Europa debe hacer lo necesario para evitar una nueva crisis de deuda
El miedo a la recesión se ha instalado en los mercados, que ayer registraron pérdidas significativas tanto en EEUU como en Europa. La escalada de la inflación, los rumores de nuevos confinamientos en China por el Covid, el enquistamiento de la guerra de Ucrania, la crisis energética y de suministros y, en el caso de las bolsas europeas, las expectativas de inminentes alzas de tipos por parte del BCE explican la nube negra que se ha cernido sobre los parqués. Los datos macro tampoco invitan al optimismo, mientras las previsiones apuntan a un enfriamiento de la actividad en las economías avanzadas para los próximos meses.
La peculiar idiosincrasia de la UE complica la respuesta a una coyuntura crítica y compleja, cuya evolución podría poner a Europa no solo al borde de una recesión, sino también de una nueva crisis de deuda soberana. La rentabilidad de los bonos a diez años se mantiene en máximos de ocho años, con el bono español al filo del 3%, su nivel más alto desde junio de 2014, y el bund alemán en 1,6%. En ese contexto, la anunciada subida de tipos de interés por parte del BCE, con el objetivo de tratar de controlar la escalada de la inflación, puede tensionar la capacidad de pago de la deuda de los países periféricos, con España entre ellos, y obligar a Fráncfort a rescatar a las economías más frágiles, lo que haría resurgir de nuevo una Europa dividida entre países aplicados y países rezagados.
No se puede decir, a la vista de la evolución del rally de los precios, de las cicatrices de la crisis provocada por la pandemia, de la compleja situación geopolítica europea y de los problemas de energía y suministro, que la sombra de una nueva crisis de deuda en Europa pueda considerarse una sorpresa. La eurozona no parece haber aprendido la lección de la crisis de 2008, que estuvo a punto de llevarse por delante al euro, y continúa a día de hoy con deberes pendientes, tanto en lo que se refiere a la culminación de la unión bancaria y la puesta en marcha del fondo de garantía de depósitos común, que Bruselas ha agendado para 2028, como a la posibilidad de poner en marcha un Tesoro común, un instrumento que permita emitir deuda conjunta en la UE.
Los países miembros, especialmente los más lastrados por el endeudamiento, como es el caso de España, tampoco han aprovechado los años de crecimiento previos al estallido de la pandemia para reformar sus economías y sanear sus finanzas públicas. Fráncfort debe hacer ahora su trabajo, pero es responsabilidad de cada Gobierno enviar a los mercados señales inequívocas de que están dispuestos a hacer el suyo sin atender a consideraciones electoralistas o populistas, con el objetivo de reducir en lo posible los numerosos escollos de un horizonte complejo y lleno de riesgos.
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