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Conocer nuestro cerebro y darle herramientas para tomar mejores decisiones

Cómo evitar la emocionalidad y los sesgos psicológicos al invertir

El pasado 22 de julio se celebraba el Día Mundial del Cerebro. Desde el año 2014, la Federación Mundial de Neurología (WFN, por sus siglas en inglés) conmemora este día con el objetivo de remarcar la importancia de la salud cerebral y concienciar a la población de por qué es importante la prevención en relación con las enfermedades cerebrales.

El día de su anuncio, el doctor Raad Shakir, presidente de la asociación en ese momento, quiso poner en valor que “no se puede estar sano si el cerebro no funciona adecuadamente” porque “es el órgano más impresionante y complejo de nuestro cuerpo y su funcionamiento es vital para que el ser humano pueda estar verdaderamente sano”.

Este año, el lema ha sido “Salud cerebral para todos”. Y, aunque el foco de la asociación está puesto en esa prevención para tener salud y evitar ciertas enfermedades neurológicas, lo cierto es que conocer cómo funciona nuestro cerebro, entenderlo y ser consciente de lo que pasa en él nos ayuda a estar mejor emocionalmente y a tomar mejores decisiones.

Hace unos años, en una Conferencia Abante, Nazareth Castellanos, licenciada en física teórica, doctora en neurociencia y autora de “El espejo del cerebro” y de “Neurociencia del cuerpo”, nos recordó una frase de Ramón y Cajal: “Todos podemos ser, si nos lo proponemos, escultores de nuestro propio cerebro”.

¿Qué significa esto? ¿Podemos aprender cómo funciona nuestro cerebro y beneficiarnos de eso? ¿Podemos educar al cerebro y cambiarlo? ¿Eso nos puede ayudar a identificar emociones y pensamientos inconscientes e irracionales?

En este sentido, Castellanos explica que el cerebro tiene una actividad que es espontánea, que es lo que dota a nuestra mente de una capacidad que es involuntaria, y que, por otro lado, hay otra capacidad voluntaria que depende de nuestra intención y nuestro propósito. Y es en esta última en la que podemos trabajar y ser ‘escultores’ de nuestro cerebro.

La clave pasa por tener un propósito y crear hábitos nuevos que acostumbren a nuestro cerebro porque este, como dice Castellanos, siempre optará por la opción que más veces ha utilizado, independientemente de si es la buena o no. Y, además, el cerebro no sabe olvidar, lo que hace es sustituir una opción por otra, por lo que es fundamental poder decirle cómo tiene que hacerlo.

Hablamos de darle herramientas a nuestro cerebro para que piense mejor y tome mejores decisiones. El neurocientífico Jonathan Benito, autor de “Redefine imposible”, explica cómo el cerebro se diseñó en un contexto muy distinto y primitivo al que vivimos ahora. Su principal objetivo es cubrir nuestras necesidades básicas -comer, sobrevivir, dormir, etc. -, unas necesidades que cuando ya están cubiertas dejan a nuestro cerebro desorientado.

Si el cerebro sigue muy centrado en la supervivencia y en la reproducción, no puede, en un primer momento, establecer otros objetivos vitales más ambiciosos, definidos y cuantificables. De ahí la importancia de pensar en esos objetivos y, sobre todo, de darle herramientas para poder alcanzarlos.

Si estas herramientas las trasladamos al mundo financiero y al ámbito de cómo podemos tomar mejores decisiones sobre nuestro dinero, partimos de la base de que las emociones son malas consejeras.

En todo lo relacionado con nuestro bolsillo solemos ser impulsivos e irracionales. Nos dejamos llevar más por la parte emocional de nuestro cerebro, el elefante que definió Jonathan Haidt en “La Hipótesis de la felicidad”. Esa es nuestra parte más emocional, nuestro lado más impulsivo y emocional que hace que no tengamos paciencia, que seamos cortoplacistas y que procrastinemos las decisiones de largo plazo, controlando, de esta forma, a nuestro jinete, el lado más racional.

La clave para educar al cerebro pasa por darle herramientas a nuestro jinete para que pueda controlar al elefante. Y esto se consigue con fuerza de voluntad, con intención y con un propósito.

Así, si queremos invertir nuestro dinero y evitar caer en errores típicos y en los sesgos psicológicos del inversor, como querer salir corriendo del mercado cuando hay pérdidas por miedo a perder más, querer entrar cuando las bolsas están subiendo- a pesar de que eso implique entrar a peor precio-, invertir fijándonos en las modas o en lo que ha hecho un amigo o vecino o mirar únicamente en lo que lo hizo bien el año pasado, debemos darnos herramientas y comprometernos con ellas.

Tener un porqué es la primera. Si sabemos para qué invertimos tendremos un propósito claro, un objetivo medible en el tiempo y cuantificable a nivel de rentabilidad. Es decir, sabremos qué dinero necesitamos y cuándo. Esto nos va a permitir pintar nuestro objetivo en números, saber qué necesitamos y establecer una estrategia de inversión que nos ayude a conseguirlo.

Con todo esto definido tendremos una foto realista de lo que necesitamos y seremos conscientes de las consecuencias futuras de dejarnos llevar por nuestro lado más emocional. ¿Cómo podemos evitarlo? Recordando siempre nuestro propósito y ocupándonos de él.

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