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El foco
Tribuna
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La gran paradoja del empleo tecnológico en España

Se forma a los mejores profesionales, pero el mercado es incapaz de retenerlos

Hannibal Hanschke (REUTERS)
CINCO DÍAS

A pesar del consenso unánime de estamentos económicos y empresariales, tanto nacionales como internacionales, sobre la necesidad de aumentar el número de trabajadores especializados en nuevas tecnologías, la realidad es que nuestro mercado de trabajo es refractario, cuando no hostil, al empleo relacionado con las tecnologías de la información y la comunicación (TIC).

Por un lado, nuestro sistema universitario se muestra incapaz de incrementar el ritmo de egresados en TIC, hasta el punto de mostrar cifras inalterables en todo un lustro. Así, nuestras universidades proveen de 44.000 egresados TIC al año, prácticamente la misma cifra que en 2013. De hecho, según datos de Eurostat, en 2016 solo se graduaron 263 alumnos más en carreras TIC que en 2015, lo que indica un estancamiento inconcebible y sin paragón en la Unión Europea. Sin ir más lejos, Alemania ha pasado de 122.000 a 158.600 egresados en carreras TIC en el periodo comprendido entre 2013 y 2017, con un incremento, solo en el último año, de 8.673 nuevos egresados (30 veces el crecimiento interanual de España). Otro tanto podríamos decir del Reino Unido, que ha aumentado su número de titulados TIC a razón de 3.000 más cada año, o los Países Bajos, que ha incrementado su cantera en 8.000 personas más al año hasta los 23.400 titulados en nuevas tecnologías en cada curso académico. Esta comparativa evidencia que todos nuestros vecinos –y directos competidores– han asimilado y asumido el axioma enunciado en el inicio: sin empleo tecnológico no hay futuro digital. Las causas que están detrás de esta parálisis son sobradamente conocidas: infrafinanciación, con planes desligados de los vaivenes políticos e ideológicos, junto con la sistemática lentitud de nuestras instituciones educativas para adaptarse y reconvertirse.

El contexto no mejora cuando nuestros jóvenes finalizan su periodo formativo y se enfrentan al mercado de trabajo. El empleo especializado en TIC está, sorprendentemente, en retroceso entre las empresas españolas. Eurostat confirma que en el último año se han destruido 350 puestos de trabajo tecnológicos, otro caso prácticamente único en toda Europa: Reino Unido y Alemania rondan los 1.500 empleos netos; la República Checa, con un PIB seis veces inferior al patrio, ha creado 400 empleos en el mismo periodo. El INE apoya esta situación de desidia por el empleo TIC: solo el 3% de las empresas nacionales confiesan tener alguna dificultad para cubrir una vacante de estas características (en 2012 era un 1,7%). Como puede comprobarse, el mito de que hay una multitud de empresas con dificultades para encontrar talento digital se diluye cuando se entra al terreno de las pymes y las microempresas.

En base a estas evidencias, la primera conclusión es inevitable: el tejido empresarial español aún no ha entendido que debe transformarse para competir, bajo el riesgo de llevar sus negocios a un futuro incierto, cuando no insostenible; y a partir de esta ausencia de sentido de emergencia, no consideran preciso ni prioritario contratar a expertos en nuevas tecnologías, y cuando lo hacen, las condiciones salariales y sociolaborales que ofertan a los trabajadores dejan mucho que desear para los estándares internacionales en vigor.

La segunda derivada atañe a los 44.000 nuevos titulados en TIC que salen cada año de nuestras universidades: no encuentran empleo en España y aquí es cuando comienza nuestro principal drama social y económico: nuestro talento digital se fuga, emigra, se va de nuestro país en busca de verdaderas oportunidades laborales. Habitualmente, para no volver.

Para que esta emigración de empleo tecnológico fructifique, tienen que darse dos condiciones: la primera, ya demostrada, que no haya vacantes locales; la segunda, que los países receptores admitan a nuestros jóvenes, en función de su valía profesional. Y sí, nuestro talento digital es bienvenido en Europa. Las cifras de Eurostat vuelven a respaldar esta afirmación: Alemania crea empleo TIC a razón de 138.000 nuevos empleos cada tres años, pero solo han incrementado su número de titulados en menos de 9.000 en el último ejercicio. El Reino Unido ofrece números parecidos: 165.000 nuevos empleos TIC y solo 8.000 titulados de crecimiento interanual. Holanda, 29.000 empleos más en el mismo periodo (2014-2017), pero fija su ritmo de incremento anual en 8.000 titulados TIC. Ampliemos las miras: según la OCDE, entre 2011 y 2017, el crecimiento de empleo TIC español sobre el total ha sido de un 2,2%; Australia, EE UU y Reino Unido, un 9%. En Francia, un 4,2%. La media europea dobla ampliamente las cifras españolas (un 5,2%).

Este evidente desfase entre oferta y demanda en los países más innovadores de la Unión se solventa con cargo a nuestros impuestos. De nuevo, si repasamos los datos de España (menos empleo TIC cada año y 44.000 egresados nuevos en cada curso académico) es fácil concluir que nuestros sistemas públicos financian el empleo tecnológico de nuestros competidores. La gran paradoja española está servida: formamos a los mejores, los tenemos entre nosotros, pero no somos capaces de retenerlos, para acabar subvencionando a nuestros competidores de forma tan directa como evitable.

En resumen, España no es un país propicio ni acogedor para el empleo tecnológico. Debemos, todos, concienciarnos y conocer la gravedad de la realidad que nos rodea, superando los discursos al uso que directamente la ignoran. Y a partir de ahora, cuando hablemos de competitividad, productividad o progreso económico, y lo relacionemos con la necesidad de promocionar el empleo tecnológico, deberíamos reflexionar sobre si, sabiendo tan bien la teoría, somos tan nefastos llevándola a la práctica.

José Varela es responsable de digitalización en el trabajo de UGT

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