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El Foco
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

I+D+i para apuntalar el cambio de modelo productivo

La inversión en este ámbito debe ser una apuesta estratégica de España, al margen del signo del Gobierno o la coyuntura

Desgraciadamente para nosotros, aquella broma de la época franquista, en la que se daba una vuelta al axioma de Descartes, que decía “pienso, luego exilio”, sigue siendo, a día de hoy, una realidad en nuestro país. Maticemos: antes era por cuestiones políticas, hoy por cuestiones claramente económicas para los jóvenes investigadores y científicos. Porque investigar a día de hoy en España es llorar.

Hace ya demasiado tiempo que nuestro país viene arrastrándose en ese valle de lágrimas que es la investigación, el desarrollo y la innovación. La situación no viene precisamente desde antes de ayer; ya Miguel de Unamuno usaba la expresión “que inventen ellos” para verbalizar la tradicional falta de interés de nuestro país por la ciencia y la tecnología.

Ese desinterés ha formado parte del ADN nacional. Hoy esas palabras de Unamuno siguen estando tan vigentes como antaño. El emprendimiento en ciencia, tecnología e innovación sigue siendo raquítico en comparación con los países europeos de nuestro entorno. Así, mientras que Alemania dedicó a I+D+i un 3,14% de su PIB en 2020, España dedicó apenas el 1,41%, muy por debajo del 2,36%, que es la media de la zona euro.

Si tenemos en cuenta que, de ese porcentaje, el 0,78% proviene del mundo empresarial, el 0,37% del académico, nos deja un escuálido 0,25% para la Administración pública. Los datos hablan por sí solos y evidencian el retraso de nuestro país en esta materia. España invirtió 144 euros por habitante en 2020, la mitad que Bélgica, menos de un tercio de lo que invierte Alemania. Nuestra capacidad de innovar es peligrosamente menor que nuestro entorno, lo que repercute en una menor competitividad, así como en un auténtico desperdicio del talento humano que posee nuestro país.

Volviendo al “pienso, luego exilio”, casi la mitad de los trabajadores cualificados españoles acaban emigrando al extranjero, convirtiendo a España en uno de los países de la Unión Europea que ha perdido más trabajadores con alta cualificación en los últimos años.

Se trata de un personal que emigra ante la imposibilidad de utilizar sus conocimientos en su propio país. España es incapaz de aprovechar los recursos humanos que genera, a pesar de haber invertido mucho tiempo y dinero en su formación. Sin embargo, al joven que decide quedarse solo se le ofrece precariedad como alternativa.

Han sido muchos años de “que inventen ellos”, de recortes, de inacción política y empresarial que han condenado a nuestra economía al predominio de actividades de bajo valor añadido.

La pandemia nos ha vuelto a recordar la importancia de la investigación científica, la necesidad de ponerla en su justo valor, de ubicarla en el centro de los intereses sociales y económicos del país. Debería ser una exigencia para toda sociedad que quiera avanzar, pues, si queremos que nuestras industrias sean competitivas es necesario apostar fuerte por la investigación a través de la inversión pública y privada.

Ahora más que nunca, cuando estamos inmersos en una profunda transformación en torno a las transiciones ecológica y digital, la I+D+i debe configurarse como el eje vertebrador del desarrollo económico y social para afrontar el necesario cambio del modelo productivo que necesitamos. Debe formar parte de la cultura política y económica, asumirse como un asunto transversal sobre el que sentar las bases de futuro de nuestro país. La inversión en innovación y desarrollo tecnológico debe ser una apuesta estratégica del país al margen de la coyuntura, los Gobiernos o los ciclos económicos. Incrementar la competitividad y productividad de nuestra economía pasa por el cambio de modelo productivo. Pero sin inversión en formación y actividades de alto nivel tecnológico fomentadas en la I+D+i, no se estarán poniendo las bases para un crecimiento económico estable y sostenido.

La inversión privada en I+D es una parte indispensable en esta ecuación, en coordinación con la inversión pública. Por eso, es necesario que los empresarios superen prejuicios y se convenzan de que esa apuesta no es un lujo ni un capricho, sino que es beneficiosa para la empresa tanto a corto como a largo plazo.

Las Administraciones públicas han de ejercer el papel de motor en ese cambio de modelo productivo, movilizando los recursos suficientes para que estemos en un nivel de gasto en relación con el PIB equiparable a la media de los países europeos. Se necesitan acciones concretas, hechos, financiación, presupuestos, y una efectiva ejecución de los mismos.

En esta línea, es igual de importante y urgente mejorar las condiciones laborales del personal investigador para cerrar el grifo del éxodo de cerebros. Acabar con los salarios bajos, con la concatenación de contratos temporales, con la precariedad, y con la falta de reconocimiento a la labor de estos profesionales. También acabar con las altas cargas burocráticas existentes en el medio investigador, rejuvenecer las plantillas y potenciar las infraestructuras científicas. En todo esto el Estado tiene mucho que decir.

Dejémonos de buenas intenciones y grandes palabras. No hay excusas para potenciar la I+D+i en nuestro país. La competitividad y el futuro de nuestra industria dependen de ello.

Pedro Luis Hojas Cancho es Secretario general de UGT FICA

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