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A fondo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Hablemos con números de la pandemia de Covid-19 en España

Cifras nunca vistas de contagiados sanitarios, ausencia de proyecciones oficiales de mortalidad y una barrera invisible: la edad como límite para ingresar en UCI

Efe

El ingreso de mi padre, de 86 años, por neumonía por coronavirus en un hospital madrileño me ha suscitado una reflexión inquieta que ni puedo (ni quiero) dejar de sacar a la luz.

Hablemos con números de la pandemia por coronavirus Covid-19 en España. Surge la pregunta de cuál es la cifra que hay que monitorizar: contagiados, hospitalizados, ingresados en UCI o fallecidos. Siendo todas dignas de consideración, la más utilizada, la cifra de contagiados, no puede considerarse un parámetro sólido para el seguimiento de la pandemia. Y ello por múltiples razones: hay criterios cambiantes para la solicitud de la prueba diagnóstica sobre RNA viral (PCR), existen dificultades de acceso a la misma (ni siquiera se realiza a todos los pacientes con síntomas), la constatación de múltiples casos fallecidos sospechosos en que nunca se llegó a solicitar, y su tasa de falsos negativos. La tasa de ingresados en UCI no parece fiable tampoco por los cambios en los criterios de ingreso (por ejemplo, edad máxima) y porque una vez producida una saturación local deja de aportar información relevante (Madrid es un ejemplo). De seleccionar un parámetro, tal vez el más interesante para el seguimiento de la pandemia sea la cifra de fallecidos, por su solidez y su obvia relevancia.

La cifra global de fallecidos en España, que alcanzó su pico en 950 casos el pasado 1 de abril y teniendo en cuenta que quedarán varias semanas de descenso (¿tres-cuatro?), permite vaticinar un total de fallecidos pavoroso (¿entre 20.000-25.000?). Frente a la profusión de mensajes optimistas, llama la atención la ausencia de proyecciones oficiales de mortalidad, que sí se están haciendo en otros países, ni siquiera presentadas bajo la modalidad de escenarios (favorable, desfavorable), sino optando por un silencio no comprometedor.

La otra gran pregunta es si incluso para la aparentemente rigurosa cifra de fallecidos no cabe plantear la grave objeción de si están computados todos los fallecidos por coronavirus. Nuevamente surcamos un mar de indefinición oficial. Como ya había sugerido algún alcalde y como viene a reconocer recientemente el propio sistema oficial de monitorización de la mortalidad diaria (informes MoMo Instituto de Salud Carlos III), desde hace varias semanas se constata en España un exceso medio de fallecimientos del 43% (en algún grupo hasta el 133%) que no se explicaría por el número reconocido de fallecidos por coronavirus. Sería razonable entonces inferir que un significativo número de decesos sin etiquetar (especialmente ancianos institucionalizados) correspondería también a esta pandemia. Debe considerarse necesario confeccionar una lista paralela de casos fallecidos sospechosos/con síntomas, en la que se integrarían los fallecidos en residencias asistidas (una sexta parte de sus ocupantes en algunas).

Otro capítulo es el de las cifras de contagiados en el ámbito sanitario, que no merecen otro adjetivo que el de escandalosas. No puede aceptarse que a estas alturas haya casi ¡20.000 afectados!, y los que quedan, pendiente de recorrer la curva descendente. Ante esta máxima cifra mundial la descripción oficial es un “número importante”. Son cifras que solo pueden explicarse desde lo obvio: una desprotección sistemática por deficiente gestión sanitaria en la adquisición y dispensación de equipos de protección. Basta ver las imágenes televisivas de equipamiento de sanitarios en otros países (China, Reino Unido) y confrontarlas con las de nuestro personal, demasiadas veces equipado sólo con mascarilla y bata verde. Puede que, ya que con tanta fanfarria se expresa, los sanitarios sean héroes; pero desde luego no tienen que ser mártires (hasta ahora en once casos en sentido literal). Ni kamikazes, según refiere alguna prensa ahí afuera. Los profesionales de la sanidad en particular y la sociedad española en general deberán hacer algo a este respecto llegado el momento.

