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Editorial

La lluvia fina de la reforma laboral

El fin de semana se ufanaba la alcaldesa de Madrid de lo oportuna que había sido la reforma laboral de 2012 para acabar con el conflicto de la limpieza viaria de Madrid, por el simple hecho de que las empresas habían decidido aplicar un expediente de regulación temporal de empleo, una suspensión temporal tradicional de 45 días al año a cada trabajador hasta 2017. Es un instrumento nada novedoso, común en grandes empresas industriales, que únicamente socializa los costes de un sector con cargo a todos los demás que pagan cotizaciones para financiar el desempleo. Todo sea por evitar despidos. Aunque tal procedimiento no es en absoluto novedoso, cierto es que la reforma laboral empieza a calar y a mojar a muchos sectores, que logran así aplacar el crecimiento de los costes en una durísima etapa en la que se contrae la demanda y quedan pocas alternativas que no sean bajar los precios finales.

Un ejemplo a seguir es la movilidad laboral funcional plena aplicada en el convenio de la hostelería a partir de este mismo mes. En circunstancias económicas excepcionales, las empresas podrán cambiar las funciones de todo el personal, lógicamente si técnicamente están habilitados para ello y no se pierde desempeño corporativo, para salvar las dificultades coyunturales.

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