Las protestas dejan a China ante un terrible trilema
Las autoridades saben que por cada ciudadano que se queja de los confinamientos, hay otro aterrorizado por el Covid
La confusa respuesta de las autoridades al aumento de los casos de Covid ha provocado tres días consecutivos de manifestaciones que abarcan varias ciudades y clases sociales. El Gobierno, que ha desperdiciado dos años felicitándose prematuramente por evitar la pandemia, ahora no está preparado para afrontar las crisis económicas, sanitarias y políticas interrelacionadas y derivadas de su exceso de confianza.
Las protestas podrían ser la prueba más crítica para Xi Jinping. Aunque es difícil de medir, hasta ahora las multitudes parecen ser de menor tamaño que en 1989, cuando el Gobierno usó tanques para aplastar un movimiento de protesta masivo de estudiantes universitarios y trabajadores de fábricas descontentos por la corrupción oficial, el estancamiento de los salarios y la inflación del 18%. Algunos piden a gritos la destitución de Xi.
O puede que estén menos concentrados. Los disturbios se extienden por todo el país y la gente sale a la calle frustrada por los duros controles epidémicos que están abatiendo las vidas y los negocios sin un final a la vista.
Como en 1989, los problemas son económicos y políticos, y de alcance nacional; una vez más, los estudiantes de clase media y obreros como los de las cadenas de montaje de Foxconn han encontrado una causa común. Además, internet facilita la coordinación, precisamente lo que los servicios de seguridad llevan décadas intentando evitar.
La inestabilidad acelerará el retroceso del incipiente optimismo de los inversores. A principios de mes, el mercado volvió a apostar por las firmas chinas, después de que Pekín indicara que empezaría a relajar selectivamente el enfoque Covid cero dinámico. Pero fue inoportuno. Mientras el índice Hang Seng China Enterprises se disparaba un 27% en 11 días, nuevas variantes contagiosas del virus hacían metástasis.
Las ciudades pasaron de la relajación a intensificar los confinamientos. Pero, dado que muchos ancianos han rechazado la vacuna, dejar que la enfermedad se desborde provocaría un pico de muertes. Y las autoridades son conscientes de que por cada ciudadano que se queja en la calle, hay otro que está aterrorizado por la posibilidad de contraer Covid.
Este comportamiento socava los argumentos de que el abandono de la política Covid cero estimulará instantáneamente la actividad. El riesgo de que se produzcan altas tasas de mortalidad y el estado aún precario de los sistemas de salud en las regiones más pobres hacen que para el Gobierno sea difícil ceder. Una mezcla de zanahorias y palos podría despejar a los manifestantes de las calles, pero las autoridades no pueden ni intimidar ni aplacar el virus.
Cuanto más crezca el descontento, los partidarios de la línea dura podrán abogar por la violencia contra la disidencia y por la vuelta a la cuarentena rígida. Eso tiene sus propios riesgos. Algunos apologistas de Pekín argumentan que la represión de Tiananmen permitió la posterior era de creación de riqueza. Pero el crecimiento de China se redujo casi dos tercios en 1989, hasta el 4%, y se mantuvo así en 1990. Ahora, con la caída del inmobiliario, del gasto minorista y de las exportaciones, el Gobierno no puede permitirse una mayor contracción. Incluso sin tener en cuenta la respuesta de Pekín a los disturbios, el FMI espera un mísero crecimiento del PIB del 3,2% para China este año. Pero tras haberse metido en este embrollo a base de darse a sí mismas palmaditas en la espalda, las autoridades merecen poca compasión en su lucha por salir de él.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías