El empleo no es inmune a un entorno de riesgos y elevada incertidumbre
Era cuestión de tiempo que el vigoroso ritmo de crecimiento que ha mostrado en los últimos meses el empleo en España comenzase a acusar los primeros signos de cansancio en un entorno en el que crecen los riesgos y comienzan a vislumbrarse los primeros indicadores de ralentización económica. Como habían advertido en las últimas semanas varios miembros del Gobierno, las estadísticas de empleo de la segunda mitad del mes de julio muestran ya cierta paralización en la contratación, con unas cifras de afiliación a la Seguridad Social y de paro registrado que suponen un jarro de agua fría sobre el dinamismo del mercado laboral, hasta el punto de configurar el peor mes de julio de los últimos 20 años. Ha sido un mes atípico en la serie histórica, no solo por mostrar una caída en la afiliación desconocida en ese mes desde 2002 –con un total de 7.366 cotizantes menos que en junio– sino también por saldarse con un aumento del paro registrado, de momento casi testimonial, pero que no se registraba en un mes de julio nada menos que desde 2008, en los inicios de la crisis financiera.
Pese a la lectura voluntariosa de los datos realizada desde el Gobierno, y el balance general de un mercado que funciona, las cifras del séptimo mes del año confirman que el empleo no puede ser inmune a la conjunción de factores adversos que están cubriendo el horizonte de la economía europea. Un contexto sumamente preocupante, marcado por una alta dosis de incertidumbre, un fuerte aumento de la inflación, un horizonte de endurecimiento de la política monetaria, una crisis energética que sigue sin resolverse y que podría precipitar una recesión en Europa, y un conflicto bélico que tensiona la coyuntura económica internacional. Pese al efecto adverso que todo ello puede tener en la confianza empresarial, de momento los signos de desaceleración son ciertamente inusuales en un mes tradicionalmente muy bueno para el empleo y suponen una advertencia de lo que puede estar por llegar, pero no puede hablarse todavía de un cambio de tendencia.
Los próximos meses confirmarán hasta qué punto el motor del mercado laboral está perdiendo fuelle y cuál puede ser su comportamiento en la segunda parte del año. Una evolución que vendrá determinada por la fortaleza y al tiempo por la flexibilidad con la que España sea capaz de afrontar un futuro inmediato fuertemente condicionado por la inflación y la crisis energética, y en el que será más necesario que nunca proteger el empleo y la viabilidad de las empresas con una política racional de contención de costes y de gastos, tanto en el sector público como en el privado.