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Columna
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La mano dura se asoma al arte

La detención la semana pasada del marchante de arte Yves Bouvier promete destapar secretos que preferirían permanecer ocultos. Se espera que el escrutinio de la red de almacenes de depósito libre de impuestos y de alta seguridad de Bouvier genere un nuevo debate acerca de por qué el negocio del arte mundial, valorado en 65.000 millones dólares (58.690 millones de euros) en 2013 según la Fundación Europea de Bellas Artes, escapa a todo, salvo a la regulación más ligera.

Muchas obras de arte no terminan sobre chimeneas en mansiones, sino que acaban en los llamados puertos francos, a menudo unidos a los aeropuertos internacionales. Estas unidades están destinadas a ser viviendas temporales para las mercancías en tránsito, pero en la práctica los objetos de valor a menudo se suelen descargar de los jets privados y se almacenan durante años. Las instalaciones están tradicionalmente agrupadas en Suiza, pero Luxemburgo abrió una de 20.000 metros cuadrados en 2014 y otra está prevista para Pekín este año.

Algunos coleccionistas pueden ver las obras de arte como activos financieros más que como objetos de admiración. Pero mantenerlos en el limbo libre de impuestos plantea preguntas difíciles para los gobiernos deseosos de acabar con el lavado de dinero y la evasión de impuestos. El Grupo de Acción Financiera Internacional sobre el blanqueo de capitales se ha preocupado por los puertos francos desde 2010. Los depósitos del lujoso aeropuerto también se parecen mucho a las cuentas bancarias en el extranjero sobre las que Estados Unidos, Reino Unido y otras autoridades han sido drásticos.

A principios de este año, el economista Nouriel Roubini destacaba que el mercado del arte necesitaba regulación, añadiendo la posibilidad de manipulación de precios a las preocupaciones por los impuestos y el lavado de dinero. Además, la compra de arte es una de las escasas formas que hay de poseer algo de valor de forma totalmente anónima. Todo ello invita a un mayor escrutinio oficial.

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