¿Cómo puede crecer España?
Corea y Finlandia han demostrado el potencial económico de impulsar el liderazgo tecnológico
La Comisión Europea expuso por primera vez en 1995 la paradoja europea: la producción científica de Europa es puntera en el mundo, pero no se consigue que una parte importante de los resultados de investigación y desarrollo (I+D) se transformen en innovaciones que generen actividad económica. Desde entonces, defensores y detractores de esta paradoja han argumentado a favor y en contra. Algunos defienden que el esfuerzo europeo en I+D no es suficiente, otros que el problema radica en el tejido empresarial. Pero lo cierto es que hoy todos los ciudadanos europeos usamos dispositivos electrónicos fabricados en Asia y controlados por software de compañías estadounidenses. Entre las 500 empresas con mayor volumen de negocio del mundo (Global 500 2019), aparecen 37 empresas tecnológicas: 22 asiáticas, 13 americanas y 2 europeas.
España es un caso exagerado de esta paradoja. A pesar de los recortes de los últimos años, y a pesar de que la inversión en I+D español está, en términos relativos, muy por debajo de lo que debería ser para un país con el PIB español, en el periodo 1996-2018 España ocupa el décimo lugar en el ranking mundial de publicaciones científicas (SCImago Journal and Country Rank). Por el contrario, en el Global Innovation Index 2019, la última edición del informe que mide el esfuerzo en innovación realizado por cada país, España aparece en el lugar 29, muy por detrás de lo que le correspondería para un país con su PIB. La economía del conocimiento es la base del crecimiento económico en los países desarrollados (excepto para países ricos en recursos naturales). Se fundamenta en dos actividades. Por una parte, la I+D, que no es más que invertir dinero para generar conocimiento. Y por otra parte, la innovación, que no es más que seleccionar nuevos conocimientos para generar dinero mediante la introducción en el mercado de nuevos productos y servicios.
Que un país sea más o menos eficiente innovando no es solo un problema intelectualmente interesante. Que España pueda pagar las pensiones durante los próximos años depende esencialmente de las contribuciones a la Seguridad Social de los trabajadores activos. Alinear las actividades de I+D con la innovación empresarial en determinados sectores, o para resolver determinados problemas, permitiría tener una industria competitiva, exportadora, con más empleos de alto valor añadido.
Algunos países han demostrado que es posible. La República de Corea, por ejemplo, en 1990 tenía una renta per cápita de 8.273 dólares, un 39% inferior a la española. El Gobierno coreano apostó por una estrategia de crecimiento económico basada en conseguir el liderazgo mundial en determinadas tecnologías y servicios de las tecnologías de la información (la estrategia IT839). La industria y la Administración pública se repartieron los papeles, compartieron objetivos y esfuerzos para ejecutar la estrategia. En el año 2018, Corea tiene una renta per cápita (en paridad de poder adquisitivo) de 43.351 dólares, ligeramente superior a la española. Finlandia diseñó una estrategia parecida después del colapso de la Unión Soviética en 1991. Y es un buen ejemplo de que el Estado del bienestar funciona.
En ausencia de una estrategia de país, o como parte de esta, otra alternativa para alinear las políticas de I+D con la innovación empresarial consiste en definir grandes proyectos tractores en campos en los que España pueda lograr una buena posición de ventaja competitiva a nivel global o donde exista un mercado en expansión. Estos proyectos deben basarse en tecnologías disruptivas y ser rápidamente escalables. Inevitablemente, impulsarán procesos de transformación digital y contribuirán a la consolidación en España de una industria competitiva.
En esta línea, desde nuestra organización se ha propuesto la identificación y el impulso de macroproyectos tractores de país en áreas donde las empresas españolas puedan jugar un papel relevante a escala internacional. Algunos podrían girar alrededor de la cadena de valor en la industria agroalimentaria, la transformación digital en la atención sanitaria, la movilidad sostenible en el ámbito urbano e interurbano o la digitalización del sector turístico. Son cuatro temas en los que España ya goza de una buena situación de partida. Por último, y para intentar mayor cohesión europea en los procesos de I+D y de innovación, distintos grupos de expertos están colaborando con la Comisión Europea en la definición del Noveno Programa Marco de Investigación e Innovación (FP9) orientado a misiones tecnológicas. Esta es una iniciativa liderada por la economista Mariana Mazzucato. Para entender qué es una misión tecnológica se utilizan habitualmente las palabras del presidente Kennedy en 1961: “Vamos a enviar un hombre a la Luna que volverá a la Tierra de manera segura antes de terminar la década”. Era un objetivo concreto, comprensible, alcanzable, que tenía un límite de tiempo para ser conseguido.
La Comisión Europea está actualmente en proceso de reflexión sobre cuáles deberían ser las misiones que guíen la I+D y la innovación en Europa para la próxima década. Si el concepto de misiones tecnológicas sale adelante, en el Noveno Programa Marco ya no se hablará (solo) de tecnologías o de sectores de actividad. Se hablará de grandes retos sociales y de misiones concretas para afrontarlos, cada misión desencadenando múltiples proyectos, en sectores diversos, generando crecimiento económico y empleo de valor añadido.
Algunos países, como Alemania, ya se están moviendo en esta dirección. Energiewende (energía verde) tiene el objetivo de llegar a una producción de energía casi 100% renovable en 2050. No se trata solo de sustituir centrales nucleares y de carbón por centrales eólicas y solares. Es preciso invertir en digitalización para gestionar un sistema de producción energética mucho más complejo que antes. Además, para conseguir el anterior objetivo hay que modificar los sistemas de transporte de mercancías y personas, la forma en la que se calientan o enfrían edificios, el abastecimiento energético de las grandes industrias, etc. Es una misión concreta, con un objetivo concreto a conseguir en un determinado horizonte temporal. El Reino Unido también ha establecido cuatro misiones, con objetivos concretos a conseguir entre 2030 y 2040, relacionadas con la inteligencia artificial, el envejecimiento de la población, el medio ambiente y la movilidad. Para el éxito de cualquier proyecto de innovación por misiones es imprescindible el uso extensivo de tecnologías digitales.
Nada impide que en España definamos una estrategia de crecimiento basada en la economía del conocimiento. Aunque estos temas están ausentes en el debate político actual, debemos definir proyectos tractores para reforzar la competitividad de la industria y la creación de puestos de trabajo de alto valor añadido. Debemos definir nuestras propias misiones, relacionadas con los grandes retos a los que nos enfrentamos: el envejecimiento de la población, el cáncer, el medio ambiente, la inmigración, etc. Lo que debemos discutir son las oportunidades de crecimiento para España durante las próximas décadas en la economía del conocimiento.
Grupo de Reflexión Ametic