El invierno demográfico que se nos echa encima
España combina el desempleo y la precariedad juvenil con el envejecimiento y la baja natalidad
A fin de plasmar la realidad de la situación de la población española de entre 20 y 35 años de edad habíamos titulado inicialmente este artículo No es país para jóvenes, jugando con el título de la novela No Country for Old Men de Cormak McCarthy o la película homónima. Y es que la situación laboral en nuestro país de los llamados mileniales es, sin duda, singularmente preocupante. Este colectivo, que comparte códigos, formas de comunicación, versatilidad respecto a las TIC y redes sociales, comparte valores, cultura, comportamientos de ocio y consumo, pero comparte, también, problemática sociolaboral: la imposibilidad de salvar el muro invisible del mercado laboral, en afortunada metáfora del colectivo Politikon en el reciente libro publicado con este título; un muro laboral que les separa de un futuro que no es solo su futuro sino el del propio país.
Contra este muro invisible chocan, también, otros jóvenes europeos (la Comisión Europea se ha hecho eco recientemente de ello en el informe Libro blanco sobre el futuro de Europa, 2017) pero en ningún país como España el muro es tan difícilmente franqueable: el desempleo de nuestros jóvenes (38%) es mayor que el del resto de los países europeos; su precariedad laboral, más alta (el 65% tiene contrato temporal y la llamada gig economy o uberización del empleo no ayuda); lideramos Europa en la destrucción de empleo juvenil; el fracaso escolar en los niveles de enseñanza obligatoria alcanza porcentajes inaceptables (22%, lo que nos coloca ene le segundo país de Europa tras la Malta), y, entre tanto, la movilidad social apenas existe y las expectativas de ascender en la escalera social son muy limitadas, si no inexistentes.
Por otra parte, las dificultades para formar familia son más acusadas que nunca, por lo que la edad para conformación de parejas estables se prolonga hasta los 32 años y la edad media de la maternidad se dispara hasta esta misma edad, lo que explica que la caída de la fecundidad descienda hasta los 1,3 hijos por mujer, aunque viniera de niveles de fecundidad de 2,9 hijos por mujer en 1975.
¿Cuál es la causa de esta revolución demográfica silenciosa? Sin duda, la económico-laboral. La correlación entre la proporción trabajadores de 25 a 39 años temporales (o a tiempo parcial) y la edad media de la mujer para tener su primer hijo es altamente positiva tomando como laboratorio los países europeos: cuanto mayor es la primera, más elevada es la segunda. España (con la excepción de los Países Bajos, que presenta otro modelo sociolaboral) ostenta el poco glorioso título de ser la de mayor precariedad o inestabilidad laboral (el 72% del trabajo parcial en España lo desarrollan mujeres) y la que presenta la edad media de la primo-natalidad más alta.
Las consecuencias económicas para los menores de 35 años son una pérdida de renta tras la crisis, una menor protección económica (pues los ahorros y las propiedades –con la vivienda como principal activo– no pertenecen a esta generación sino a las dos predecesoras) y unas bajas tasas de ocupación. La principal consecuencia social: que nuestro país presente las más bajas tasas de emancipación de Europa, excepción hecha de las Italia, Grecia, Malta y algún país el Este, como Rumanía o Hungría, a lo que se añade un dato más: actualmente el 65% de los jóvenes menores de 30 años viven en su mayor parte o de forma exclusiva de los ingresos de otras personas, fundamentalmente sus familias. El círculo se cierra con las dificultades para el acceso a la vivienda, un acceso que nunca fue fácil, pero que sigue sin serlo en la actual espiral alcista de este mercado.
Y sin embargo, nunca en España ni los niveles de desarrollo educativo del grupo de población 25-35 años fueron tan altos (el 39% tiene estudios superiores, por el contrario en Alemania, con gratuidad total para cursas estos estudios y con un estricto sistema de selección, la tasa es del 28%, Education at a Glace, 2017, OCDE) aunque ligado a él esté emergiendo, además y de forma paralela, el controvertido problema de la sobrecualificación o sobreeducación; el resultado final: las fuertes limitaciones y posibilidades para entrar a formar parte del mercado laboral formal y estable.
La emigración a otros países desarrollados, fundamentalmente de Europa, pero también Estados Unidos y alguno más, con más expectativas laborales, es la alternativa que buscan una buena parte de estos jóvenes, los más inquietos y los mejor formados. ¿Cuántos? Las fuentes nos hablan que entre 2008 y 2016 habrían salido de España desde 225.000 hasta 700.000 jóvenes, nacidos en España, y 3.000.000 nacidos en el extranjero. La horquilla es muy amplia pero este fenómeno importa más en términos cualitativos que cuantitativos, porque se trata de una incuestionable fuga de cerebros y una importante pérdida de capital humano, dado que predominantemente se trata de jóvenes universitarios.
Nuestra generación joven llama a la puerta de la generación soporte, la que corresponde a los 35-54 años (actualmente la más numerosa en la historia demográfica reciente y que constituye, por su posición en el ciclo vital, la generación más activa: de ella dependen tanto las actividades productivas como las reproductivas), pero nuestro modelo económico-laboral desatiende su llamada y los mantiene como un creciente ejército de reserva sostenidos en –y por– unas familias (soporte, estas sí) sobre las que reposa, también, una buena parte de la carga de la población jubilada.
Según apuntan todas las proyecciones, tanto las oficiales como las propias, el futuro demográfico nos conduce a un escenario en el que los grupos de población 20-34 años serán cada vez más reducidos, como consecuencia de la caída de la fecundidad los años ochenta y noventa del siglo pasado y que se prolongó casi dos décadas para no recuperarse. Por otra parte, la generación soporte (30-50 años) será también cada vez menos numerosa al ir incorporándose a la jubilación progresivamente los baby-boomers que actualmente la engrosan e ir siendo sustituidas por los actuales mileniales. Entre tanto, crecerán mucho los grupos de la llamada tercera edad, 65-79 años, y muchísimo más los de la vulnerable cuarta edad (80 y más años).
Las consecuencias del desajuste que provocará este nuevo orden poblacional deberían analizarse ya por lesa justicia intergeneracional
Las consecuencias del desajuste que provocará este nuevo orden demográfico deberían de empezar a analizarse, por una cuestión de lesa justicia intergeneracional, a fin de dar respuestas laborales, económicas y políticas a las mismas y evitar sus efectos más negativos. Está en juego, nada más y nada menos, que el futuro del Estado de bienestar y la estabilidad política y social del país. “El político –afirmaba Otto von Bismarck– piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”.
Pedro Reques es Catedrático de Geografía Humana y director del departamento de Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad de Cantabria.