Más Rousseff y menos Dilma
Los primeros meses del segundo mandato de la presidenta de Brasil nada tienen que ver con las ilusionantes expectativas que envolvían su acceso al cargo en 2010. En solo dos meses desde su toma de posesión, su nivel de confianza entre la ciudadanía ha pasado del 42% al 24%, el peor para un presidente brasileño desde Fernando Henrique Cardoso en 1999. Dos son las causas principales de este descenso: una economía al borde de la recesión y el escándalo Petrobras.
Los últimos datos macroeconómicos reflejan una situación de debilidad, con una coyuntura económica internacional menos favorable por la moderación del crecimiento económico chino; la caída de los precios internacionales de materias primas, en especial, agrícolas, y el petróleo, y la normalización de la política monetaria norteamericana. Estos factores inciden negativamente sobre el saldo exterior y en la demanda interior, afectada por el repunte de los precios. El menor intervencionismo ha provocado que la inflación haya superado los dos dígitos, arrastrada por los mayores pagos energéticos. Será difícil alcanzar el oficialmente previsto 4,6% en 2016.
Los nuevos responsables económicos, liderados por el ministro de Finanzas, Joaquim Levy, han comunicado inmediatos recortes presupuestarios y el incremento de impuestos, en especial sobre combustibles, importaciones y créditos al consumo. Adicionalmente se congelan las medidas previstas para aumentar las desgravaciones fiscales dentro del impuesto sobre la renta. Se ha puesto en marcha un programa de ajuste, centrado en sanear las cuentas públicas, con el fin de evitar la desestabilización macroeconómica y restaurar la confianza internacional, vitales para continuar con la generación de infraestructuras y la reducción de deuda según lo previsto.
Por su parte, el Banco Central ha ajustado la tasa Selic y ha anunciado que mantendrá el programa de intervención del tipo de cambio del real. Por encima de todo, se desea mantener, vía precios, la competitividad externa. En su conjunto, la nueva política económica, a través de reformas ortodoxas, intentará reconducir el crecimiento económico de las últimas décadas y avanzar en la modernización del país. La previsión de 0,8% de aumento del PIB para este año es claramente insuficiente para Brasil, en su deseo de continuar la inclusión de millones de personas en la clase media, abandonando niveles de pobreza. Programa de éxito en los pasados ejercicios.
Al descenso de popularidad de Rousseff ha contribuido también el escándalo Petrobras, petrolera estatal cuya producción aporta la sexta parte del PIB del país. Se ha revelado que la mayor de las multilatinas dedicaba un 3% de la producción a sobornos y maniobró para restringir la competencia. Estas prácticas fraudulentas, estimadas en más de 4.000 millones de dólares, han desembocado en que el precio de sus acciones bajara de 50 a 10 reales y que el valor de la compañía se redujera un 80%. El orgullo nacional que significaba esta perla de la corona se ha trastocado en vergüenza y oprobio hacia sus responsables, directos o indirectos, los que cometieron abusos de poder en beneficio propio y los que no se enteraron de lo que allí ocurría.
A estos dos factores se añade la mayor sequía soportada por el país durante los últimos 80 años. Algunas ciudades han racionado el agua y muchos pueblos son abastecidos con camiones cisterna. A la incidencia social se añade la económica, pues la sequía, indirectamente, provoca un mayor precio de los productos alimenticios y recaída de la industria.
Rousseff lidera una coalición de Gobierno de nueve partidos de tendencias heterogéneas, por lo que no se descartan tensiones en su seno, máxime cuando arrastra el escaso margen con el que se impuso en las últimas elecciones. Los cambios electorales prometidos serán difíciles de materializar, lo que aumentará la frustración política interna y menor apoyo de los movimientos sociales. Tal vez por eso, ha pedido ayuda a su mentor. El respaldo de Lula, que no ha perdido su popularidad, puede ser determinante. Con un desafiante panorama social, un menos favorable entorno internacional y una economía necesitada de urgentes ajustes, el segundo mandato presidencial afronta retos peliagudos. Sin duda, será necesario ser más Rousseff y menos Dilma.
Javier de la Nava es profesor de Macroeconomía del CEF (Centro de Estudios Financieros).
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