No tengamos miedo a la volatilidad
El que un activo se mueva rápido y en direcciones opuestas puede ser señal de flexibilidad y resistencia
En ocasiones, los mercados financieros protagonizan giros veloces y erráticos de gran envergadura o sin una dirección precisa. Esta volatilidad es la expresión tangible de la incertidumbre de los inversores en un momento y puede cuantificarse calculando la magnitud de las fluctuaciones en el precio de los activos. Por tanto, los gestores de activos utilizan la volatilidad como un indicador del riesgo. Ello ha causado confusión en el razonamiento de muchos inversores.
Si bien es cierto que la volatilidad es un parámetro de la incertidumbre, los inversores, a menudo –y erróneamente–, la consideran una bandera roja. Pero, en los mercados financieros, al igual que en la vida cotidiana, el hecho de que algo se mueva rápido y en direcciones opuestas no significa que sea frágil. Podría incluso ser un indicio de flexibilidad y mayor resistencia a los impactos. La vida es movimiento. Y si no que se lo pregunten a Mohamed Ali, Blaise Pascal o a cualquier traumatólogo. Nassim Taleb apunta que los ingresos de un taxista pueden ser volátiles, pero, al menos, no desaparecerán de la noche a la mañana porque le han despedido. De la misma forma, un activo financiero, mercado o fondo que muestre volatilidad podría resultar ser tremendamente sólido.
Por otro lado, un activo financiero muy estable podría implosionar de forma imprevista o perder su valor poco a poco, sin volatilidad, pero de forma constante e inexorable. Por ejemplo, los ahorros para la jubilación de una pareja.
Tomemos el ejemplo de un inversor cauto que invierte prudentemente sus ahorros en bonos del Tesoro alemanes. Si se produjera un lento pero inexorable aumento en los tipos de interés alemanes, el valor de su inversión –que ya arroja una exigua rentabilidad– se hundiría día a día, dado que un bono que ofrece un cupón reducido vale menos cuando los tipos de interés suben, porque los inversores pueden invertir en nuevos bonos con cupones más elevados. Nuestro prudente inversor sería testigo de la lenta evaporación de sus ahorros, y sin volatilidad. El valor de esta inversión segura y estable podría incluso sufrir un desplome si los tipos de interés se dispararan. Esto es lo que pasó en Alemania en la primavera de 2015: muchos inversores europeos compraron bonos del país porque buscaban un activo refugio. El rendimiento de estos bonos era prácticamente cero, pero ese fue el precio que los inversores estaban dispuestos a pagar por la seguridad de este título de deuda de elevada calidad. Pero a principios de abril de 2015, la mejora de las perspectivas de la economía europea hizo que los tipos de interés de la zona del euro entraran en una espiral ascendente. Por consiguiente, los precios de los bonos alemanes cayeron y perdieron un 9% entre el 20 de abril y el 10 de junio. Así, la que se consideraba una de las inversiones más estables del mundo pasó a ser mucho más arriesgada de lo que se podía pensar. Los inversores en deuda pública alemana fueron víctimas del síndrome del pavo: un pavo alimentado regularmente durante el año llega a pensar que el mundo es un sitio estable, tranquilo y predecible, hasta que el día antes de Navidad súbitamente se da cuenta de que su estabilidad era muy engañosa.
Está claro: la volatilidad no es algo que se desea. Y los gestores de fondos no deberían usar la palabra volatilidad como eufemismo de unas rentabilidades muy erráticas provocadas por sus malas decisiones de inversión o una excesiva asunción de riesgos. Pero la volatilidad tampoco es algo que debemos temer. Al contrario, el logro de una rentabilidad a medio plazo atractiva requiere soportar el ruido a corto plazo. No podemos esperar unas ganancias cuantiosas a largo plazo si no estamos dispuestos a capear algunas turbulencias a corto. La primera bandera roja que debería haber alertado a los inversores de los fondos de Bernie Madoff fue su volatilidad extremadamente reducida. Sus clientes pensaron que habían dado con un genio de la gestión de fondos, pero, de hecho, fueron las víctimas más recientes del síndrome del pavo. Intentar eliminar la volatilidad, que no es sino una fluctuación entre pequeñas pérdidas y pequeñas ganancias, no es una buena base para tomar decisiones de inversión.
Didier Saint-Georges es miembro del Comité de Inversión de Carmignac gestion.