Y una barrera sobre la que tantos han pasado de puntillas: existe un tope de edad para el ingreso en UCI, variable en función de la disponibilidad del recurso: 70/65 años (y por supuesto bloqueo al paciente oncológico de cualquier edad). No porque los intensivistas sean malevolentes: estos límites se están aplicando por la insoportable saturación de nuestros hospitales; pero es bochornosa la falta de reconocimiento enfático de esta tragedia por la que un médico ha de decidir la pérdida inevitable de un paciente por el simple guarismo de su edad, con independencia de su estado funcional. Y mientras que los informativos nos muestran imágenes de trenes medicalizados en Francia para transportar pacientes entre regiones, no disponemos de información de un solo caso de paciente de Madrid (ciudad con cuatro hospitales de sendas capitales de provincia a tres cuartos de hora, y otras más a poco más de una hora), que haya sido trasladado fuera para cuidados intensivos. Porque el hecho ineludible es que no apelar a esas camas de UCI de hospitales próximos comporta una pérdida de vidas, no por difícilmente cuantificable menos cierta. Si nuestro país no quiere (o no tiene capacidad de) llevar a la práctica la solidaridad entre regiones en situaciones como esta, ¿para cuándo esa solidaridad? Uno sospecha que algo huele a podrido en todo esto, en nuestra organización sanitaria y política.

Mientras, seguimos careciendo de información suficientemente desagregada por localidades. La envidia le corroe a uno al ver (no en una web sanitaria superespecializada, sino en un diario generalista, el New York Times) las cifras de afectados en Nueva York desagregados ¡por código postal! Para quienes, grandilocuentes (“dime de que presumes…”), apelan a la transparencia: ¿tan difícil, tan costoso es contar palotes y colgarlos en una web? ¿O es que no se quiere hacer, pero no se dice que no se quiere hacer?

La tasa española de mortalidad por Covid-19 por millón de habitantes es la mayor del mundo a fecha de hoy. Unos u otros intentarán que el dato de fallecidos pase lo más desapercibido posible, se centrarán machaconamente en “la noticia positiva del número de altas”, pero está ahí, y cada familia en que a esa cifra le ponga un nombre señalará con el dedo hacia arriba. Y cuando dicen “todos juntos podemos con esto” no señalan que a ese todos hay que restarle la cifra de los que día tras día en un suplicio interminable se están yendo de nuestro lado para siempre.

Pues la clave de la distorsión de los hechos no radica en la mentira. Demasiado burdo. Se trata más bien de la gestión del énfasis, de que para un aspecto delicado como “la mayor tasa mundial de…” se eluda resaltarlo; o que se elija pasar de puntillas sobre ello; y también resulta efectivo presentarlo junto a algo positivo que le dé sombra. Gestionar la atención del público como hace un buen prestidigitador. Y siempre se puede recurrir a decir “estamos trabajando para…”.

Hubo unas semanas críticas para la posterior evolución de la pandemia en nuestro país: cuando se contaba con avisos específicos de la OMS sobre adquisición de material y distanciamiento social, que, sin embargo, no se siguieron de actuaciones inmediatas y sistematizadas, en España y en otros países. Por otro lado, la similitud de las curvas de crecimiento en diferentes autonomías, pero con cifras absolutas acumuladas dispares permite inferir diferentes puntos de partida. Cabe preguntarse entonces cuántas muertes habrían podido evitarse de haberse decretado el confinamiento meramente una semana antes y cuántos casos de sanitarios contagiados no habrían ocurrido de haber mostrado mayor diligencia en la adquisición de material de protección.

Ciertamente se han hecho infinidad de cosas bien y debemos resaltarlo, pero por favor y con el debido respeto: no nos den más ánimos; proporcionen mascarillas y demás elementos de protección sanitaria; dennos más tests diagnósticos de PCR y consigan de una vez las pruebas rápidas (¿cuántos días llevan hablando de ellas sin que aparezcan?), que resultarán necesarias por cientos de miles una vez superada la fase de confinamiento. Y también proproporcionen más datos detallados y suficientemente desagregados: faltan datos evolutivos relevantes como la proporción de pacientes sintomáticos no ingresados, la tasa de fallecimiento de los ingresados en el hospital fuera de UCI, o la proporción de pacientes inicialmente ingresados en planta que luego acaban en UCI.

Frente a posibles deficiencias de gestión –traducidas en vidas perdidas–, y advirtiendo la calidad humana de tantos y tantos españoles de a pie con su ejemplo de ayuda y de abnegación en estos días difíciles, recuerda uno el famoso verso del Mio Cid  (“¡Dios, qué buen vassallo! ¡si oviesse buen señor!”): qué gran país si contáramos con líderes a la altura de su pueblo.

Carlos Jara Sánchez es Doctor en Medicina. Especialista en Oncología Médica.

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