El automóvil pisa a fondo en España
La industria del motor española ha emprendido una carrera ascendente en la que ha dejado atrás ya sus propias previsiones. El cierre del ejercicio 2015 se ha saldado con 2,73 millones de vehículos ensamblados, lo que supone 133.000 más de lo esperado –casi un 14%– según los datos de la patronal Anfac. Al tiempo, han crecido también las exportaciones, en torno a un 11,5%. Las cifras revelan que ocho de cada diez coches fabricados en nuestro país se destinan a otros mercados.
Desde el sector se sostiene que los datos constituyen todo un éxito, dado que son cifras que no se alcanzaban desde antes del período de crisis, “cuando en el año 2007 se fabricaron 2,7 millones de vehículos”. Actualmente, la industria española vende coches en 120 países del mundo, una diversificación geográfica que ha permitido compensar el mal comportamiento coyuntural de los mercados de unas y otras regiones. Así ha ocurrido con Rusia, cuyo desplome de ventas se ha visto equilibrado con el aumento de las exportaciones en otros países. Un vistazo a la radiografía de las ventas al exterior revela que los compradores han crecido en nuevos mercados como el asiático –con especial incidencia en China y Corea del Sur– y el muy difícil mercado estadounidense. A ello se suma la mejora en la propia zona euro –que absorbe cerca del 90% de nuestra fabricación y ha crecido más de un 9%– fruto de la recuperación económica en la región. España ha sido, sin embargo, el mercado en el que más han crecido las ventas, un signo inequívoco de la reactivación de nuestra economía, cuya tasa de crecimiento está en estos momentos a la cabeza de Europa. Las previsiones para este año son aun mejores, con un objetivo algo superior a los 2,8 millones de unidades, que se elevarán a 3 millones en 2017, lo que llevaría a la industria española a la edad de oro de principios de este siglo.
Para que todas esas previsiones se confirmen o incluso se superen, como ha ocurrido con las de 2015, es necesario que al esfuerzo y excelente planificación estratégica de las fábricas españolas –cuyo ejemplar ajuste de precios y costes durante la crisis debería utilizarse como modelo a seguir por otros sectores– se una un entorno lo más estable posible. Entre las turbulencias que amenazan esa estabilidad están las posibles consecuencias de la investigación que está realizando Francia por el escándalo en los niveles de contaminación en algunas marcas de vehículos, una crisis que debería gestionarse con la mayor celeridad para evitar crear un clima de sospecha que perjudique a toda la industria. También la incertidumbre política en la que sigue sumida España constituye un factor de riesgo cuyo impacto no se puede minusvalorar. En uno y otro casos, son los poderes públicos los que deben cumplir con su tarea y eliminar los obstáculos que pueden afectar a una industria fuerte y competitiva que es necesario respaldar.