_
_
_
_
Breakingviews
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El daño duradero de Lehman Brothers

Todavía se pueden sentir las repercusiones de la quiebra de Lehman Brothers. Han pasado casi siete años desde que la compañía estadounidense de servicios financieros desatara una crisis financiera mundial y la recesión en los países más desarrollados. Sin embargo, el daño real solo ahora está cada vez más claro.

Para empezar, la reputación de la financiación comercial está muy dañada, y ninguna política monetaria puede mejorarla. Desde la década de los ochenta a la década de los 2000, políticos y economistas trataron la expansión de las finanzas sofisticadas como un signo de salud económica. La industria está ahora merecidamente en desgracia, pero la desconfianza generalizada implica que no puede cumplir con su valiosa tarea económica de reunir ahorros, asignar inversiones y repartir las pérdidas.

Los bancos centrales también están profundamente empañados. Antes de la crisis, se labraron una espléndida reputación como protectores de la inflación moderada, el bajo desempleo y el crecimiento sostenido del PIB. Todo eso acabó muy mal. La nueva creencia es que las autoridades monetarias están perdidas e impotentes, dudas que desalientan las inversiones y el gasto.

El daño que Lehman Brothers infligió al sector financiero se ha marcado la economía real también. A nivel gubernamental, amplificó las antiguas debilidades económicas de las autoridades políticas. Estados Unidos y gran parte de Europa han escatimado de manera constante en las inversiones en infraestructura. Los políticos parecen demasiado desanimados y divididos para hacer frente a desafíos graves como los costes del envejecimiento de la población y la creación de empleo inadecuado.

El daño que la quiebra inflingió al sector financiero ha marcado también en la economía real

El problema del empleo está siempre latente en las economías modernas, porque es mucho más fácil destruir que crear empleo remunerado. La crisis convirtió la amenaza potencial en dolor duradero. A ambos lados del Atlántico, las carreras de una parte sustancial de los jóvenes que entraron en la fuerza laboral a partir de 2008 se han atrofiado.

Luego viene el daño más severo de la crisis: al tejido social. El desastre financiero agravó muchas cosas. Aumentó la desigualdad. Las excesivas deudas aún pesan sobre las familias estadounidenses. En muchos países europeos, los programas de bienestar han sido recortados y la financiación de la educación y la atención sanitaria exprimida.

Puede parecer extraño que una causa tan pequeña, el fracaso de una institución financiera para nada gigantesca en Estados Unidos, pudiera tener un efecto tan grande. Sin embargo, un solo cambio en una piedra puede comenzar una avalancha, y las economías modernas son organismos mucho más complejos que una montaña con rocas y nieve derretida.

Afortunadamente, la economía moderna es a menudo auto-sanadora –al igual que suelen ser las comunidades y las cadenas de suministro después de las avalanchas y otros desastres naturales–. Ciudadanos, empresas y gobiernos por lo general pueden encontrar suficiente terreno común como para hacer frente a grandes problemas, desde la contaminación excesiva a las normas de seguridad inadecuadas.

La crisis del petróleo de 1973 da un ejemplo alentador: la vulnerabilidad del mundo desarrollado a una reducción en el suministro de crudo de Oriente Medio se puso al descubierto. El dolor económico, con altas tasas de inflación y dos grandes recesiones, duró al menos una década. Los posteriores aumentos en la eficiencia energética y el desarrollo de fuentes alternativas de petróleo y energía protegen al mundo contemporáneo de que esa lucha se repita.

La experiencia posterior a 2008 muestra que el sistema financiero mundial es al menos tan importante ahora como el petróleo del Golfo era entonces. ¿Es esa dependencia aún tóxica? Ha habido esfuerzos para hacer las finanzas más seguras y que el mundo sea menos dependiente de ellas. Es demasiado pronto para ver si han funcionado. Pero está claro que economistas, políticos y financieros aún tienen mucho por hacer, incluyendo la restauración de su propia reputación para la competencia. Incluso si tienen éxito en las muchas tareas necesarias, gran parte de los daños de la crisis no se puede deshacer. Pero el deterioro al menos se puede detener.

Archivado En

_
_