Mejor una mala decisión que ninguna decisión
Tengo escrito en estas páginas que España parece hoy un país en vías de subdesarrollo, teoría sustentada por el catedrático y doctor ingeniero Adolfo Castilla, un reputado intelectual de la economía que colabora estrechamente con algún premio Nobel y cuenta logros como Fundesco, el mítico foro de debate y prospectiva tecnológica creado en 1969 y fagocitado 30 años más tarde por la fundación Telefónica, o definir el consorcio ganador Airtel en el proceso liberalizador de la telefonía móvil. Logros posibles gracias a la actitud y el valor de asumir riesgos en el desempeño profesional. De ahí la referencia a este insigne sénior, curtido en el ámbito de la economía aplicada y en la gestión empresarial.
Además de formación y vanidad, los profesionales que ocupan puestos de responsabilidad en la empresa deben reunir otros atributos. Por ejemplo, la audacia para buscar y un cierto sentido del riesgo para conjugar las herramientas que permiten convertir en éxito oportunidades de negocio, entre otras la comunicación, cuyo retorno estratégico está más que contrastado. La realidad, por el contrario, muestra un número creciente de ejecutivos que han elegido aferrarse al sillón y sobrevivir mediante la técnica del avestruz. Profesionales que se inhiben en la toma de decisiones, o las aplazan sine die, y justifican su actitud en la falta de presupuesto. Un karma convertido en escudo hasta el extremo de que algunos ni siquiera se atreven a valorar propuestas de valor añadido que les llegan a su mesa profesional.
Esta falta de pulsión en la toma de decisiones –alguna de carácter perentorio para la organización- allana el camino a la debacle económica e impide conocer el censo de talento empresarial con que cuenta la economía española. Afortunadamente, muchos de nuestros ejecutivos más prometedores subrayan en su currículo estancias formativas en USA, cuna del emprendimiento y la ambición profesional, lo que les confiere de entrada cierta garantía de éxito. Claro que, a tenor del diagnóstico comentado, causa cierta perplejidad lo poco que parecen haber asimilado el credo económico americano “Mejor malas decisiones que la falta de decisiones”.
Un número creciente de ejecutivos se aferran al sillón y sobreviven mediante la técnica del avestruz
Es un hecho que en la actual recesión el dinero dirigido a la economía productiva apenas circula por estos lares, y sin grandes presupuestos para invertir las estrellas empresariales de hace sólo unos años hoy no rutilan. Es un hecho que la falta de liquidez exige ajustes perimetrales de la gestión, pero choca que incluso los nuevos ejecutivos se lancen compulsivamente a la yugular de los intangibles sin apenas hacer valer lo aprendido en las cunas más solventes del capitalismo; obviando el valor añadido que aquéllos pueden y deben seguir aportando en situación de crisis. Si hablamos de comunicación, entendida como herramienta estratégica, es en época de crisis cuando las empresas tienen mayor necesidad de ser visualizadas y ganar la credibilidad necesaria para permanecer en un escenario recesivo. Lástima que la SEC y otros clubes no atinen con una pedagogía eficiente.
Con todo, este plañidero circo ayuda a determinar el porcentaje de empresarios y el porcentaje de negociantes que nutren el tejido económico español. La audacia del emprendedor alumbra empresarios que crean empresas y coadyuvan a implantar el tejido industrial necesario para garantizarnos el futuro. Por el contrario, la cultura del pelotazo, tan asentada en la picaresca española, genera la eclosión de pequeños negocios que sólo buscan alta rentabilidad a corto plazo y vuelta a empezar. Entonces, y en medio de este singular baile, emergen las pymes, dichoso acrónimo que igual vale para un roto político que para un descosido empresarial, cuyo esquema estructural sólo entiende de gastos cuando se refiere a los apartados más intangibles de sus balances, que rara vez abordan con criterios de inversión.
Con escasa base industrial que actúe como motor de grandes empresas productivas y de amplias redes de industrias auxiliares, a la economía española no le queda más remedio que estar soportada en su práctica totalidad por pymes y autónomos. No hay más que contar el número de asociaciones sectoriales y territoriales que deambulan en el universo de la pequeña y mediana empresa, con una pléyade de dirigentes más pendientes del canto de sus tripas que de pensar y asumir riesgos de futuro a favor de los asociados que les mantienen. En ese escenario, la visión crítica de la consultoría de comunicación se convierte en atalaya para el diagnóstico de las carencias estructurales que padece el tejido empresarial español, pero sus conclusiones y recomendaciones no movilizan como sería deseable a unos organigramas ensimismados en la mera supervivencia.
El portavoz del partido que gobierna se jacta de ser la economía con el mayor número de autónomos
Con estas mimbres va el gobierno y, hala, se sube a la evolución económica de todos los españoles dictando una ley de emprendedores sin consensuar con el resto de fuerzas políticas y sociales. E incluso el portavoz del partido que gobierna se jacta de ser la economía con el mayor número de autónomos de los países de la eurozona. ¡Qué importa la ausencia de una masa industrial fuerte! Con un tono plano que devalúa su mensaje, él sólo busca justificar la ley decretada. Es un trabajo profesional, pero hay que hacerlo bien, y la primera regla es convencer. No sobrevender. Las promesas de la ley están escritas, y son muchas. Veremos si su desarrollo sabe jerarquizar y combinar sus cuatro puntos cardinales: 1) Menos burocracia. 2) Incentivos fiscales. 3) Facilidades para obtener crédito. 4) Apoyo a la internacionalización. Veremos si esta nueva ley logra por fin que el emprendedor español se sume al credo americano “Bad decisions sometimes are better than no decisions at all”.
Jesús Parralejo Agudo es presidente ejecutivo de Consulting 360 y espejopyme.com