Anís del Mono, el licor ‘evolutivo’ y decimonónico
La bebida fue creada en 1870 en Badalona por los hermanos Bosch Un mono con un razonable parecido a Charles Darwin adorna su etiqueta
El 24 de noviembre de 1859 aparecía en las librerías un ensayo que revolucionaría la ciencia y la religión –e incluso el modo de entender el mundo– y que aún sigue levantando polémica: El origen de las especies, de Charles Darwin. Un avispado empresario catalán, Vicente Bosch Grau, tuvo 11 años más tarde la genial idea de asociar la imagen del creador de la teoría de la evolución con su licor. Un mono con un razonable parecido al autor británico adornaría desde entonces la etiqueta de Anís del Mono. La empresa vende anualmente unos tres millones de botellas de sus dos variantes, dulce y seco.
No es el único simio de esta historia, ni la única referencia científica. En 1865, el abogado José Bosch Grau adquiría una pequeña fábrica en Badalona (Barcelona) en la que empieza a elaborar licores a granel. Tres años más tarde, su hermano Vicente, notario, decidía unírsele en la empresa. A este último, que tenía negocios en las Américas, un cliente le envió como regalo un monito. De ahí que eligieran bautizar el anís que comenzaron a elaborar en 1870 como el del Mono.
Cronología
1865. El abogado José Bosch Grau adquiere una pequeña fábrica en Badalona en la que comienza a elaborar licores a granel.
1868. Su hermano, el notario Vicente Bosch Grau, se une a la aventura comercial.
1870. Comienzan a producir el Anís del Mono.
1897. Vicente se hace cargo de la empresa tras el fallecimiento de su hermano. Convoca un concurso de cartelería, el cual gana el pintor modernista Ramón Casas con una obra titulada Mono y mona.
1970. El grupo Osborne adquiere Anís del Mono.
Admiradores o detractores de Darwin no se sabe, pero los hermanos Bosch supieron jugar con el gran debate decimonónico acerca de la verdad del discurso científico. De la mano del Darwin primate pende una filacteria (una cinta con una inscripción) en la que se puede leer “Es el mejor. La ciencia lo dijo y yo no miento”.
Otro elemento distintivo de la etiqueta es ni más ni menos que una errata tipográfica. La palabra destilación aparece escrita con dos eles. Fue un error que, sin embargo, decidieron no corregir. Imprime carácter y, por extraño, que parezca sirve para defenderse de posibles falsificaciones.
En 1897, tras el fallecimiento de José, Vicente toma las riendas en solitario de la compañía. Y quiere hacerla conocida entre el gran público. Expandirse. Para ello, convoca mediante anuncios en la prensa de la época un concurso de cartelería, un canal de publicidad que había tomado impulso con la aparición de la industria y la pujanza del modo de vida urbano. Se presentan 162 obras de artistas españoles y gana el primer premio (1.000 pesetas de las de entonces) el artista modernista Ramón Casas con su trabajo Mono y mona. Una hermosa mujer con mantón de Manila y flor en el pelo, una Manola de las que habitaban los barrios populares y obreros, se toma una copita acompañada del consabido primate.
No será esta la única vinculación de la bebida con las bellas artes. Pintores y escultores, además de presumiblemente consumirla, le rendirán homenajes a lo largo de los años. Así, tanto Juan Gris como Picasso la representan en sus experimentaciones cubistas. El madrileño pega una etiqueta en su collage La bouteille d’anis y el malagueño esculpe una botella en madera. Diego Rivera, Salvador Dalí, Rafael Barradas o Manolo Valdés también encuentran inspiración para sus obras en ella.
Tras décadas de éxito artístico y de ventas, en 1970 el grupo andaluz Osborne adquiere la empresa y se vuelca en el mercado nacional con la campaña Volvamos al mono. Entre 1920 y 1950 la estrategia de la compañía se había centrado en el extranjero, con lemas como Famoso en todos los países o Sabor de España en el mundo. Con la entrada del nuevo siglo, Osborne apuesta por rejuvenecer la marca y lanza un vídeo y un cómic con la historia de Anís del Mono. Y hasta una aplicación para el móvil con la que tocar el famoso riquirrín navideño.
Hay algo que no ha evolucionado: la composición del licor. Se continúa elaborando a base de matalahúva (grana de anís natural) de primera calidad, de la que se extrae el aceite esencial, que va mezclado con agua desmineralizada, jarabe de azúcar refinada y filtrada y alcohol. Además, se sigue destilando en los alambiques originales de cobre del siglo XIX por los diez empleados que componen la plantilla de la fábrica de Badalona.
Y es que Anís del Mono es toda una tradición. Sobre todo, en Andalucía y Cataluña, las dos comunidades donde más se consume. México, Estados Unidos, Perú, Alemania y Panamá también se han sumado con fervor a esta hispánica tradición. Son los cinco países donde más se vende después de España.
Con el ‘riquirrín’, de la botella al móvil
Nochebuena, la cena con la familia y los seres queridos; turrones, polvorones, mantecados; villancicos, y un particular sonido de acompañamiento: el riquirrín producido al rascar una cuchara contra la botella de corte adiamantado de Anís del Mono.
El característico envase de esta bebida nació como una copia de un frasco de perfume del que Vicente Bosch quedó prendado en un viaje en 1870 a París. Lo había comprado como regalo para su mujer en la elitista Place de la Vendôme. Bosch decidió que su licor debía venderse en un envase similar, así que compró los derechos al comerciante francés y comenzó a producirlo a gran escala en Badalona.
El cristal adiamantado se convirtió, junto al dibujo del mono, en el sello de identidad de la marca. Nadie sabe quién fue la primera persona a la que se le ocurrió utilizar la botella de Anís del Mono como un instrumento musical navideño. Fuese quien fuese, inventó una tradición que aún perdura y acompaña nuestra banda sonora festiva.
Hace dos años, la empresa decidió modernizar la costumbre y sacó una aplicación para el móvil llamada Monomusic. Con ella, deslizando un dedo por la pantalla, se puede tocar el riquirrín durante todo el año.