El TTIP o cómo recuperar el control
El planteamiento de los nuevos tratados acrecienta las brechas de Occidente porque no corrige las negligencias del pasado
En una clara demostración de malestar con la aceleración de los cambios en el sistema económico y social, las opiniones públicas han asignado los efectos colaterales de la globalización a la negociación de grandes acuerdos de comercio e inversión por la UE. El ejemplo del CETA y el TTIP ofrecen buena muestra de ello. Sumado a la necesidad de identificar y afrontar –en vez de ignorar– una serie de fracturas en el orden liberal, se pone de manifiesto la necesidad de abordar un debate sobre hacia dónde tienden la política comercial europea y las cuestiones que la exceden.
Si en los 80 se trató de hacer que las economías fueran más abiertas y reducir barreras arancelarias al comercio, en los 90 teníamos economías abiertas y guiadas hacia la prosperidad global. Europa falló al ignorar que ello generaba desajustes sociales. Lo señalaba Dani Rodrik en una entrevista reciente: “En lugar de atender a estos problemas, doblamos la apuesta en mercados más abiertos y exacerbamos las tensiones creadas”. El planteamiento de los nuevos tratados acrecienta las brechas de Occidente porque no corrigen la negligencia del pasado.
No podemos seguir obviando un malestar que irá ampliando su base según quede patente la escasa incidencia de las políticas nacionales y la ausencia de una gobernanza global real que confiera un papel central a los ciudadanos. La inclusión de determinados mecanismos en los tratados de comercio, como la cooperación reguladora que permite poner a competir dos sistemas regulatorios distintos, sienta las bases hacia un estado intermedio. “La Cooperación Reguladora controlará las normas a ambos lados del Atlántico. Habrá que ponerse de acuerdo con la otra parte para emprender cualquier legislación y regular las políticas de acuerdo a nuestras prioridades,” me decía en una ocasión Pierre Defraigne, que capitaneó la Dirección General de Comercio de la Comisión Europea.
Por otro lado, los tribunales de arbitraje internacional, aunque aparentemente preserven el derecho a regular, pueden conducir a la reducción del espacio político al tomar una decisión. Y seguirá ocurriendo mientras la definición del lenguaje utilizado por los inversores para definir una expropiación o un trato justo según la expectación de sus ganancias futuras, se encuentre en manos de un juez que carece de independencia y los procedimientos judiciales justos brillen por su ausencia.
"Los acuerdos comerciales no bastarán si la política nacional no compensa los desequilibrios generados"
En definitiva, el argumento empleado para justificar el TTIP se resume en marcar las reglas globales. Aunque, como reconoció el excomisario Karel De Gucht, de lo que se trata es de “que China no marque las normas”. Si esta es la cuestión, quizá debiéramos repensar si el uso del comercio debe servir como fin para solucionar los problemas de gobernanza global o es necesario plantear otras alternativas.
Podríamos comenzar por utilizar el comercio para dar respuesta a las peticiones de quienes ven la globalización como una antítesis de la gobernanza democrática. Compensar y proteger a los que han sufrido sus desajustes a través de cláusulas de oro (explícitas y bien redactadas) que se integren en los acuerdos y que excluyan de forma real los servicios públicos. Por ejemplo, el compromiso de ambas partes a adoptar los más altos niveles de protección social o ambiental.
Cada vez son más los académicos que siguen esta línea en sus trabajos. Ferdi de Ville y Gabriel Siles-Brügge fueron los primeros en hacerlo en The Truth about the Transatlantic Trade and Investment Partnership. “Imaginen –como proponen– que todos los esfuerzos empleados en equiparar dos sistemas tan distintos se destinaran a fines como incrementar el bienestar, introducir salarios dignos y hacer vinculante el endurecimiento de las regulaciones sociales y ambientales.”
Los acuerdos comerciales no bastarán si la política nacional no compensa los desequilibrios generados. Esto es imposible si los Parlamentos pierden capacidad al aplicar las políticas europeas a nivel nacional y regional e imponer restricciones sobre el tipo de regímenes fiscales que puede tener, las normas laborales o la protección de los consumidores. Siguiendo la línea de Rodrik contra los “fundamentalistas del comercio”: hablemos de cómo diseñar reglas de comercio e inversión globales compatibles con las normas democráticas de los países.
Contrariamente a lo que se pretende, imponer el TTIP o el CETA sin afrontar las brechas que han derivado en la decadencia de su orden liberal, puede ser lo que condicione a Occidente para evitar que China alcance el dominio global.
Ekaitz Cancela es autor de El TTIP y sus efectos colaterales.