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Columna
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Es hora de pasar página en la UE

Jean-Claude Juncker debe saber que debe la mayor parte de su nombramiento como presidente de la Comisión Europea a David Cameron. Sin la fijación obstinada del primer ministro británico en negar el puesto al ex primer ministro de Luxemburgo, el problema Juncker no se habría convertido en el trauma Juncker. Habría sido tratado de la forma europea habitual –con acuerdos de trastienda, coacciones, forcejeos, y una negociación con el Parlamento Europeo para encontrar un candidato de consenso adecuado–. Al hacer a Juncker célebre en esta causa, Cameron logró unir al resto de los miembros de la UE contra Reino Unido.

Cameron ha hecho más que dar a un operador político consumado el puesto más alto de la UE. También ha puesto de manifiesto las contradicciones en las políticas recientes de Reino Unido que han desconcertado incluso a los mejores aliados de Londres en Europa –como exigir reformas a la vez que se niega la necesidad de un centro fuerte para iniciarlas y ponerlas en práctica, o pedir más legitimidad democrática a la UE a la vez que se cuestionan los nuevos poderes del Parlamento–.

Pero Juncker y otros líderes europeos también saben que lo que importa ahora no es quién gana o pierde, sino lo que viene a continuación. Una vez que los escandalosos editoriales se olviden, los líderes de la UE tendrán que volver a vivir y trabajar juntos. Deben ponerse de acuerdo sobre la manera de reformar Europa. Nadie discute la necesidad. Es hora de que Alemania, Francia y los demás resuelvan, entre las muchas demandas confusas Británicas, las reformas que apoyan, las que podían aceptar y las que no pueden.

En una de las principales propuestas británicas –reforzar el mercado único– hay muy poco debate. La zona euro se tambalea a través de la crisis hacia una mayor integración, pero sus miembros no están haciendo caso omiso de los temores de que el resto de la UE podría quedarse atrás. La débil recuperación de Europa es un poderoso incentivo para lllevar a cabo reformas.

Los servicios deben ser liberalizados, y los auténticos mercados paneuropeos deben crearse en sectores críticos como la energía o las telecomunicaciones. Los gobiernos deben encontrar maneras de hacer que las reformas sean aceptables para los votantes europeos que el mes pasado expresaron su desconfianza hacia Bruselas, y parecían pedir una pausa en la campaña de reformas.

Los líderes europeos saben que lo importante no es ahora quién gana o pierde, sino lo que viene después

Las discusiones serán más duras en los poderes de la Comisión Europea. El gobierno de Reino Unido ha ignorado durante mucho tiempo la realidad de que un mercado único reforzado significa un órgano fuerte. Y el principio de subsidiariedad –el mecanismo solo debería contar con poderes que los gobiernos nacionales no pueden ejercer mejor– no tiene el mismo significado para los 28 miembros de la UE. Las peticiones de Reino Unido de repatriar poderes a nivel nacional no son objeto de controversia, en principio, pero lo que Londres quiere en la práctica no está claro. Sin embargo, aunque Juncker es uno de esos federalistas europeos temidos por los euroescépticos británicos, un aumento de los poderes reales de la Comisión no está en la agenda. La fatiga de la integración Europea no es solo un fenómeno británico.

Luego están los pasos simbólicos pero importantes que Reino Unido quiere forzar en Europa, como una revisión de sus tratados fundacionales para suprimir las promesas sobre una unión “cada vez más estrecha”. Es poco probable que suceda –sería una locura por parte de Londres hacer demasiada presión–.

En las próximas semanas, los líderes europeos pasarán a ocuparse de cuestiones más prácticas como nombrar a los comisarios y asignar carteras, en una interesante ida y vuelta con Juncker, quien tendrá voz y voto decisivo. Será en ese momento cuando las pocas cualidades que lo acreditan serán útiles. El realista político en busca de compromiso tendrá que olvidarse de la amargura de su proceso de nominación y trabajar para dar a Reino Unido no solo una importante cartera –algo que queda descontado– sino una que abarque algunas de las áreas que más preocupan a Gran Bretaña. Entonces, por fin, los líderes de la UE podrán empezar a hablar de la agenda de la Comisión y jugar con “la pelota en lugar del hombre”, para sacar partido al Secretario de Relaciones Internacionales de Reino Unido en la sombra, Douglas Alexander. Los acontecimientos van con retraso.

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