Ignacio Bañón: “Las marcas importantes copian nuestros sofás”
Dirige junto a dos hermanos la empresa familiar de muebles tapizados Tienen como clientes a la clase empresarial y a deportistas
Son los tapiceros de la clase empresarial, de los futbolistas y de aquellos que, además de dinero, tienen gusto. Ignacio Bañón (Madrid, 1971), el menor de ocho hermanos, nació entre telas y muebles. Su padre, Fernando Bañón, montó en 1954 un pequeño taller en el barrio de Salamanca de Madrid, por el que desfilaron todos sus hijos. Hoy se ocupa del negocio familiar, Studio Bañón, junto a dos hermanos –Alberto y Adolfo–, dos sobrinos –Isabel y Álvaro Bañón, que es tapicero– y su mujer, en el que trabajan 15 personas. Son una rara avis en una ciudad repleta de multinacionales que ofrecen muebles a bajo precio.
Desde que era un adolescente e iba al instituto sabía que no iba a estudiar ninguna carrera universitaria, porque auguraba que no iba a ser brillante. Tampoco iba a hacer ningún módulo de Formación Profesional dado que no existía la especialidad de tapicería. Confiesa que todo su conocimiento es fruto de la curiosidad y de la experiencia adquirida a lo largo de los años. Su labor dentro de la empresa familiar, que prevé facturar este año 1,7 millones de euros, se centra en la labor comercial y en la creación de diseños entre la tienda del barrio de Salamanca y el estudio que tienen en el barrio de Tetuán.
- R. ¿Cómo compite un pequeño taller artesano con las grandes firmas que venden muebles tapizados?
- R. Todo esto ha cambiado muchísimo. Los clientes ya no vienen solos a comprar un sofá, ahora vienen con un decorador. Es un trabajo más exigente, porque el cliente que quiere algo a medida viene muy asesorado por el decorador. Por ello tenemos un showroom en el que mostramos todo lo que hacemos con detalle. Estamos en un barrio que hace años estaba lleno de oficios.
- R. Algo que en España se ha perdido.
- R. Es muy difícil encontrar artesanos para el taller. No encontramos gente para trabajar la tapicería. En el taller está un sobrino mío y una persona que hemos contratado que tenía un taller en Don Benito. Todos los profesionales que encontramos para trabajar son extranjeros. A mí llegan currículos para trabajar en diseño, en oficinas, pero mano de obra artesanal no hay porque no hay formación. Y el listón que tenemos en Bañón es alto, y para ello se requiere de mucha formación. No sirven las chapuzas. Todo lo que entregamos tiene que estar muy bien ejecutado, lleno de detalles.
- R. ¿Es un trabajo cotizado?
- R. El trabajo de artesano cotiza como si fuera el Ibex 35. Se roban a golpe de talonario. No hay oficio como tal y es una pena. Los buenos tapiceros o tapiceras que hay en el mercado todos tienen trabajo.
- R. ¿Qué busca el cliente que acude a Bañón?
- R. Algo concreto, a medida, algo que no existe. Que sea exclusivo, en el que no haya error. Para cada mueble hacemos una plantilla y lo que buscamos es que sea cómodo, porque parece que el diseño está reñido con la comodidad. Ese equilibrio es el que cuesta conseguir. Nuestra calidad es cara porque utilizamos los mejores materiales. Nuestros rellenos son de Eurolatex, con una densidad alta, de 50 o 60 kilos, cuando la media es de 30 kilos. En el plumón que usamos también hay diferencia por el cañón de la pluma. Un kilo de pluma es muy caro, y si la pluma es buena no se sale porque no tiene cañón. El esqueleto de nuestros muebles es macizo, espigado, hecho por silleros, por esos nuestros sofás pesan mucho. Todo lo nuestro pesa mucho. Y nuestras materias primas son sostenibles.
- R. Las materias primas son cada vez más escasas y caras.
- R. Tenemos la suerte de que anticipamos las compras bastante. Compramos a casas francesas, pero por ejemplo la pluma procede de una fábrica de Zaragoza. Queremos que la oca sea española para tener la garantía de la higiene. Las telas de seda son italianas. Nosotros tardamos dos meses en hacer un sofá. Y antes de tapizarlo hay que probarlo muy bien. Un sofá es como un traje a medida, hay que probar su dureza, la densidad, todos los detalles.
- R. ¿Qué ha supuesto para una empresa como la suya el fenómeno de Ikea en España?
- R. Me ha supuesto poco, pero me advierte de cuando hay que cambiar los modelos. Cuando veo que tienen algo parecido a lo que hacemos, lo cambio. Es la tendencia, nosotros la creamos y huimos de esa masificación. No solemos registrar nuestros modelos, pero las marcas importantes nos copian. Lo bueno es que van por detrás y nos van siguiendo. La tarta se reparte entre poca gente, y artesanos de tapicería quedamos pocos. Nuestros sofás, además, son signo de distinción. A veces veo en Wallapop que se vende alguno de segunda mano y ponen que es un Bañón.
- R. ¿Cuánto cuesta un sofá de Bañón?
- R. De media puede costar entre 4.500 y 5.000 euros, pero depende de las telas, eso es clave. Nuestros clientes no suelen mirar el precio de la tela porque la idea es que sea un sofá para toda la vida. Creemos, desde siempre, en la economía circular. No sigo la política de usar y tirar. Todo tiene que perdurar, aunque los tapizados se puedan cambiar porque siempre hay telas novedosas. Para mí es muy elegante el color azul noche, el mostaza, el café con leche, los blancos, con toques de terciopelo.