes iguales entre todos sus hijos, sin tener en cuenta los intereses y sobre todo las distintas capacidades de cada uno de ellos. O bien puede darse la situación inversa, en la que el socio fundador, pensando más como empresario que como padre, decide dejar mayor porcentaje de la empresa en manos de uno de sus hijos, al que cree más preparado para relevarle, lo que inevitablemente suele conducir a envidias y conflictos.

Más complejidades aún suele ofrecer la incorporación de esposos o parejas de los hijos a la sociedad, normalmente en puestos de relevancia, sin que su preparación empresarial esté a la altura de las circunstancias.

Como se puede comprobar, las empresas familiares tienen difícil superar la barrera del plano personal con éxito, sobre todo cuando pasan a las segundas y sucesivas generaciones y entran en juego situaciones como diferencias de criterio derivadas de la falta de conocimiento empresarial; o dificultades para respetar los niveles jerárquicos cuando no todos tienen el mismo.

La mejor forma de tratar de evitar todas las situaciones anteriormente descritas es tener pactos de familia o protocolos familiares, que blinden ciertas decisiones de empresa, de modo que no puedan tomarse por mero despecho o desavenencias entre parientes. Estos protocolos consisten en un conjunto compromisos y acuerdos que firman los miembros de la familia que actúan dentro de las empresas, de modo que la regulación de las desavenencias que puedan surgir estén ya previstas y reguladas a priori. Es decir, en la garantía que regula en buen funcionamiento de la empresa cuando los problemas familiares amenacen con desestabilizarla.

Estos pactos pueden ser de tres tipos: inscribibles, requieren la aprobación de todos los socios para poderse aprobar, son susceptibles de inscribir en el Registro Mercantil y suelen realizarse por los socios fundadores; secretos, solo conocen su contenido aquellas personas que los firman (este tipo de pacto tiene mayor riesgo de no cumplirse): por último, los famosos pactos parasociales, comunes tanto en empresas familiares como en aquellas que no lo son.

Unido a los mencionados pactos siempre es aconsejable delegar en un equipo amplio la toma de decisiones del día a día, de modo que esos conflictos familiares no existan en el quehacer cotidiano de la empresa, quitando la presión constante que provocan las “pequeñas” decisiones diarias. Si bien es cierto, esta solución es más sencillas para aquellas sociedades que son más grandes, complicándoselo un poco más a las pequeñas y medianas empresas, que tendrán que encontrar ese punto de equilibro con un menor número de empleados y conjunto directivo.

Por tanto, aunque los conflictos familiares, ya sean dentro del ámbito societario como fuera, siempre son desagradables. Lidiar con los mismos a la hora de tomar decisiones de negocio provocan una espiral de discrepancia y discordia que, por desgracia, en la mayor parte de los casos provoca el fin de un negocio que ha podido tardar generaciones en levantarse. Es por ello, que la mejor opción cuando nos encontramos en esta situación es la de evaluar y formular todos aquellos pactos que creamos necesario en tiempo de bonanza y entendimiento, para que cuando lleguen las temidas discusiones familiares afecten en la menor medida posible al buen funcionamiento de la empresa.

Isabel de Santiago Martín, abogada del despacho Círculo Legal Madrid.

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