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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa modera su férrea defensa del libre comercio por la presión de la economía china

Bruselas teme el dominio de capital extracomunitario en infraestructuras neurálgicas

Todo discurso político se topa, antes o después, con la realidad y se pule o se modula de acuerdo a ella. Un buen ejemplo de ese pragmatismo intrínseco a las tareas de gobierno es el anuncio que realizó ayer el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, sobre la nueva política de “escrutinio” de las inversiones internacionales en Europa. Forjada bajo el auspicio de Alemania, Francia e Italia, el objetivo de la medida es mantener el control europeo en las infraestructuras esenciales o en aquellos proyectos empresariales relacionados con la defensa, la energía y la tecnología. “No somos unos cándidos defensores del libre comercio”, señalaba ayer con firmeza el mismo Jean-Claude Juncker que se ha mostrado en varias ocasiones firmemente crítico con la Administración Trump por haber emprendido el “camino equivocado” del proteccionismo. Por si fuera poco, la política anunciada ayer está inspirada en el Comité sobre Inversión Extranjera de EEUU, que permite a Washington vetar la inversión extranjera en ciertos sectores vitales de su economía.

Más allá de una reflexión sobre los vaivenes del lenguaje político y lo difícil que este resiste los cambios de escenario y mantiene su coherencia, Juncker hace bien en moderar la exaltación del libre comercio como principio absoluto y sin matices. La decisión europea de analizar el origen del capital extranjero cada vez más presente en los sectores estratégicos parece prudente. No solo por razones económicas, sino también de seguridad y defensa frente a flujos de capitales cuyo origen no siempre es fácil rastrear.

Bruselas teme principalmente la transferencia de tecnología hacia las empresas chinas y el dominio de capital extracomunitario en infraestructuras neurálgicas y altamente sensibles. Las cifras, a priori, le dan la razón. Las inversiones chinas en 2016 alcanzaron los 35.000 millones de euros en Europa, lo que supone un crecimiento del 77% respecto al ejercicio anterior. Y aunque es cierto que ese montante equivale, de momento, solo el 2% de la inversión exterior, también lo es que está concentrado en empresas de gran valor tecnológico. Pekín no se caracteriza por su benevolencia hacia el libre comercio, otra razón para respaldar la estrategia europea.

España no es partidaria de una política dura de control de las inversiones extracomunitarias. El modelo anunciado ayer, que coordina los controles ya existentes en cada uno de los estados miembros y pretende hacerlos más efectivos, supone una vía intermedia entre la permisividad y la mano de hierro, así como una advertencia a China y a otras economías emergentes. Existen pocos principios de aplicación absoluta y Europa ha decidido que el libre comercio no sea uno de ellos.

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