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Secretos de despacho

Juguetes para amenizar las reuniones en la sede de Lego

Las juntas duran 70 minutos. “Yo controlo que nadie se pase de tiempo” “Se sorprendería de las construcciones que llegan a hacer algunos durante una reunión”

Juan Lázaro
Manuel G. Pascual

Basta con asomar la cabeza por sus luminosas oficinas, ubicadas en la madrileña calle de Orense, para darse cuenta de a qué se dedican ahí dentro. Un enorme y elaborado cuadro construido con piezas de Lego da la bienvenida a los recién llegados. Pocos metros después saluda una sonriente figura de la estatura de un niño de 12 años, también levantada a base de ladrillos de colores. Los juguetes salpican aquí y allí el blanco predominante en la sede española de la compañía danesa. El local está organizado siguiendo las últimas tendencias: un gran espacio diáfano solo interrumpido por el despacho del director general y por dos salas de reuniones, a su vez plagadas de las últimas novedades de la mítica marca de las sonrientes figuritas de cara amarilla.

Algunas de las lámparas también son estructuras construidas con coloridas piezas de plástico. Sus modelos más famosos, como las naves de la saga Star Wars o la enésima versión del barco pirata, decoran las estanterías. Y en los espacios en que confluye la gente, como la cocina y las salas de reuniones, hay grandes fuentes transparentes repletas de ladrillos de Lego. “Se sorprendería de las construcciones tan elaboradas que son capaces de hacer algunos durante una reunión. Alguna vez he llegado a pensar que quizá no me estaban haciendo caso”, comenta entre risas César Ridruejo (León, 1964), responsable de la compañía para España y Portugal.

Del básquet a los ladrillos

Ridruejo iba para jugador de baloncesto, su deporte preferido. “Jugaba en el Baloncesto León. Lo dejé justo cuando empezamos a ganar y ascendimos a segunda división”, comenta con nostalgia. Decidió estudiar Derecho en la Universidad de León y, tras licenciarse, se fue a Madrid a cursar un MBA en la Escuela de Organización Industrial (EOI).

Con todo, su pasión por el deporte no ha muerto. Hoy se consuela jugando con amigos y practicando otras disciplinas, como el tenis, el pádel o saliendo a correr. Aunque todavía no ha conseguido probar las canchas de pádel que hay en el patio contiguo a la oficina y cuya visión turba a los amantes del ejercicio.

Ridruejo ha dedicado casi toda su vida laboral a Lego. Entró en la compañía en 1992, tras haber acumulado apenas dos años de experiencia en el mundo de la empresa. Se estrenó en el departamento financiero. Luego pasó a operaciones, para recalar a continuación en el área comercial y, más tarde, en marketing. Para desempeñar esta última tarea se tuvo que mudar a Milán, donde nacieron sus dos hijos, que hoy estudian en el Liceo Italiano de Madrid.

Fue en 2006, en un momento de crisis de resultados en España, cuando ocupó su actual cargo. Tras ajustar costes y volver a centrar el negocio en las líneas clásicas (como Lego City), la empresa volvió a ganar dinero en 2008, senda que no ha abandonado a pesar de la crisis. “Desde ese año hemos tenido un crecimiento medio del 13% pese a que el mercado ha caído un 4%”, apunta.

Su propio despacho está lleno de juguetes. Entre los que más le gustan, un modelo que simula un podio de los Juegos Olímpicos (el deporte es una de sus mayores aficiones fuera del trabajo) y dos cajas de serie superlimitada que solo poseen algunas decenas de empleados de todo el mundo. Uno de ellos es una reproducción de la casa-museo de Lego, en Billund (Dinamarca), donde Ole Kirk Christiansen fundó en 1930 la empresa y donde se conserva una extensa colección de referencias de todas las épocas. No está abierta al público: solo pueden entrar empleados de la firma y algunos invitados. El otro modelo que encierra más valor para Ridruejo es un homenaje al primer juguete de la compañía, un pato rojo y negro de madera, hecho con los actuales bricks de plástico.

El colorido de los juguetes es el único elemento que destaca en el austero despacho de Ridruejo, que siempre tiene su puerta de cristal abierta (el día de la entrevista demuestra que, efectivamente, la falta de práctica le impide dejarla cerrada del todo). La proverbial cultura del trabajo danesa ha impregnado los hábitos de la sede ibérica de Lego. “Los horarios de entrada y salida son muy flexibles. Aquí trabajamos por objetivos”, explica el leonés. “Siempre animo a la gente a quedarse en casa para realizar determinadas tareas. Yo soy el primero que, si quiero prepararme una presentación importante, prefiero estar en un lugar en el que nadie me moleste”, ilustra. Todavía no han llegado al nivel de los daneses (“allí se trabaja al menos un día a la semana en casa”), pero todo se andará.

Otra norma: las reuniones semanales que mantiene con su equipo deben durar 70 minutos exactos. “Yo controlo que nadie se pase de tiempo”, subraya. Los encuentros, siempre de día, jamás se deben dejar para la tarde. “Eso me parece una animalada. La gente tiene vida”. Y, en su caso, puede que sea de los pocos country managers españoles que no trabajan los fines de semana. “Solo en ocasiones puntuales tengo que atender asuntos, pero por norma general de viernes a lunes no hago nada”, reconoce.

El feliz entorno laboral de Lego, asegura, llega a niveles extremos en la sede central, en Copenhague. “Allí, a partir de las 15.30 horas ya no ves a casi nadie, aunque también es verdad que empiezan muy pronto. Lo que más me sorprendió fue ver a niños [los empleados pueden llevar a sus hijos y mascotas al trabajo] jugando al fútbol por los pasillos. Aquí aún no hemos llegado a eso”.

Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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