Reajustando expectativas y suavizando el temor a la inflación
Hay un convencimiento colectivo de que el inevitable incremento de precios podría ser pasajero en sus causas
Parece que los mercados siempre encuentran buenas razones para quitarse del medio las preocupaciones que deben ir afrontando, ya sea derivadas de las sorpresas con que se encuentran en términos de declaraciones poco deseadas, como las que vienen de datos mal anticipados o, las que proceden de una mezcla de todo que tiene que plasmarse en un reajuste de expectativas tan importante como al que hemos asistido. Este reajuste ha tenido bastante de técnico y no tanto de fundamental, y se ha materializado en su reacción inicial a través del cierre de posiciones cortas por parte de los convencidos del reflation trade, que creen que nos viene una inflación importante y no tan transitoria. Responde al “pido activos de renta fija en préstamo, vendo, recompro apostando a mercados bajistas, y devuelvo lo que se debe”.
En la base de esta reflación está el hecho de que las políticas monetarias y fiscales, llevadas a tal extremo, acaban por crear inflación, que es bienvenida siempre que no se vaya mucho de las manos, pero que se convierte en mala compañera cuando se incrementa de manera agresiva sin ir acompañada de un crecimiento suficiente.
Los mercados llevan mucho tiempo viviendo de las buenas expectativas, pero no de un presente tan halagüeño que pudiera dar suficiente excusa para seguir viendo optimismo en unas Bolsas que baten máximos día tras día. Y, cuando se han empezado a ver las primeras pistas sobre la posibilidad de que ese super-rebote en la actividad económica no se va a producir todavía, sobre todo en EE UU, los mercados han sabido asumirlo y han aprendido a convivir con ello, una vez más, de manera natural.
A pesar de todo, nos esperan cifras de crecimiento que, aun sin acercarse al doble dígito previsto hace un tiempo por algunos, sí serán las más fuertes en varias décadas. Pero, después de unas sesiones en las que ha habido que encontrar un camino que se alejara de esa volatilidad sufrida en la segunda mitad de junio y primera semana de julio, lo que los mercados celebran es que se suavizan esos miedos a sufrir una inflación importante. O, mejor dicho, hay un convencimiento colectivo de que el inevitable incremento de precios podría ser pasajero en sus causas, como tantas veces se han atrevido a afirmar los representantes de los bancos centrales.
Una cosa por otra, tendremos datos de crecimiento más suaves, pero también una inflación más controlada en tiempo y profundidad y, a la postre, lo que acaba realmente por relajar a muchos: un nuevo orden de realidad previsible a medio plazo en el que los bancos centrales continuarán encontrando buenas excusas para seguir cuidando de todo y todos. La evolución de las diferentes cepas del virus puede aconsejar que así tenga que ser, por mucho que estemos convencidos de que solo se normalizarán las cosas cuando dejemos de estar anestesiados por tanta liquidez, ayuda y estímulos.
Por tomar una referencia, el Fondo Monetario Internacional pronosticaba en abril un crecimiento del PIB para la economía mundial en 2021 del 6% (6.4% para EE UU, 4.4% para la eurozona y 8.4% para China). Muy probablemente y a la vista de los últimos datos macro, esas proyecciones tendrán que ser revisadas a la baja en octubre.
Pero ¿era realmente el excesivo crecimiento lo que preocupaba a los agentes en general? Estimo que cualquiera podía entender que, con los ritmos de reactivación de las economías tras las medidas restrictivas, con un ritmo de vacunación que no cesa, con una necesidad de alegría en el consumo y la demanda derivada de toda la reapertura, y con unos datos en los que el efecto de base provoca que la publicación de los PIB sea especialmente llamativa, pocos dudaban de que el crecimiento se iba a disparar.
Pero, lo que viene asociado a crecer tan rápido tras haber caído tan rápido, y hacerlo basado en unas expectativas tan positivas con los bancos centrales inyectando tanta liquidez y con las Bolsas con valoraciones altas y muy sesgadas en torno a unos pocos valores muy capitalizados, es que podría suponer que la situación no esté bajo control, sobre todo en lo que a control de precios se refiere.
Y ya sabemos que, en su esencia, los bancos centrales tienen como una de sus misiones esenciales, precisamente, el control de precios. Y aquí está la base de todo, que el miedo de verdad de los acomodados agentes de mercado es un descontrol de precios al alza, que provocara actuaciones de bancos centrales que fueran por el camino de dejar de ser tan demandantes de activos a través de sus programas de compras y que, incluso, se creara una situación en la que el incremento de tipos formara parte de la batería de soluciones.
Veremos cómo se va dirimiendo la situación, pero, de momento, tras unos meses de abril y mayo en los que todos los mercados solo se movían en rango y sin episodios negativos, que antecedieron a unas semanas en las que el reajuste de las perspectivas de crecimiento e inflación creaba nerviosismo, ahora nos toca esperar a ver cómo lo hacen las empresas en sus resultados del segundo trimestre. Pura economía real que nos devuelve, afortunadamente, a análisis más fundamentales, y a posteriores datos macro y reuniones de bancos centrales que vayan dirimiendo el panorama de la segunda parte de un año, que avanza a toda velocidad.
Eso de que el tiempo vuela es ya una afirmación que casi nadie discute. A seguir cuidándonos mientras tanto.
Jesús Sáez es Responsable de Emisiones de Deuda para Iberia en Natixis