La magistrada infatigable
La primera jueza nombrada en la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo se forjó cuando hacia las mujeres había todavía desconfianza. Y bajo los focos del ‘caso Luis Roldán’
Cuando le preguntaron, hace aproximadamente cuatro años, si aspiraba a llegar a la plaza más prestigiosa en la carrera de un juez, la de magistrado del Tribunal Supremo, contestó con mucha sinceridad que sí, que le hubiera gustado. “Pero, por el momento, tengo un compromiso de cinco años en el cargo y mi intención es cumplirlo”, añadió. El 27 de febrero pasado, cuando el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) la nombró jueza del alto tribunal, Ana María Ferrer García había ya agotado sobradamente el mandato de presidenta de la Audiencia Provincial de Madrid, al que había accedido en 2008.
La ambición no es la primera característica que Matilde Gurrera Roig, también magistrada de la Audiencia Provincial, destaca de ella. Sin embargo, admite que forma parte de su manera de ser, aunque matiza: “La ambición bien entendida es lo que nos hace avanzar. Es una mujer legítimamente ambiciosa”.
Gurrera, que llamó por teléfono a Ferrer el día de su nombramiento y pudo comprobar personalmente la satisfacción y la felicidad que esta noticia había desatado en ella, prefiere subrayar sus grandes dotes de jurista. “Todos los jueces de carrera tienen una sólida formación”, afirma, “pero ella es, además, inteligente. En todos estos años ha tomado muy buenas resoluciones, aspecto que es quizá el más importante para ejercer en el Supremo”.
Nacida en enero de 1959 en una familia de cuatro hermanos, Ferrer empezó a frecuentar los tribunales muy pronto. Cuando todavía estudiaba segundo de Derecho, fue delegada profesional en el Tribunal Tutelar de Menores. En 1984, con 25 años, se presentó a las oposiciones y las ganó. Empezó entonces su larga carrera en los juzgados de primera instancia e instrucción de Valdepeñas (Ciudad Real), Linares (Jaén), Aranjuez y Leganés (Madrid).
“Los primeros años fueron complicados porque las mujeres teníamos que luchar para ser aceptadas por los ciudadanos y, también, para poder ganar una plaza dentro del organigrama oficial. Cuando queríamos promocionar siempre nos recordaban nuestras cargas familiares”, recordó la jueza mucho tiempo después. Pese a ello, su entorno relata que ha sabido fraguarse un camino y que el hecho de ser mujer le confiere más sensibilidad hacia ciertos temas, como la violencia sexual.
¿El hecho de que sea una de las 11 magistradas del Supremo, pero sobre todo la primera mujer que dentro de unos días cruzará el umbral de la Sala de lo Penal en 200 años de existencia de este tribunal, es tan importante? “Ojalá algún día ya no sea noticia, pero se da la casualidad de que sí, es la primera”, se ríe Gurrera. “Es importante, porque muchas no han podido llegar allí hasta ahora y el paso atrás siempre se puede dar”, añade. Ferrer puede convertirse así, definitivamente, en uno de los símbolos españoles de la emancipación de las mujeres.
La primera vez que su nombre saltó al primer plano de las crónicas nacionales fue en 1994 cuando, embarazada, tuvo que ocuparse del caso Luis Roldán, el director general de la Guardia Civil que se escapó a Tailandia tras haber sido acusado de corrupción. “Me gustaría pasar desapercibida para conseguir la serenidad necesaria para hacer las cosas bien”, declaró a la periodista Maruja Torres la que, por aquel entonces, todavía era titular del Juzgado de Instrucción número 16 de Madrid.
Su cualidad de gran trabajadora es algo que se resalta a menudo de esta profesional. Cuando, tras 12 años de actividad en la Audiencia Provincial de Madrid, la nombran presidenta de este organismo, no contempla la posibilidad de ser dispensada, por su cargo, de gran parte del trabajo judicial y sigue pisando las salas de audiencias. “Siempre que puedo acudo a las deliberaciones y a las vistas orales”, concedía, “lo que me gusta es estar en sala cuando hay un juicio penal. Ahí es donde realmente uno ve que le pasa la vida por delante”. La suya no es una mera presencia formal; Ferrer aporta a los demás magistrados llamados a deliberar todo lo que sabe, ofrece ayuda, facilita las tareas de los compañeros. Y cuentan que es infatigable, generosa y altruista.
Tal vez este último aspecto de su carácter constituya otra cualidad que atestigua el secretario general de la Universidad Alfonso X El Sabio, Enrico Pascucci De Ponte: “Su inquietud por la docencia”. Desde hace casi tres lustros, Ferrer es una de las profesoras asociadas que coordina, junto a otros docentes, el prácticum, un convenio con el CGPJ que permite a grupos reducidos de estudiantes realizar actividades prácticas en distintas instancias judiciales.
“Es una profesional excelente”, declara Pascucci, “esto se ve en todo: desde el trato con los alumnos hasta el esmero con el que selecciona las vistas a las que acuden los chicos, para que sean lo más pedagógicas posible”. A nadie le extrañará, entonces, que los estudiantes la valoren siempre muy positivamente.
Si de algo se queja esta magistrada, desde el alto mando de la Audiencia Provincial de Madrid, es de la falta de personal, refuerzos y medios informáticos eficientes, algo que juega un papel importante en la acumulación del trabajo, sobre todo en el ámbito de lo penal. Pese a ello, afirman que nunca pierde su trato agradable, el buen humor y la ironía. Pero, cuidado: “El hecho de que sea divertida no quiere decir que no sepa llevar la Audiencia con autoridad, todo lo contrario”, asegura Gurrera.
Autoridad y rigor, como en esta frase, que dijo a otra magistrada: “Antes de tomar posesión del cargo en el Supremo no voy a hacer declaraciones, porque no quiero presentarme a los medios antes que a mi compañeros”. Sus palabras dejan entrever su pronunciado sentido del deber y una discreción que la coloca a años luz de la imagen de juez estrella.
La mujer que pudo vencer la “perplejidad” de sus compañeros varones, la magistrada progresista, asociada a Jueces para la Democracia, obtuvo 13 de los 21 votos del pleno del CGPJ. Dicen que las divisiones en el bloque conservador tuvieron algo que ver en impulsar la candidatura de Ferrer. Aun así, “ha sido un gran acierto el que la nombraran magistrada el Supremo”, subraya Gurrera. “Es un ascenso merecido porque es una gran jurista”.