Una bodega navarra con mucho arte
La casa Otazu, planteada como un ‘château’ francés, data de 1840 La sala de barricas está decorada con múltiples obras de arte contemporáneo
Hacer vino es hacer arte. Es la filosofía que se sostiene en la bodega Otazu, a 15 kilómetros de Pamplona, en una tierra en la que antes de vides hubo remolacha con la que se hacía azúcar (perteneció hasta los años ochenta a Ebro Agrícola), entre el río Arga y las bellas sierras del Perdón y el Sarbil. Una superficie de cerca de más de 110 hectáreas, plantadas con cabernet sauvignon, merlot, chardonnay y tempranillo, desde las que se vislumbran una iglesia románica del siglo XII, una torre palomar y dos palacios renacentistas del siglo XV.
Precisamente, según consta en los archivos encontrados, fue en esa época cuando se comenzó a elaborar vino en la zona. La bodega Otazu, planteada como un château francés, data de 1840, pero hubo de cambiar sus cultivos tras la llegada de la filoxera, que arrasó los viñedos. Con toda esta historia detrás, en los años noventa llegó la familia hispanovenezolana Penso, que comenzó a plantar viñedos en 1994. “Al principio no queríamos dedicarnos a esto, sino tener una finca, pero la tradición y la historia mandaba”, confiesa Guillermo Penso (Caracas, 1982), responsable de la bodega, que elabora ocho tipos de vino, con una producción de 350.000 botellas, que exporta a 38 países y con las que factura 2,5 millones de euros. La historia es uno de los pilares de Otazu: “Estamos muy arraigados a la tierra”; como también lo son la calidad del vino, “es nuestra prioridad”; y el arte, “que hemos integrado en el proyecto”.
Porque si algo sorprende en esta bodega, de las situadas más al norte de España, además de la belleza del entorno, son las piezas de arte contemporáneo que adornan el exterior y el interior de la sala de barricas, a la que Penso ha bautizado como la catedral y en la que no falta música de órganos de Bach ni cantos gregorianos. No en vano, cuenta con nueve bóvedas, vidrieras y hasta un altar que ocupa una Menina de Manolo Valdés. “Es un valor añadido, de un punto de vista romántico. Elaboramos pequeñas producciones de alta gama, se cata y se prueba, y eso es arte y cultura”, afirma Penso, que cree que las visitas a la bodega deben ser experenciales.
Cree además que tiene buen olfato para el arte, “es como la Bolsa, tiene que ver con la intuición, es una buena opción para invertir, pero lo que deseo es compartirlo, una obra artística tiene que ser observada”, afirma el coleccionista frente a dos impresionantes Guardianes de Xavier Mascaró. Un templo donde también se encuentran obras de Ai Wei Wei, Anish Kapoor, José Manuel Ballester, Secundino Hernández, Rafael Barrios, Jim Dine, Jaume Plensa, Olafur Eliasson y Daniel Canogar, entre otros. La colección sigue creciendo, pero no por acumular, sino para darle coherencia. Toda esta influencia artística impregna el vino de Otazu. Y ha llegado hasta una edición exclusiva de un vino con etiqueta y estuche del artista venezolano, afincado en París, Carlos Cruz-Diez, que se venderá en tirada limitada por más de 2.000 euros. “Ahora veo arte y vendo vino. Mis botellas emigran hacia el arte”, asegura Penso.