Hay que seguir adelante con las reformas
El ministro de Economía y Competitividad confirmó ayer que los Presupuestos Generales del Estado que el Gobierno presentará a finales de este mes incluirán una revisión al alza de las previsiones macroeconómicas para el año que viene. Luis de Guindos reitera así que el Ejecutivo modificará al alza –desde el 0,5% al entorno del 1%– el dato de crecimiento para 2014, mientras que la previsión de desempleo se quedará ligeramente por debajo del 26,7% previsto. Aunque hasta ahora la línea de salida de la economía española para comenzar a crear empleo estaba en el 2% del PIB, el titular de Economía se muestra confiado en que, dada flexibilidad introducida en el mercado de trabajo tras la reforma laboral, con un 1% de crecimiento sea suficiente.
El optimismo del Gobierno no es aislado. Cada vez son más los expertos, entidades, organismos y servicios de estudios públicos y privados que perciben signos de mejora en el horizonte macroeconómico que afronta España, aunque sin ocultar que se trata de señales todavía incipientes y, por lo tanto, sometidas a la fragilidad inherente a toda coyuntura. Es el caso del servicio de estudios de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas), que el martes hizo pública una revisión de sus previsiones macroeconómicas: una caída del 1,2% del PIB este año, ligeramente por debajo de lo augurado anteriormente, y un crecimiento del 1% en 2014. O de Morgan Stanley, que ha apostado por un repunte del 0,8% el año que viene, de un 1,1% en 2015 y de un 1,2% en 2016. Todos esos análisis coinciden al apuntar que estamos en un momento de inflexión, a partir del cual la economía española debería comenzar –aunque con timidez y más o menos lentitud– a registrar tasas positivas de crecimiento.
Los argumentos que sostienen esta revisión al alza del cuadro macroeconómico español son fundamentalmente dos. Por un lado, el extraordinario comportamiento que está teniendo nuestro sector exterior en esta crisis. Las exportaciones no solo se han convertido en un potente motor, sino también en una de las grandes esperanzas de España de cara a una recuperación económica sostenida. La mejora de la competitividad tras los avances en la moderación salarial y las reformas que se han implantado en el mercado de trabajo explican buena parte de este despegue exterior español, que pone sobre la mesa la incógnita de si las exportaciones pueden convertirse en una de las columnas vertebrales del nuevo modelo económico que nuestro país tiene pendiente construir. El segundo argumento es el comportamiento de la prima de riesgo, que ayer cayó por debajo de la italiana, y que ha suavizado considerablemente no solo nuestros costes de financiación, sino también la mirada de los inversores foráneos. El goteo de apertura de oficinas de entidades extranjeras y las últimas operaciones de fondos internacionales invirtiendo en el sector financiero español constituyen un indicio más de que el horizonte comienza a aclararse.
Sería sin embargo un error –y un error de graves consecuencias– deducir de esas señales que España ha puesto ya todas las bases necesarias para abordar una recuperación sólida y sostenida en el tiempo. Las tareas que restan por hacer para sanear la economía española no están ni mucho menos concluidas, como tampoco está agotado el esfuerzo necesario para que las reformas implantadas den los frutos esperados. España continúa inmersa en un duro proceso de ajuste fiscal y desapalancamiento en todos los ámbitos, que aún está lejos de haber llegado a su fin. El mercado del crédito sigue constreñido y sin poder desempeñar su función natural: proporcionar financiación para que las empresas puedan producir y estas y las familias puedan vender y comprar. Las Administraciones siguen contando con duplicidades e ineficiencias que es necesario corregir. Y el mercado de trabajo no muestra todavía signos vitales que auguren un despegue del empleo. España ha realizado un duro esfuerzo en un tiempo récord. Es cierto que ese sacrificio comienza a arrojar resultados, pero también lo es que aún no ha llegado el momento de aflojar en una carrera que todavía tiene obstáculos que salvar.