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El jefe de Blackstone no pide perdón en sus memorias

La autobiografía de Steve Schwarzman es una carta de amor al elitismo

Stephen Schwarzman, fundador y consejero delegado de Blackstone.
Stephen Schwarzman, fundador y consejero delegado de Blackstone.REUTERS

Cualquiera que sobreviva en Wall Street tiene historias que contar. Steve Schwarzman tiene más que la mayoría. Véase su primera reunión importante como asociado júnior en Lehman Brothers a principios de la década de 1970. A la firma le estaba costando conseguir compradores para la OPV de la precursora de la empresa de préstamos para estudios Sallie Mae, y el alto ejecutivo Lew Glucksman no tomaba prisioneros.

“¿Quién coño eres?” le gritó al chico nuevo. “Y por qué no te sientas derecho.” Schwarzman se enderezó, pero no se asustó. Es mejor ser visto y oído, y aprovechar la oportunidad de resolver un problema difícil, dice en sus nuevas memorias, What It Takes: Lessons in the pursuit of excellence (Lo que hace falta: lecciones sobre la búsqueda de la excelencia). Así que se dirigió a Harvard y a otras instituciones académicas, y regresó con casi 100 millones de dólares.

Así comenzó un ascenso meteórico. Schwarzman se convirtió en socio y director de Fusiones y Adquisiciones en Lehman, y luego negoció la venta de la firma a American Express. Fundó Blacks­tone con su antiguo jefe de Lehman, Pete Peterson, y con 400.000 dólares de su propio dinero, y lo convirtió en la firma de inversión alternativa más grande del mundo, administrando 545.000 millones en activos. Hoy, Schwarzman y sus colegas tienen poca necesidad de cheques de 20 millones de dólares. La firma ha levantado este mes un fondo inmobiliario récord de 20.500 millones.

Schwarzman ofrece un animado relato de los días de gloria de la banca. Wall Street era una industria artesanal cuando comenzó: Lehman tenía sólo 30 socios cuando él se unió. Eso le permitió aprender de los gigantes de cerca. Gente como el legendario Felix Rohatyn, que le dijo a un joven Schwarzman que se quedara en Lehman en lugar de saltar a su firma, Lazard, donde terminaría como esclavo de amos como el propio Rohatyn.

El libro es también una carta de amor al elitismo de un hombre que habla con el presidente de EE UU, Donald Trump, y el chino Xi Jinping, y que cuenta a Masayoshi Son, de SoftBank, y a Ray Dalio, de Bridgewater Associates, entre su círculo filantrópico. Puede que algunos multimillonarios como Dalio cuestionen si el capitalismo sigue funcionando, pero Schwarzman no deja ninguna duda sobre de qué lado está.

Entonces, ¿qué hace falta para ser Steve Schwarzman? Una respuesta es estar en el lugar correcto en el momento correcto. En las últimas décadas, el riesgo se ha desplazado sistemáticamente de los bancos de inversión a los hedge funds y las empresas de capital riesgo. El entorno actual de bajos tipos de interés tiene a los fondos de pensiones públicos, los fondos soberanos de inversión y otros grandes institucionales clamando por los retornos más altos que ha proporcionado el capital privado. También han tenido un crecimiento explosivo empresas como KKR, Apollo Global Management y Carlyle.

Sin embargo, Blackstone destaca también por la energía y el deseo ilimitados de Schwarzman. Recuerda su frustración de adolescente cuando su padre descartó la idea de expandir la tienda de cortinas y ropa de cama de la familia en Filadelfia por todo Pensilvania porque tenían todo lo que necesitaban. “No se trata de lo que necesitas”, escribe. “Se trata de deseos.”

Luego está la red de contactos. El tomo de Schwarzman es un quién es quién de los brókeres de poder. Ahí está Sam Zell, el zar inmobiliario de Chicago que entró en la oficina vacía de Blackstone en Nueva York en uno de sus primeros días en el negocio, iniciando una relación que culminaría con la adquisición por 39.000 millones de sus propiedades en la víspera de la crisis de 2007. Schwarzman habló con Mike Bloomberg pero no respaldó su naciente empresa de datos financieros. El año pasado, sin embargo, compró una participación mayoritaria en el negocio de datos financieros de la matriz de Breakingviews, Thomson Reuters, valorándolo en 20.000 millones.

Schwarzman sigue motivado, pero con 72 años y con un patrimonio neto de 18.000 millones, los pensamientos sobre su legado se ciernen sobre él. Por eso ha diseñado el libro como una especie de guía de autoayuda para los futuros amos del universo. Los empresarios exitosos se hacen, no nacen, y nunca dejan de aprender de sus errores, dice. Se necesita un equipo para ganar. Piensa con audacia y apuesta a lo grande. La amistad y la lealtad pagan dividendos incalculables.

Tales máximas son todas buenas, pero lo que falta es una introspección más profunda. El aumento del capital privado ha coincidido con un aumento histórico de la desigualdad. El CEO medio de EE UU cobra 278 veces más que el trabajador promedio, en comparación con 58 veces en 1989, según el Instituto de Política Económica. Sin embargo, Schwarzman sugiere que hacer que las empresas sean más rentables es la única función de los negocios. Dona cantidades considerables, pero gran parte van a élites de la academia como Yale y Oxford.

Sus referencias políticas se refieren sobre todo a la preocupación por un esfuerzo para cerrar el vacío legal que permite a los barones de la compra de acciones como él pagar menos impuestos. Lamenta que la marcha neonazi de 2017 en Charlottesville (Virginia) provocara la caída del órgano asesor de competitividad de la Casa Blanca que presidió, pero no tiene nada que decir contra Trump. Meses después, por supuesto, el presidente firmaría el recorte de impuestos que benefició sobre todo a la élite de Schwarzman.

Es el tipo de mensaje que casi parece diseñado para atraer la ira de las aspirantes presidenciales demócratas más izquierdistas como la senadora Elizabeth Warren, que está centrando su campaña para 2020 en un impuesto sobre el patrimonio y una medicina social. Es difícil imaginar que caiga en la implacable red de Schwarzman. Es aún más difícil pensar que no lo intentará de todos modos.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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