Cataluña, ingobernabilidad en ciernes
¿Fue acertado convocar las elecciones en Cataluña? Lo veremos, todo puede pasar
Polariza una sociedad, tensiona el discurso, sitúalo al borde de un principio. Solo dos opciones. Saltar o no saltar. Así han llevado la política en Cataluña, a su propio abismo. Un todo o nada. Sin término medio. Donde las políticas importan poco y todo se lleva a un personalismo extenuante. Campaña electoral anodina, puramente emocional y sentimental. Se votará así, en esa clave. Tras la noche del 21 de diciembre, todo puede pasar. Incluso esos hipotéticos términos medios que las aritméticas de despacho e intereses suelen cuadrar momentáneamente. Hoy las encuestas preconizan cuádruple empate. Está por ver, ingobernabilidad en ciernes.
No sabemos si arrancará un nuevo tiempo político o no en el enrevesado tablero catalán. Todo puede pasar, incluso, pese a que las encuestas no auguran una mayoría absoluta de ninguno de los dos bloques, –qué triste reducir la confrontación política a dos bloques a priori antiéticos–, nada es imprevisible en este escenario.
Nunca como hasta estas elecciones autonómicas se movilizará el voto. Todo el voto. De unos y de otros en una lucha total por el mismo. Trinchera emocional. Planeta Catalunya. Se apelará a ese voto cautivo que jamás acude a un ciclo electoral. Hora de compromiso. Como también ese voto basculante que en función de la arena electoral, autonómica, local o estatal, ha cambiado tradicionalmente de opciones. Lo que sí es indudable que la abstención, siempre alta en Cataluña, vivirá su jornada más debilitada. Todos son conscientes de que todo, puede incluso empeorar. Buscar soluciones no será sencillo. Enrocarse es lo que ha presidido el debate. Debate de sordos. Debate indebatido de necios. Las primeras encuestas arrojaban que la fuerza ascendente es Ciudadanos. Ahora empate y ascendencia de PdeCat. Y no solo lo demoscópico lo avizora y apunta, antes bien, los dardos ya han empezado hacia la formación naranja tanto por parte del Partido Socialista como el propio Partido Popular, conscientes ambos como lo son de que la lucha por el espacio mal llamado constitucionalista es el único en que pueden pescar.
El otro río está más revuelto, entre los propios nacionalistas que ahora juegan a disimular su ímpetu independentista y Podemos Común que prefieren nadar y guardar la ropa, algo que le privará de algunos escaños. A estas alturas las máscaras ya no valen. Está todo muy visto. Quizás tan visto que el cansancio y la extenuación harán mella. Pero prietas las filas, cada partido tratará de movilizar todo su voto potencial, el fiel y rocoso y el equidistante y volátil.
Llega la hora de la verdad. Si Arrimadas representa ahora mismo la fuerza ascendente y de cierta, pequeña, contención frente a Ezquerra, está por ver quién liderará el nacionalismo. La errática sobreactuación de Puigdemont y la permanencia de Junqueras en la cárcel a buena fe que azuzarán votos. La cárcel hace mella, pero también en el imaginario colectivo de unas huestes que se sienten vejadas y mártires. Más que cuando su líder se ha dado a una estrambótica fuga bruselense, tan improvisada como sarcástica. Se vota con las vísceras no con la cabeza.
El Partido Popular se verá penalizado, prácticamente hacia la marginalidad de escaños. Es el precio que se paga desde quiénes analizan ese partido con un ojo puesto en Madrid y el peso del gobierno y la aplicación, tardía y dulcificada del artículo 155 del texto constitucional. Da igual lo que haga y deje de decir Albiol, quién vota o no vota a ese partido piensa en el presidente del gobierno y en calle Génova.
Iceta es la gran incógnita. Saber qué hará, qué le dejarán hacer desde Ferraz y cómo contener su verbo y su baile marketiniano. Saben que pueden, de pasada, jugar la centralidad y la transversalidad, hacia un lado y hacia otro. Quizás es la última oportunidad de enderezar un rumbo perdido y que tratar aquél de recobrar y volver a poner a flote. Pero si en algún paraje reina la ambigüedad es en lo que queda de los viejos círculos podemitas y en Común. El papel entre la nada y el todo, entre la indefinición definida de Colau les hará bascular y perder votos. Pero todo suma. Qué harán el día después o las semanas ulteriores, la gran incógnita, pero que puede inclinar el fiel de la balanza a un lado o a otro. y ninguno ahora mismo es el idóneo.
¿Fue acertado convocar las elecciones el 21 de diciembre? Lo veremos. Todo puede pasar, incluso ir a peor.
Abel Veiga es Profesor de Derecho de la Universidad Comillas
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