Adiós a Santiago Foncillas
La Cámara de Comercio e Industria de Huesca había decidido iniciar un ciclo de conferencias sobre economía y empresa y, con buen criterio, había comenzado a invitar como ponentes a oscenses ilustres que ocupaban puestos de responsabilidad en organizaciones de todo el país. Santiago Foncillas fue su primer invitado y él ni se planteó la posibilidad de no aceptar. Lo hizo encantado.
Y allá nos fuimos. En un pequeño vuelo interior, muy estrechos, del cual recuerdo dos cosas: la primera, que se pasó todo el vuelo (tampoco fue muy largo) buscando la sección de Economía del ABC (no debí haberle distraído tanto con mi charla) y en segundo lugar que la azafata le derramó un zumo de naranja en el traje. Ella, nerviosa, azorada y deshaciéndose en excusas, intentaba arreglar el desaguisado extendiéndole aún más el zumo por el traje con un paño mientras le pedía disculpas. Él, serio e impertérrito, le decía que no se preocupase. Solamente esbozó una tímida sonrisa cuando ella le dijo "Señor, mándenos la factura por la limpieza del traje que se la pagaremos".
Nos alojamos en un pequeño hotel: nuevo y sin pretensiones, en las afueras de Huesca pero cerca del lugar donde iba a impartir la conferencia, y antes de salir hacia el lugar la estuvimos preparando en su habitación, tanto la presentación como las respuestas a lo que le podían preguntar en el coloquio posterior. Eran los tiempos del contecioso del gobierno autonómico aragonés con el central por el trasvase del Ebro, y cuando uno de los asistentes le interrogó sobre qué recomendaba hacer al ejecutivo regional al respecto él respondió: "hablar y negociar, como hacen otros. Mirad lo que consiguen".
Eso fue, precisamente, lo que siempre hizo: escuchar, hablar y negociar, junto a educar a sus hijos en colegios concertados de los Jesuitas ("para que se den cuenta de que hay familias de todo tipo, decía) y darles la mejor formación humana posible. Hombre de firmes principios, era un caballero que no entendía otra forma de enfrentarse a la vida y a los problemas que no fuese ir de frente, con claridad y decisión, lo que aplicó en la empresa y en la vida en general.
Una vez finalizado el ciclo profesional de Dragados, cada año quedábamos un día a comer en cualquier sitio donde pudiésemos compartir una ración de jamón y un pescado a la plancha, su menú favorito. Fue lo que cenamos aquél día, mano a mano, en Huesca, y lo que seguíamos haciendo con el paso de los años.
Cuando fue nombrado Presidente Ejecutivo de Grupo Dragados yo ya estaba en la compañía. Era el director de Comunicación, fichado por el anterior primer ejecutivo, pero me renovó la confianza. No suele ser lo habitual. Me doblaba la edad, e incluso algo más, pero establecimos una gran relación. Me sorprendía a veces en él cierta ingenuidad respecto al funcionamiento de los medios de comunicación, pero como buen abogado del estado entendía y aprendía rápido. Nunca era necesario hacerle un comentario, una observación o una sugerencia dos veces. Y nunca, pese a que a veces se encontró contrariado, conmigo incluido, le oí levantar la voz.
Estos últimos meses, ya sumido en la enfermedad degenerativa que se le ha llevado, cuando le decían que Lorenzo había preguntado por él y que le mandaba recuerdos, desde su silencio y con su inseparable secretaria María al lado esbozaba una sonrisa, la que siempre le acompañaba junto a una serenidad envidiable y casi incomprensible incluso en los momentos más adversos. Uno de ellos, probablemente el que más, lo compartimos juntos. Fui de los primeros en saber por él que Emilio Botín había vendido la participación heredada del BCH a ACS, solo una o dos horas después de haber almorzado con toda la prensa económica y nacional un día antes de celebrarse la Junta General de Accionistas del Grupo. Pero allá fue y allí estuvo, presidiendo el consejo y la junta como era su responsabilidad pese a que no era plato de buen gusto, corajudo y con su temple habitual. Genio y figura.
Me contó que su primera reacción, tras llamarle Emilio Botín para darle la noticia del cierre de la venta del grupo, fue decirle: "Has vendido muy barato. Es la mejor constructora de España". A lo mejor el presidente del Santander y su consejero delegado, Alfredo Sáenz, no lo sabían, pero Florentino Pérez, el comprador, sí. Y no lo dudó frente a otros competidores más reservados, ofreciendo el mayor precio en la puja. Algunos vieron en aquella operación un gran desengaño pero él lo contempló todo como el orden natural de las cosas. Nada es para siempre y si el socio de referencia decide vender porque se ve en la necesidad de hacerlo, lo que fue el caso, qué se le va a hacer. Él no era el dueño, sino el primer ejecutivo. Santiago pasó a ocupar otras responsabilidades en el banco y yo continué en el Grupo ACS, resultante de la fusión, cinco años más, ocupando la misma posición.
No sé quiénes sucederían luego a Santiago Foncillas impartiendo conferencias en aquél ciclo en Huesca. Pero estoy seguro de que ninguno le dedicó tanto interés, cariño y preparación como Santiago. Estaba feliz con lo que consideraba una deferencia, como lo estuvo con cuantas responsabilidades se le otorgaron. Siempre aprovechó la vida al máximo, agradecido de todo lo que ésta le había dado. Más allá de la presidencia del Círculo de Empresarios, que fundó, de ser consejero delegado de Telefónica, presidente de Galerías Preciados, presidente de Campsa, presidente de Enagas, vicepresidente del Santander Central Hispano, etc. fue un gran tipo que, aunque la definición esté ya en desuso, se vestía por los pies. Descansa en paz Santiago, mi querido jefe y amigo.
Lorenzo Cooklin es director de Comunicación, Identidad Corporativa y RSC del Grupo Mutua Madrileña y director general de su fundación