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Lo de Japón no es una crisis: está al borde de lo bueno

No tiene un problema de innovación, sino de aplicar lo que ya existe con eficiencia, y así ganar productividad

Realidad virtual para manejar un robot en una tienda nipona.
Realidad virtual para manejar un robot en una tienda nipona.reuters

Con el crecimiento ralentizándose, la demografía deprimida y una balanza comercial muy deficitaria, Tokio quiere incubar nuevas empresas y destinar más dinero estatal a sectores de vanguardia como los semiconductores y las telecomunicaciones de nueva generación. El primer ministro, Fumio Kishida, dice que pondrá la innovación y la investigación científica en el “centro” de su impulso político. Quizás no debería ser así.

No cabe duda de que la escasa innovación es un problema en Japón. Para resolverlo, el Gobierno espera encontrar una alternativa a los tipos de interés ultrabajos que el predecesor de Kishida, Shinzo Abe, puso en marcha para impulsar el crecimiento, una estrategia que está perdiendo tracción a medida que aumenta la inflación mundial. “Creemos que, en lugar de interferir en la política monetaria, el Gobierno debería centrarse en formas de estimular la innovación que creen riqueza”, dijo en enero el entonces ministro de Economía, Daishiro Yamagiwa. Ello ha supuesto impulsar el Fondo de Inversión de Pensiones del Gobierno, de 1,3 billones de dólares, para que participe en la financiación de startups, al tiempo que se eliminan obstáculos regulatorios. En EE UU, casi un tercio del capital riesgo procede de las pensiones, mientras que en Japón solo es el 3%, según un informe de Nikkei.

Otro factor es la ansiedad por la amenaza competitiva de China. La República Popular superó hace más de una década a Japón en cuanto a exportaciones de propiedad intelectual. La producción de patentes japonesas se ha aplanado. El resultado ha sido la erosión de la competitividad japonesa en industrias que antes dominaba: el transporte marítimo, los semiconductores y los vehículos eléctricos. Los paladines de la robótica industrial, como Fanuc, pueden ser los siguientes en sentir la presión china. Tokio también ha puesto en marcha incentivos para que las empresas locales de sectores estratégicos devuelvan desde China sus operaciones de fabricación.

Las iniciativas son bien intencionadas. Sin embargo, el embotamiento de Japón se debe más a su incapacidad para desplegar las herramientas y las mejores prácticas existentes que para inventar otras nuevas. Décadas de estancamiento económico han entrenado al sector privado para evitar invertir dentro de Japón. Incluso ahora, después de que el yen haya perdido un brutal 30% frente al dólar desde enero de 2021, ejecutivos financieros con sede en Tokio dicen que el descuento de la moneda todavía no es suficientemente atractivo como para convencer a las empresas locales para que pongan su dinero extra a trabajar en casa.

Un estudio del FMI muestra que la productividad laboral de Japón, de 40 dólares de PIB por hora trabajada en 2019, ha sido la más baja de los países del G7 desde 1989. Las razones son principalmente sociales: el culto a la adicción al trabajo que lleva a los empleados japoneses a permanecer en la oficina incluso cuando no tienen nada que hacer, por ejemplo. La tradición empresarial de promover la antigüedad por encima de la capacidad ha llevado a absurdos –como el viceministro de ciberseguridad que admitió en 2018 no haber usado nunca un ordenador–.

“Los trabajadores japoneses son de los mejores del mundo”, bromea en privado un ejecutivo de private equity; “sus jefes son unos inútiles”. Los mediocres mandos intermedios se han resistido a actualizar el torpe software heredado y se han quedado con hardware obsoleto como disquetes, máquinas de fax y sellos de tinta para los contratos. Fallos técnicos, incluido el del sistema de copias de seguridad, hicieron que la Bolsa cerrara durante todo un día en 2020. El software y el hardware de Mizuho Financial Group registraron 11 fallos de sistema entre febrero de 2020 y febrero de 2021, lo cual congeló cajeros automáticos y paralizó transacciones, incluso después de que el banco invirtiera 2.600 millones de dólares en actualizaciones.

Cerrar la brecha con la productividad laboral de EE UU, de 70 dólares de PIB por hora trabajada, según el documento del FMI, podría casi duplicar el tamaño de la economía japonesa, en teoría. O bien, los empleados podrían reducir a la mitad las horas de oficina inútiles y dedicar más tiempo a comprar y procrear. Cualquiera de los dos resultados sería mucho más impresionante que el 0,3% que los analistas de Nomura predijeron que podría añadir la adopción de la criptomoneda al PIB japonés.

La tercera economía del mundo tiene un problema de innovación, pero no es una crisis. Disfruta de un nivel de vida envidiado por sus vecinos; el estancamiento ha persistido en parte porque la complacencia es muy cómoda. Y muchos productos nacionales siguen siendo superlativos. Nidec tiene el 80% del mercado mundial de los motores sin escobillas de las unidades de disco duro; empresas poco conocidas, como Shin-Etsu Chemical, de 43.000 millones de dólares, dominan nichos rentables de obleas de silicio y productos químicos clave para la fabricación de chips. El diseñador de procesos de fabricación Keyence es una de las consultoras industriales más rentables del mundo.

Retóricamente, Tokio aspira a estimular la innovación y a eliminar las prácticas obsoletas simultáneamente. Sin embargo, los políticos prefieren, naturalmente, distribuir generosidad fiscal entre los capitalistas antes que arrancar los disquetes de las manos frías y muertas de los burócratas. Ello puede explicar por qué el país, que en cierto modo se parece a un país de las maravillas robotizado, sigue utilizando tecnología obsoleta como los faxes. Invertir en el futuro da lugar a discursos fascinantes, pero Japón S. A. conseguirá más reinventándose que inventando cosas nuevas.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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