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Columna
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Cómo financiar la inversión de Europa

Los europeos no están de acuerdo sobre dónde buscar el primer céntimo de su programa de inversión de 300 millones de euros. Jean-Claude Juncker, presidente entrante de la Comisión Europea, que lanzó la idea, se ha reunido con los gobiernos, pero los Estados miembros no están de acuerdo sobre la forma de hacerlo y cómo gran parte del esfuerzo debería recaer sobre las arcas públicas.

Las diferencias siguen estando –sobre todo entre Alemania y Francia– en la forma de organizar el programa y las mejores formas de atraer inversores privados para que se unan. Se suponía que los gobiernos tendrían que proporcionar solo el dinero suficiente para movilizar a los inversores privados en torno a proyectos de inversión considerados de demasiado riesgo o insuficientemente rentables para el mercado privado. La Comisión está pensando en instrumentos financieros que obligarían a que la primera pérdida recayera sobre el sector público.

Francia sugiere utilizar 80.000 millones de euros del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), creado a raíz de la crisis del euro para rescatar a los estados miembros.

El MEDE fue creado por un tratado que prohíbe el uso de su capital para cualquier propósito que no sea el original

El problema con esa sugerencia es que el MEDE fue creado por un tratado que prohíbe el uso de su capital para cualquier propósito que no sea la absorción de pérdidas en sus préstamos. Retorcer los tratados no encaja bien en Alemania. Wolfgang Schaeuble, ministro de Finanzas, ha afirmado que el MEDE no está destinado a financiar “las posibles ideas creativas.”

Por otro lado, reciclar dinero de otras instituciones podría ilustrar el problema principal del plan de Juncker: ¿por qué sigue allí el dinero?

Antes de que los líderes europeos se embarquen en un plan para intentar impresionar con un número importante, puede que quieran analizar por qué los esfuerzos anteriores –igual que la iniciativa de “crecimiento y empleo” de 120.000 millones de euros de 2012– no resultaron. Ni la perspectiva de reducción de pérdidas puede incitar a los inversores privados a unirse a gobiernos que muestran tan poca confianza en el futuro económico de Europa.

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