Los conjurados
Tengo un vecino que se ha comprado un patinete de los de antes, de los que se desplazan sólo con la fuerza de tus piernas. Manolo, que así se llama el aludido, está encantado porque cuando se encarama a su artilugio nota -eso dice- que se cumple inexorablemente la antigua máxima mens sana in corpore sano: su cuerpo hace ejercicio y, como se impulsa alternativa y exactamente cinco veces con cada pierna, también labora su intelecto porque mentalmente tiene que llevar las cuentas para que sus miembros inferiores trabajen a la par, sin primar la izquierda sobre la pierna derecha, o viceversa. Y el hombre recorre así el barrio durante un par de horas al día, mañana y tarde, faltaría más. El caso es que mi vecino, que es un poco simple, está muy contento y, además, absolutamente seguro de que el patinete es la solución de futuro si los humanos queremos desarrollar conjuntamente cuerpo y espíritu. Naturalmente, esto sucede cuando el calor aprieta y ablanda las entendederas, cosa que ocurre en julio y agosto, cuando la gente desaparece y en la ciudad cierran -por vacaciones, dicen los carteles- los quioscos, la panadería, los bares donde tomas el cafelito diario y los restaurantes que dicen estar en crisis. Hasta el ‘Hiper Shop’ de los chinos se permite el lujo de acortar su permanente horario de atención al público. Por fortuna, los tertulianos y los políticos también vacacionan y se han marchado quien sabe dónde, circunstancia que el país agradece sin reproche alguno: es un axioma que si los que nos mandan descansan/desaparecen las cosas irán siempre bien, entre otras razones porque, como escribió Orwell, “el lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen a verdades”. Y a estas alturas la gente no quiere más apariencias, promesas incumplidas y/o falsedades sino verdades fetén, máxima transparencia y soluciones sin discursos retóricos. Ya dijo Aristóteles que el mejor tratado de moral es siempre un tratado práctico.
Mientras tanto, cuando los cursos de verano tocan a su fin y ya no hay materias sobre las que discutir y aprender, como cada año, con o sin crisis, los periódicos adelgazan, las estrellas de la radio descansan y las televisiones reponen programas que nadie ve mientras la gente se queda patidifusa por la absoluta indecencia (sean cuales fueren los argumentos a favor) que en estos tiempos supondría fichar a un jugador de futbol por cien millones de euros, que se dice pronto. Claro que la gente también se indigna con las pensiones que perciben los altos ejecutivos bancarios y no pasa nada, salvo que los afortunados engrosan su cuenta corriente y sus bolsillos, y aquí paz y después gloria.
Sin venir a cuento, el FMI dice solemnemente que en España los salarios tienen que bajar un diez por ciento
En esas estábamos cuando, de pronto y sin venir a cuento (o a lo mejor si, vaya usted a saber), el FMI dice solemnemente que en España los salarios tienen que bajar un diez por ciento en dos años y que esa es la base para poder recuperar la lejana senda del empleo y del crecimiento. Y como estamos en verano y no se le había hecho mucho caso a la advertencia del Fondo Monetario, de repente y en su blog particular, el vicepresidente de la Comisión Europea y responsable de Asuntos Económicos, Olli Rehn, nos dice que los empleados/gurús de la señora Lagarde, que nunca se han bajado el sueldo pero se han equivocado mucho, tienen razón para pedir recortes salariales en España, y que se suma a esa demanda. Y, de forma admonitoria, según recogen los periódicos, advierte a los que se opongan a la medida: “Aquellos que (la) rechacen de forma instantánea cargarán sobre sus hombros la enorme responsabilidad de su coste social y humano”.
Es verdad que el poder implica responsabilidad, pero a las personas, en general, nos molesta mucho que nos digan cómo y cuándo tenemos que hacer las cosas. Y si uno manda u ostenta cargo, todavía más. Probablemente esa es la razón por la que, como animales heridos y acorralados, tras las palabras de Olli Rehn, el Gobierno, la oposición, la patronal y los sindicatos han hecho piña y, de forma prácticamente unánime, han dicho que verdes las han segado y que el FMI y la Comisión se metan en sus cosas, pareciendo olvidar que, aunque no nos gusten sus medidas, el señor Rehn tiene, entre otras obligaciones, la de velar y supervisar la política económica de España, que como todos sabemos marcha regular. Es cierto que ya hay numerosos sabios (alguno es también economista) que alzan su voz para afirmar que de la crisis no saldremos sólo con recortes y más recortes; que hacen falta políticas de estímulo para que el consumo se recupere y la economía crezca. Que a lo mejor resulta que en lugar de bajar salarios sería conveniente, dada la situación excepcional que vivimos, bonificar temporalmente las cargas sociales para que empresas y emprendedores reduzcan sus costes y se decidan a crear empleo, que es (y me temo que así será durante mucho tiempo) nuestra asignatura pendiente. No sé si gracias a nuestro mareante índice de paro, sobre todo juvenil, hemos perdido ya a toda una generación; de lo que estoy seguro es de que nuestros cabreados jóvenes se han convertido en viejos desilusionados y la cuestión -y la responsabilidad- no es menor porque está claro que no estamos sabiendo devolver la esperanza a los que deberían liderar y ser gestores de nuestro futuro.
Hacen falta políticas de estímulo para que el consumo se recupere y la economía crezca
Dadas las circunstancias, deberíamos hacer el esfuerzo para ponernos de acuerdo en, precisamente, ponernos de acuerdo, cuestión nada fácil pero absolutamente necesaria si es verdad que todos (FMI, Comisión Europea, Gobierno, empresas, partidos políticos y sindicatos) estamos teóricamente en el mismo bando (¿o no?) y perseguimos sólo el bienestar de los ciudadanos y un país más próspero y mejor. Borges profetizó en un hermoso poema, “Los Conjurados”, esa grande y última esperanza: “...se trata de hombres de hombres de diferentes estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas/ Han tomado la extraña resolución de ser razonables/ Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades...”.
Juan José Almagro es doctor en Ciencias del trabajo y abogado