Signos de mejora, tareas pendientes
Alo largo de las últimas semanas se han sucedido distintos análisis sobre la posibilidad de que la Encuesta de Población Activa del segundo trimestre mostrase un mercado laboral con menos de seis millones de parados. Las dudas se disiparon finalmente ayer, en una jornada en la que el desempleo cedió inusual y tristemente el protagonismo a la terrible tragedia ferroviaria ocurrida en Santiago de Compostela. La EPA, que refleja los datos oficiales de desempleo en España, confirma que el mercado de trabajo ha roto esa fatídica barrera al arrojar una cifra de 5.997.500 desempleados. Ello supone, sin duda, una mejora en la durísima realidad laboral que arrastra España, pero una mejora que hay que analizar en detalle en todas sus variables antes de sacar conclusiones taxativas.
La primera incógnita que sugiere esta EPA, y que se desvelará a lo largo de los proximos meses, es si el repunte constituye un mero respiro en la tormenta o si apunta a un verdadero cambio de tendencia en el mercado. Los datos conocidos ayer muestran que la economía española generó en el segundo trimestre del año 149.000 empleos, frente a los 100.000 que vaticinaban la mayoría de los analistas. Este aumento, unido a que 76.000 personas se dieron de baja como población activa (por dejar de buscar empleo o por abandonar el país), explica que se haya roto la barrera de los seis millones de parados. El examen en detalle de los datos revela, sin embargo, que el empleo generado en el trimestre es mayoritariamente temporal o a tiempo parcial. El perfil que arroja la encuesta es el de un hombre, con contrato temporal o parcial, que trabaja en el sector servicios. Ello confirma que la práctica totalidad del nuevo empleo corresponde al sector privado y se concentra, mayoritariamente, en los servicios. Un repunte aparentemente estacional, dado que tanto la construcción como la industria continúan destruyendo puestos de trabajo.
El hecho de que la mejora se concentre en el empleo temporal o a tiempo parcial no es una buena noticia, pero tampoco constituye una sorpresa. De una economía en recesión –las previsiones del Banco de España anticipan una contracción del 0,1% del PIB– no se puede esperar la creación de puestos de trabajo de calidad. La todavía incipiente mejora de las previsiones, unida a la desconfianza natural en un tejido empresarial que no ve claro el horizonte, explican que el empleo generado entre abril y junio tenga características coyunturales. Pese a todo, se trata de empleos nuevos, creados gracias a la sustancial rebaja de costes laborales –tanto en contratación como en despidos– que la economía española ha llevado a cabo en un tiempo record. Esa mayor flexibilidad y menor coste está siendo aprovechada para crear puestos de trabajo, pese a que se trate de empleo de peor calidad. A la hora de romper la línea roja de los seis millones de parados ha jugado también un papel importante el componente demográfico, esto es, la población activa que ha abandonado el país. Todo ello hace que haya que valorar con prudencia esta buena noticia y que todavía no se pueda aludir a un cambio de tendencia en el mercado.
De lo que sí se puede y se debe hablar sin temor a pecar de precipitación es de las condiciones que restan por implantar en España para que los signos de mejora del empleo puedan consolidarse. Una vez finalizada la reforma laboral, faltan por comprobar sus efectos en una economía con signos de actividad. De ahí la importancia de completar las reformas económicas estructurales pendientes de aprobación –por ejemplo, la que atañe a las profesiones colegiadas– y de apurar la puesta en marcha de las recién adoptadas, como es el caso de la eléctrica.
De forma paralela, resulta muy urgente desatar los dos grandes nudos gordianos que ahogan la economía española en estos momentos: el flujo del crédito, que depende más de la unión bancaria europea que de la propia España, y el ajuste fiscal, que resta por completar y que sí está en nuestra mano adelantar. Mientras tanto, los costes laborales deben seguir bajo control. No es momento para desandar el duro camino recorrido.