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A Fondo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Podemos prever la próxima burbuja?

Se han propuesto indicadores de lo más variopinto, como el arte, los rascacielos o incluso los calzoncillos

EFE

Pep Bou es un artista español que ha sabido convertir en profesión el arte de crear burbujas. Hace años tuve ocasión de verle actuar en directo y aún guardo un cariñoso recuerdo de aquel episodio, en el que dos de mis hijos terminaron dentro de una colorida burbuja al final de su espectáculo.

Sospecho que los humanos conservamos algún tipo de dependencia genética que nos vuelve especialmente sensibles al influjo de las burbujas. En el plano económico al menos, la historia reciente de la humanidad aparece ligada a ellas. Las hemos tenido en los tulipanes, en los ferrocarriles y en las puntocom.

Podríamos estarlas fraguando en los alquileres en España, en la deuda soberana en Europa o en las tecnológicas en Estados Unidos. Han sido verdes (energías renovables), amarillas (inmobiliario de Japón y tal vez de China en unos años) y negras (del petróleo). Las ha habido pequeñas y localizadas, como la de las licencias de taxi en Estados Unidos (¿en España?) o de tamaño Big Mac y con efectos catastróficos, como la que desembocó en el último crash financiero, del que todavía nos estamos recuperando.

Dejarse seducir por la llamada de la burbuja parece inherente a la condición humana. Se cuenta que Isaac Newton, el genio de la física, perdió más de 20.000 libras de 1720 (alrededor de 3 millones de libras actuales) durante la crisis de la Compañía de los Mares del Sur. Al científico se le atribuye la frase “puedo predecir el movimiento de los cuerpos celestes, no la locura de la gente”. Su compatriota el banquero y político Lord Overstone diría 150 años después que ninguna alarma puede salvar a quien está determinado a enriquecerse velozmente.

Los españoles tenemos una cierta tradición en crear burbujas y hasta es posible que las hayamos inventado. A pesar de la extendida creencia que sitúa la primera gran crisis especulativa -la de la tuliponomanía- en la Holanda de 1640, hay quien sostiene que ésta tuvo una precursora en la Castilla del siglo XVII, en relación con el precio que se pagaba por un oficio en la Corte de Felipe IV. Según esta teoría, habríamos aventajado a nuestros coetáneos holandeses en más de veinte años. Sin poner una pica en Flandes.

Las burbujas parecen poseer vida propia y son especialmente proclives a surgir en algunos sectores. El inmobiliario, por ejemplo, es uno de los clásicos en esta especialidad, estimándose que en promedio genera un nuevo episodio especulativo cada 13 años. Entre los casos más llamativos, durante la burbuja del inmobiliario en el Japón de los años 80, el área metropolitana de Tokio llegó a valer tanto como todo Estados Unidos.

¿Cómo se forma una burbuja? La teoría económica al respecto está bien establecida y se debe al economista Hyman Minsky. Según Minsky, las burbujas se inician por el llamado efecto sustitución, en el que un activo empieza a experimentar un precio acelerado. La burbuja se infla en una etapa especulativa o de despegue y alcanza su cénit en la fase de exuberancia. Es en este punto álgido o etapa crítica, cuando la demanda comienza a desinflarse y los compradores más avispados-o mejor informados- deciden vender. La etapa final, de estallido, termina con los precios cayendo y la masa inversora entrando en pánico. Entre otros ciclos que han descrito bien este patrón destaca el Crash de 1929, la burbuja de internet en el 2000 y -con matices– la cotización del bitcoin.

Si bien las causas de la propagación de las burbujas son objeto de debate, se ha popularizado la llamada “teoría del más tonto”. Aunque su validez empírica es discutible, ésta se basa en la idea de que siempre es posible encontrar a alguien -un “tonto mayor”- dispuesto a pagar un precio más alto por un activo sobrevalorado. Este tipo de teorías no explican tanto la creación de burbujas, como la dificultad de evitarlas. La creencia generalizada en un alza indefinida de los precios, por ejemplo, contribuyó a atrapar a miles de ciudadanos durante la última crisis inmobiliaria. Hoy se observa un repunte de precios en algunas zonas y tipos de activos, pero no hay indicios reales de que se esté formando una nueva burbuja.

¿Hay alguna forma de predecir el inicio o fin de una burbuja o de beneficiarse de ella? La macroeconomía provee algunas herramientas generales para anticipar una crisis especulativa. En particular, los expertos creen que la demanda acelerada de crédito y el incremento del apalancamiento son indicadores avanzados a seguir, especialmente relevantes en momentos de crédito barato como el actual. Algunos sectores como el inmobiliario cuentan también con los suyos: el número de hipotecas por vivienda vendida, la evolución del stock de suelo finalista o la relación entre el precio oficial del dinero y los tipos hipotecarios son variables a observar.

Se han propuesto otros indicadores de lo más exótico, como el precio de las obras de arte, la demanda de rascacielos (existe incluso un índice publicado, el Skyscraper Index) o el número de mujeres embarazadas. Aún más pintoresco, Alan Greenspan defendía que cuando el precio de los calzoncillos varía, algo pasa.

Seguir el consejo de expertos es otra opción, a veces arriesgada. Economistas como Robert Schiller y Nouriel “Doctor Catástrofe” Roubini adquirieron cierto prestigio anticipando crisis, e inversores como John Paulson o Soros se han enriquecido especulando contra burbujas. En el extremo opuesto, evitar la euforia inversora puede ser sensato.

Como decía Rockefeller “cuando tu limpiabotas invierte en bolsa, es momento de retirarse”.

Pedro Nueno es Socio Director de InterBen

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