Que la Fed no sea la nueva SEC
Si el Senado de EE UU no defiende la independencia del banco central, puede acabar tan politizado como la Comisión
La Reserva Federal de EE UU ha subido los tipos por primera vez desde que Donald Trump es presidente, y no se han abierto las puertas del infierno. Eso puede tranquilizar algo a su presidenta, Janet Yellen, y sus colegas, que tenían motivos para temer una reacción negativa de la Casa Blanca.
Aunque sea con incrementos de solo 25 puntos básicos, el coste del dinero sube para las familias que quieren comprar casas, los adolescentes que van a ir a la universidad o los consumidores que usan tarjetas de crédito; e incluso para los magnates inmobiliarios. Por eso Trump admitió con candidez durante la campaña que los tipos bajos le habían venido muy bien. 30 años de mercado de bonos alcista le ayudaron a convertir una pequeña cartera de edificios y clubs de golf, junto con algo de efectivo legado por su padre, en una riqueza extraordinaria y una plataforma para llegar al Despacho Oval.
Con tres o incluso cinco vacantes en los siete puestos de gobierno del banco central, Trump tiene una oportunidad de oro para controlarlo
Su estilo impredecible, sin embargo, ha dejado abierta la cuestión de cómo enfocará la independencia de la Fed si el deber de esta de evitar que la economía entre en ebullición choca con la promesa de Trump de devolver el crecimiento del PIB al 3% o más. El presidente tiene una oportunidad casi sin precedentes de reformar el banco central gracias a una serie de vacantes en su Consejo de Gobierno.
Tres de los siete puestos deben ocuparse casi de inmediato, y quizás dos más en la primera mitad de 2018 si Yellen decide retirarse, así que Trump podría dominar a su gusto la política monetaria, la regulación bancaria y la estabilidad del mercado financiero. Teniendo en cuenta algunos de sus nombramientos, así como el deseo demostrado de los legisladores tanto demócratas como republicanos de controlar la Fed, la independencia de esta no puede darse por sentada.
La preocupación es que esté cada vez más politizada, y que los miembros del Parlamento y el poder ejecutivo se entrometan en las decisiones relacionadas con los mandatos de la institución de maximizar el empleo y mantener estables los precios. La experiencia fallida de la Comisión de Valores (SEC) ofrece un ejemplo de lo que podría pasarle a la Fed.
Es fácil criticar a la SEC. Los políticos la culpan de no evitar el caso Madoff, las quiebras de Enron y WorldCom y el colapso de Lehman Brothers y Bear Stearns, por ejemplo. Mientras, el presupuesto de la agencia depende del Parlamento, a pesar de recaudar mediante multas y otros mecanismos. Eso crea una simbiosis nefasta por la cual los legisladores vituperan sus “tecnológicamente atrasados” procesos mientras le dedican un presupuesto que le impide invertir a largo plazo en herramientas analíticas.
Yellen, en 2014, tuvo 26 votos en contra en la cámara alta; Greenspan, en 1987, solo dos
La elección de sus dirigentes también está cargada de política. Según la ley de 1934 por la que se creó la SEC, el Parlamento decidió que cinco comisionados serían nombrados por el presidente de EE UU, con el consejo y consentimiento del Senado. Pero no más de tres deben ser miembros del mismo partido, y deben nombrarse de procedencias alternas en la medida de lo posible.
Aunque la idea pudo sonar justa en su momento, en la práctica ha impuesto en la SEC la extrema división partidista que caracteriza a la política de EE UU. Eso explica en parte cómo una iniciativa como la regla fiduciaria, que establece que los asesores de inversión deben actuar en beneficio de sus clientes, terminó fuera de la supervisión de la SEC, y acabó dependiendo del Departamento de Trabajo.
Las nominaciones al Consejo de la Fed también se han vuelto terriblemente agresivas. Yellen fue confirmada por el Senado en una votación 56 a favor-26 en contra en 2014, y el vicepresidente, Stanley Fischer, recibió 27 votos en contra ese mismo año. En 1987, solo dos senadores objetaron a Alan Greenspan. Cada vez hay más partidismo, lo cual es una oportunidad extraordinaria para Trump, cuyo partido controla también el Senado.
Puede que algunos senadores recuerden que violar la independencia de la Fed no funcionó bien para la economía estadounidense cuando su entonces presidente Arthur Burns benefició a Richard Nixon. Burns fue el último presidente de la SEC elegido directamente por el presidente de EE UU, pues desde entonces el Senado tiene que dar su aprobación. Si la cámara alta no defiende la independencia de la Fed, los estadounidenses pueden esperar que el futuro de la política monetaria y la regulación bancaria tengan un mal sabor a SEC